El hundimiento del régimen de los Assad en 12 días, después de casi 54 años de dictadura, fue tan espectacular como rápido. La ofensiva relámpago –apoyada de manera poco transparente por Turquía– de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), una coalición liderada por el grupo anteriormente conocido como Jabhat al-Nusra, la rama siria de al-Qaeda, y con Mohamed al-Jolani al frente, culminó con la caída de la capital, Damasco, el 8 de diciembre.
Figura 1. Informe sobre el control del terreno en Siria, 10 de diciembre de 2024
Durante los casi 14 años de guerra civil en Siria, los combatientes se dividían en cuatro grandes grupos: (1) los sirios que lucharon a favor de Assad; (2) los sirios que lucharon contra su régimen; (3) los kurdos; y (4) las fuerzas de potencias extranjeras –de Irán (Hizbulah), Turquía, las monarquías del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar), las milicias iraquíes, Estados Unidos (EEUU) y Rusia–. Desde aproximadamente 2018, como consecuencia del Acuerdo de Astaná (firmado en la capital de Kazajistán, ideado por Rusia y apoyado por Irán y Turquía, y que entró en vigor el 5 de mayo de 2017), el conflicto se había estancado en gran medida. A partir de entonces, Siria ha sido un Estado fallido, fragmentado y unificado sólo en nombre. Su provincia noroeste de Idlib estaba controlada por los islamistas suníes de HTS. Su noreste, rico en petróleo, estuvo dominado primero por Estado Islámico y después por las Fuerzas Democráticas Sirias lideradas por los kurdos, que han sido atacados con cierta regularidad por Turquía desde el comienzo de la guerra, pero sobre todo desde la retirada de EEUU en 2019. El noroeste, alrededor de la ciudad de Azaz, era el hogar del Ejército Nacional Sirio, que respaldaba Turquía. El resto era lo que quedaba de la Siria de Assad.
La caída de la Siria de Assad es la consecuencia de diferentes factores, entre los que destacan particularmente tres. El primero es la incompetencia del régimen de Bashar al-Assad, en el poder desde 2000, y su incapacidad en la guerra con la oposición política y militar a su régimen desde 2011, porque no quiso o no supo aprovechar el tiempo de relativa paz para negociar con los grupos de oposición y unificar el país. El segundo factor es el fiasco de las desmoralizadas, débiles y desmotivadas Fuerzas Armadas Sirias, que rápidamente han sucumbido ante los avances de los radicales. El tercer factor es un acuerdo, probablemente pactado, de dejar caer al dictador, entre los tres países que impulsaron el Acuerdo de Astaná (firmado en mayo de 2017), conocido como “2+1” por ser un acuerdo entre Rusia e Irán, que sostenían el régimen de Bashar al-Assad, y Turquía, que apoyaba a los opositores políticos y militares a su régimen. Los tres países intervinieron militarmente en el conflicto por motivos estratégicos específicos, por lo que es oportuno analizar qué han logrado de sus ambiciones.
La rotura del anillo de fuego de Irán
El apoyo de Irán a través de Hizbulah y 5.000 militares de la Guardia Revolucionaria al régimen de Assad ha sido decisivo para su supervivencia, pero también como la estrategia iraní en la región. Irán es un imperio militar postmoderno, esto es, ejerce el control político y militar sin ocupar territorios sino mediante la guerra subsidiaria, apoyando a grupos radicales/terroristas. Dichos grupos, definidos como el “Eje de Resistencia” por el régimen iraní, lo componen Hizbulah en el Líbano, Hamás en la Franja de Gaza, los huzí en Yemen y el Movimiento Mahdi en Irak. Irán sueña con recrear el antiguo y sofisticado poder del imperio persa como máximo representante y protector de los chiíes en la zona, así como ser el defensor de los oprimidos (los palestinos, aunque sean suníes). Su apoyo a los proxies corresponde a la estrategia de destruir Israel (que percibe como el máximo representante de EEUU en la región), creando alrededor de éste lo que los líderes iraníes denominan un “anillo de fuego” o una estrategia de “unificar las arenas”.
Los enfrentamientos entre Israel y Hamás en Gaza tras el ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 y el conflicto de Israel y Hizbulah en el Líbano han demostrado que Irán ha perdido su poder disuasorio frente a Israel. Israel ha estado bombardeando las posiciones de Hizbulah en Siria como estrategia paralela a la de luchar contra Hamás en Gaza y Hizbulah en el Líbano, con la finalidad de romper el “anillo de fuego” iraní. La caída del régimen de Assad se debe a su incompetencia, pero también al hecho de que el poder de su mayor valedor se ha visto debilitado. Para Israel, romper el “anillo de fuego” iraní es una gran victoria, aunque hay poco que celebrar dado que una amenaza aún mayor podría surgir del desconocido destino del arsenal de armamento químico de Assad o de una desintegración del Estado sirio. A pesar del llamamiento de la comunidad internacional a una transición pacífica en Siria, no hay que olvidar que Mohamed al-Jolani es un yihadista radical que definió la caída de Assad como “una victoria para la Nación islámica”.
La posición de Irán se ha debilitado en toda la región. Su régimen se encuentra ante una encrucijada: tendrá que elegir entre renunciar al armamento nuclear y centrarse en reformar la economía y asegurar su supervivencia o seguir con su programa nuclear y arriesgarse a una guerra directa con EEUU e Israel.
