Alto el fuego en Gaza: los dos obstáculos que minan su éxito

Palestinos caminan entre los escombros de edificios destruidos mientras regresan a sus hogares tras el anuncio de un alto al fuego y un acuerdo de intercambio de rehenes y prisioneros entre Hamás e Israel en Jabalia (Gaza), el 19 de enero de 2025. Alto el fuego
Palestinos regresan a Gaza tras el anuncio de alto el fuego del 19 de enero de 2025. Foto: Ramzi Mahmud -Anadolu/Getty Images.

El alto el fuego que entró en vigor el 19 enero es motivo de júbilo, tanto para los más de dos millones de palestinos sometidos a una brutal ofensiva militar israelí desde hace 15 meses como para los casi 100 israelíes capturados por Hamás y aún cautivos en Gaza –aunque una tercera parte se cree están ya muertos–. El cese de los bombardeos israelíes, la entrada a Gaza de ayuda humanitaria, la liberación de cientos de palestinos capturados por Israel y de decenas de rehenes israelíes son artículos del acuerdo que ya se están cumpliendo.   

‘’Los ataques israelíes no sólo han tenido como objetivo eliminar a todos los miembros de Hamás y destruir sus infraestructuras, sino también limpiar étnicamente la Franja de Gaza o, en su defecto, la mayor parte posible del territorio’’.

Pero, para que este acuerdo pase de la primera fase de seis semanas y se convierta en algo más que un respiro, tiene que superar toda una serie de incertidumbres y dificultades. Las principales dudas giran en torno a dos cuestiones: la primera es sobre la retirada israelí del corredor de Netzarim, que divide la Franja en dos, justo al sur de la ciudad de Gaza; y la segunda es sobre la futura gobernanza de Gaza.

Durante toda la campaña militar contra Gaza, el ejército israelí ha intentado reescribir los manuales de contrainsurgencia, lanzando lo que es quizá la primera guerra en la Historia dirigida en gran medida por Inteligencia Artificial (IA). Ha evitado una más tradicional guerra urbana, con unidades de infantería que prácticamente sólo entraban en poblaciones palestinas para tomar el control de zonas ya arrasadas por decenas de miles de toneladas de explosivos lanzados desde el aire.

Aparte de las condenas internacionales –las órdenes de arresto del Tribunal Penal Internacional y las investigaciones por parte de la Corte Internacional de Justicia por posible genocidio–, esta estrategia no parece haber logrado el principal objetivo de Israel, acabar con Hamás. El control que mantiene el grupo islamista sobre el territorio se hizo palpable el primer día del cese el fuego, con docenas de sus efectivos militares uniformados en el lugar de la entrega de rehenes israelíes en la ciudad de Gaza. Mientras, miles de agentes de la policía palestina se desplegaron por todo el territorio.

Pero los ataques israelíes no sólo han tenido como objetivo eliminar a todos los miembros de Hamás y destruir sus infraestructuras, sino también limpiar étnicamente la Franja de Gaza o, en su defecto, la mayor parte posible del territorio. Este ha sido el objetivo de las órdenes de expulsión de la población que Israel emitía a diario y de sus ataques desde el comienzo de la guerra, que el pasado mes de septiembre se intensificaron en el tercio norte de la Franja de Gaza a fin de vaciarlo por completo, establecer ahí asentamientos judíos y, eventualmente, anexionarlo.

La primera gran pregunta es, por tanto, si las tropas israelíes permitirán que la población palestina –que el ejército israelí ha intentado concentrar en un área de unos 20 kilómetros cuadrados en la zona de al-Mawasi, en la provincia de Jan Yunis, situada en el sur de la Franja de Gaza–, regrese a sus hogares, o a lo que queda de ellos, en el norte. En caso de que Israel lo permita, estará deshaciendo un objetivo militar por el que se ha jugado –y perdido– el prestigio internacional, no sólo de su ejército sino como Estado, y que ha costado la vida de decenas de miles de palestinos, la gran mayoría de ellos mujeres y niños.  

Los palestinos volverán en masa a sus hogares al norte de la Franja de Gaza a pesar de que Israel lo ha hecho –conscientemente– “inhabitable”, aunque su regreso no garantiza que Israel no vuelva a intentar vaciar ese territorio. De hecho, en declaraciones a la nación la noche antes de que entrase en vigor formalmente el alto el fuego pactado, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu subrayaba que se trataba de un cese temporal de hostilidades y que Israel mantenía el derecho de volver a la guerra “si las negociaciones para la segunda fase no tienen efecto”. Para ello, subrayó Netanyahu, contaba con el apoyo del presidente Donald Trump.   

Netanyahu ya ha perdido a un miembro de su coalición, Itamar Ben Gvir, junto con su bloque parlamentario Poder Judío, en protesta por el acuerdo. Bezalel Smotrich, líder del Partido Sionista Religioso, amenaza con hacerlo –y así colapsaría la coalición de Netanyahu– si Israel continúa con la segunda fase del acuerdo y ha declarado que tiene garantías del primer ministro de que la guerra continuará y el ejército israelí seguirá tomando el control del territorio gradualmente.  

Por otro lado, el objetivo final del presidente Trump –artífice indudable del alto el fuego– se desconoce. No se sabe si realmente presionará para que Israel cumpla el acuerdo hasta el final o si sólo buscaba un golpe de efecto con el que comenzar su mandato presidencial; si prevé el retorno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a Gaza o si tiene previsto permitir que Israel tome posesión de territorio en Gaza.

La segunda duda que pesa sobre el acuerdo del alto el fuego es la de la futura gobernanza de la Franja de Gaza, que no contempla en detalle (hace tan sólo una mención indirecta a un acuerdo con Egipto para reabrir el paso fronterizo de Rafah, entre Gaza y Egipto). Netanyahu se ha negado a preparar los más nimios mecanismos para ello porque no quería comprometerse con un modelo particular y nunca ha querido abandonar la posibilidad de vaciar Gaza o concentrar la población en al-Mawasi. La alternativa de un régimen de ocupación directa parecido al que existió antes de los Acuerdos de Oslo, con soldados israelíes patrullando las calles de Gaza, es considerada demasiado costosa y peligrosa.

Sobre este asunto, Netanyahu se enfrenta a sus propias contradicciones. La única opción aceptable para los palestinos, los países árabes y la gran mayoría de la comunidad internacional, es el retorno de la ANP a la Franja de Gaza. Pero la espina dorsal de su política hacia los palestinos desde que regresó al poder en 2009 ha sido evitar precisamente eso. Separar Cisjordania de la Franja de Gaza y así mantener a los palestinos divididos y debilitados ha sido un objetivo estratégico israelí. Por eso el control de Hamás de ese territorio hasta el ataque del 7 de octubre de 2023 era algo que Netanyahu cultivaba.

Las autoridades israelíes han contemplado la posibilidad de establecer una autoridad alternativa por medio de “dirigentes locales”, pero los clanes familiares y dirigentes de la sociedad civil que cumplirían esta función se niegan a colaborar. Si Hamás continúa gobernando Gaza, y estos días ha demostrado que aún tiene personal y medios para hacerlo, Israel buscará cualquier excusa para continuar la guerra. Como bien ha dicho el expresidente colombiano Juan Manuel Santos “más que un momento de celebración es de vigilancia”, para no desperdiciar esta única oportunidad de poner fin al horror y la barbarie.