El Congreso de EEUU en una decisión sin precedentes, por lo rápido y por la magnitud, acaba de aprobar el paquete de estímulo más grande de la historia moderna de EEUU. En un momento en que la UE sigue paralizada e incapaz una vez más de dar una repuesta contundente a nivel europeo a la crisis, EEUU ha dado muestra de su pragmatismo y en un contexto político extraordinariamente tóxico, los líderes del país han sido capaces de dejar de lado, al menos momentáneamente, sus diferencias y sacar adelante un paquete de medidas de estímulo para afrontar los efectos de una crisis económica sin precedentes.
“En un momento en que la UE sigue paralizada e incapaz una vez más de dar una repuesta contundente a nivel europeo a la crisis, EEUU ha dado muestra de su pragmatismo”.
Las perspectivas no podían ser más aterradoras. Un agente de la Reserva Federal sugería que el desempleo podría alcanzar el 30% (tres veces más alto que el máximo durante la Gran Recesión de 2008) y que el PIB podría caer hasta un 50% el próximo trimestre, lo que supondría el peor dato de la historia. Esta situación de emergencia demandaba una respuesta contundente para asegurar que, pese a la gravedad de la recesión, el efecto se contuviera a corto plazo y se pudiera producir una recuperación rápida.
La Reserva Federal de EEUU fue de las primeras en tomar medidas decisivas ante el colapso de los mercados, reduciendo los intereses y adoptando medidas para proporcionar liquidez a los agentes económicos. Desde el principio de la crisis ha habido un reconocimiento de que para evitar una depresión y revivir la economía rápidamente eran necesarios tres pasos: (1) asegurarse de que aquellos que pierdan su empleo como resultado de la crisis (¡sólo esta semana 3.283.000 trabajadores han perdido su empleo en EEUU!) no sufran consecuencias catastróficas a medio y largo plazo (como perder su seguro médico, su casa o declarando la bancarrota); (2) que las empresas tampoco se colapsen; y (3) que el sistema financiero siga funcionando para proporcionar crédito a las personas y a las compañías que lo necesiten.
El paquete de estabilización económica de 2,5 billones de dólares que se acaba de aprobar trata de dar repuesta a estos tres objetivos. Consta de los siguientes elementos:
- Proporcionar pagos directos y beneficios de desempleo a los que pierdan su trabajo. Aquellos que ganen menos de 75.000 dólares (o 150.000 para parejas) recibirán un cheque de 1.200 dólares y otro adicional de 500 por cada hijo.
- Ampliar los beneficios de desempleo regulares que se extiende por 13 semanas adicionales, y se amplían a los autónomos.
- Proporcionar fondos de ayuda a los estados muy azotados por la crisis.
- Crear un fondo de rescate para las pequeñas empresas de 3.500 millones de dólares en créditos federales garantizados si mantienen a sus empleados.
- Proporcionar 5.000 millones de dólares adicionales en créditos para aquellas compañías dañadas por la crisis, incluyendo la posibilidad de que el estado adquiera una participación en esas compañías (como las aerolíneas). Al mismo tiempo, se crea un nuevo sistema de inspección para supervisar el uso de estos créditos y evitar los abusos del paquete de la Gran Recesión.
- Proporcionar 1.000 millones a los hospitales que están luchando contra la pandemia.
Este paquete es el resultado de un compromiso entre la Casa Blanca, los Republicanos y los Demócratas. Por un lado, responde a la prioridad de los Demócratas de ayudar a los trabajadores y familias afectadas; por otro, responde a las presiones de las empresas para recibir ayudas (e incluso favorece a las empresas del presidente Trump: pese a que se incluyeron provisiones para garantizar que sus negocios familiares y los de otros líderes no se beneficiarían, sí pueden beneficiarse sus negocios de propiedad inmobiliaria y hoteleros para pagar a sus empleados). El paquete está diseñado para incentivar a las empresas a que no despidan a sus trabajadores, pero, al mismo tiempo, ayuda a los trabajadores que pierdan su empleo o vean reducidas sus horas de trabajo.