La humillación de Rusia
En 2015, Rusia intervino militarmente en la guerra civil de Siria apoyando con la fuerza aérea e información de inteligencia a Hizbulah. Su intervención no se debió a la simpatía de Moscú al régimen de Assad, tampoco a sus buenas relaciones con Irán, sino a unos objetivos estratégicos específicos que reflejaban la ambición del Kremlin a largo plazo en Oriente Medio. La caída del régimen de Assad demuestra que lo que se percibió como un éxito de su estrategia en la región –la permanencia del régimen de Assad (a pesar de que Washington había definido como su principal objetivo el cambio del régimen del dictador sirio), la protección de su base naval en el Mediterráneo (Tartús), la lucha contra Estado Islámico y otros grupos yihadistas– ha sido fugaz y táctico. La intervención rusa nunca fue por Siria, tampoco por Oriente Medio, sino por crear un nuevo orden mundial, como señaló Dmitri Trenin. El Kremlin vio una oportunidad en la retirada estadounidense de la Administración Obama para demostrar el fracaso de lo que consideraba como la estrategia de EEUU en la lucha contra el terrorismo (el apoyo a las “revoluciones de color” y el cambio de regímenes dictatoriales) y postularse como una potencia global. Hay que reconocer que el apoyo a Irán y a Assad y su gran capacidad negociadora con todos los actores de Oriente Medio, desde Hamás y Hizbulah hasta el príncipe saudí, convirtió al Kremlin en lo que muchos actores locales definieron como “mediador indispensable”. Este estatus probablemente le ayudará a negociar con los radicales para proteger su base naval en Tartús y su base aérea en Jmeimm (Latakia). Una gran potencia puede luchar en diferentes frentes, pero, tal como ha demostrado el abandono por Moscú de Armenia en su guerra con Azerbaiyán, en Nagorno Karabaj, y el cese de apoyo a Assad, Rusia en este sentido no lo es. Su influencia en el espacio post soviético está debilitándose, así como en Oriente Medio. Irán y Rusia comparten el fracaso de proteger a Assad y a Armenia, frente a Azerbaiyán y al HTS, apoyados por Turquía.
2-0 para Turquía
En 2015, la entrada de Rusia en la guerra de Siria debilitó la política de Turquía en la región, ya que los aliados turcos –la oposición política y militar al régimen de Assad– fueron atacados por Rusia, evidenciando intereses opuestos en el conflicto. Episodios como el derribo de un bombardero ruso por Turquía en noviembre de 2015 y el asesinato del embajador ruso Andrei Karlov en diciembre de 2016 son sólo algunos ejemplos de las tensiones de esa época entre ambos países. Aunque Moscú no respondió militarmente, presionó a Ankara a nivel económico, político e informativo, permitiendo incluso la apertura de una oficina del Partido Kurdo Sirio (PYD) en Moscú. Turquía, desde la desintegración del Imperio otomano, pero sobre todo desde 1978, cuando se fundó el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) cuyo objetivo es crear un Estado independiente en territorios que actualmente están en Irak, Irán, Siria, Armenia y Turquía, ha luchado contra los kurdos directa o indirectamente apoyando a sus enemigos.
En 2016, Turquía rediseñó su política y comenzó a colaborar con Rusia e Irán, lo que culminó en el Acuerdo de Astaná en 2017. El pacto buscaba mantener alejados a los kurdos sirios de la frontera turca y apoyar al gobierno sirio en sus intentos de recuperar territorios controlados por los kurdos. La retirada de EEUU de Siria favoreció tanto a los intereses de Turquía como a los de Rusia.
La alianza de Turquía con Rusia e Irán reflejó un pragmatismo estratégico, pero también un distanciamiento de su papel tradicional en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de su alianza con Washington. Un ejemplo de esto fue la compra del sistema de misiles ruso S-400 en 2019. Ahora, Turquía es actualmente uno de los países clave para que Rusia pueda evadir las sanciones económicas occidentales por su agresión contra Ucrania. Sin embargo, esto no impide a Ankara aprovecharse del debilitamiento de su adversario tradicional, primero en la guerra de Nagorno Karabaj en septiembre de 2023, y ahora en Siria. Turquía está ganando por dos a cero a Irán y Rusia en su competición regional.
Los principales ganadores de la caída del régimen sirio son Israel y Turquía. Irán es el mayor perdedor y, hasta cierto punto, Rusia, que ha dado “asilo humanitario” a la familia Assad. Rusia ha sido humillada dado el hundimiento de sus objetivos estratégicos, marcados en 2015, cuando intervino militarmente en la contienda, aunque probablemente Moscú ya haya negociado con los radicales para proteger sus intereses en el país.
El futuro de Siria y el papel de Turquía, Irán y Rusia
La caída del régimen sirio abre la cuestión del futuro del país: HTS seguramente desempeñará un papel fundamental en cualquier gobierno que surja en Damasco. Sin embargo, está en la lista de organizaciones terroristas de EEUU y el Reino Unido.
Una Siria post Assad libre de influencia iraní y cuyo territorio Teherán ya no podrá usar para enviar armas al grupo militante Hizbulah en el Líbano, sería una buena noticia para la región, ya que supondría una ruptura del Eje de Resistencia. Sin embargo, si Siria o gran parte de ella cae bajo el control de militantes islamistas hostiles a Occidente o si el Estado se derrumba por completo, podría generarse un mayor desorden en una región ya muy desestabilizada. Rusia e Irán han perdido su credibilidad y su capacidad negociadora, mientras que Turquía puede desempeñar un papel constructivo en el futuro del país.