La negociación duro cinco días, no fue fácil y pendió de un hilo hasta el último memento. Por un lado, los Republicanos consideraban que las ayudas a los trabajadores eran demasiado generosas (suponen más que el sueldo de millones de trabajadores) y que serían un desincentivo para volver a trabajar. Por su parte, los Demócratas objetaban al rescate de empresas que durante los últimos años han dado bonos récord a sus gestores, y que han dedicado gran parte de sus beneficios a recomprar sus acciones (los bonos están ligados al valor de las acciones) en vez de invertir en sus empresas o subir los sueldos de sus empleados. La gravedad de la situación les ha obligado a este compromiso. A cambio de aceptar la ampliación de los beneficios de desempleo, los Republicanos aceptaron provisiones para supervisar las ayudas a las empresas y la prohibición de recomprar acciones mientras reciban ayuda pública. Además, las ayudas a las pequeñas empresas están condicionas a que mantengan a sus empleados durante la crisis. Pese a no dejar plenamente satisfecho a nadie, es un compromiso razonable en una situación de emergencia.
“Si la UE ha de tener futuro, debe encontrar una manera de dar una respuesta ambiciosa y solidaria a la crisis que deje de lado la austeridad y el soberanismo”.
Se puede cuestionar mucho y justificadamente la respuesta a la crisis del COVID-19 en EEUU (la negación inicial de la crisis, la tardanza en responder y las vacilaciones y contradicciones del presidente Trump han marcado esa respuesta, y las consecuencias de todo ello están por ver), pero desde el punto de vista económico EEUU ha vuelto a dar otra lección de pragmatismo de la que deberíamos aprender. Cabía la esperanza de que tras la Gran Recesión nuestros líderes europeos hubiesen aprendido algo, pero parece que no ha sido así, que seguimos con el juego de tirarnos los trastos unos a otros y dejar de lado la solidaridad, que era uno de los principios fundacionales de la Unión. Lo cual es “re-pug-nante”, como acertadamente lo ha calificado el primer ministro luso, António Costa, porque en este caso no se trata sólo de la economía, sino de salvar vidas humanas. Y a diferencia de la Gran Recesión de 2008, las políticas monetarias del BCE no serán suficientes. Si la UE ha de tener futuro, debe encontrar una manera de dar una respuesta ambiciosa y solidaria a la crisis que deje de lado la austeridad y el soberanismo.
Pese a las deficiencias del paquete de rescate que se acaba de aprobar, los estadounidenses han reconocido desde el principio que estamos en una guerra y que en una situación de guerra hay que hacer lo que haga falta. La crisis es de tal magnitud que estamos ante una oportunidad única de redefinir el papel del Estado en la economía. Hasta los Republicanos más ideologizados han aceptado el papel del Estado en esta crisis y han aprobado las tesis de Keynes, adoptando políticas de gasto público para tratar de contrarrestarla. Esta crisis monumental ha creado el espacio para cuestionar el paradigma dominante. Es clave que reconstruyamos nuestros sistemas sanitarios, así como la infraestructura social y física de nuestros países para que otra crisis (¡que la habrá!) no nos coja otra vez casi desnudos. Este es un momento en que países como EEUU y el Reino Unido están dejando de lado posiciones dogmáticas que han cristalizado desde hace décadas sobre el papel del Estado y sobre la gobernanza y van a invertir masivamente en sus economías. Puede ser una oportunidad histórica para cambiar la forma en que hemos implementado el capitalismo. El virus no conoce fronteras y nos amenaza a todos por igual. Que todo el dolor y el sufrimiento no sean en vano. No desaprovechemos esta oportunidad: la alternativa es la vuelta a la austeridad y los nacionalismos del pasado, y ya sabemos cómo acabaron.