Al comenzar los procesos de cambio político que siguen teniendo lugar en algunos países del mundo árabe se extendió entre muchos comentaristas occidentales el convencimiento de que al-Qaeda había quedado fuera de juego y el terrorismo yihadista debilitado. El abatimiento de Osama bin Laden en mayo del pasado año, en medio de aquellos acontecimientos, fue interpretado como colofón de la estructura terrorista que lideraba desde su fundación y un suceso que, añadido a la denominada Primavera Árabe, prefiguraba la decadencia del yihadismo global. Lamentablemente, no parece que sea así.
Cierto que difícilmente se puede atribuir a al-Qaeda papel o influjo alguno en el inicio de las movilizaciones antigubernamentales que han puesto fin a varios de los regímenes autoritarios hasta hace poco existentes en el Norte de África y Oriente Medio. Pero no lo es que el desarrollo de las a menudo convulsas e incluso violentas transformaciones en la estructura y distribución del poder de esas sociedades haya dejado a Al-Qaeda fuera de juego. Tampoco es posible afirmar que el terrorismo yihadista haya disminuido dentro y fuera de las mismas.
Es muy probable, eso sí, que el núcleo central de al-Qaeda se halle aún más mermado en números y degradado en capacidades que el pasado año, acosado como sigue en las zonas tribales al noroeste de Pakistán. Sus ideólogos se han esforzado por difundir propaganda, a través de internet, tratando de incidir sobre las actitudes y conductas de las poblaciones afectadas por los cambios en curso. Sin embargo, entendida al-Qaeda como una estructura terrorista global con múltiples frentes, sus extensiones territoriales no solo continúan muy activas sino que incluso han incrementado la intensidad y la extensión de sus operaciones.
Lejos de remitir, la violencia practicada en Yemen por al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) se ha mantenido y algunos de sus atentados, sobre todo contra miembros de las fuerzas yemeníes de seguridad, han sido más cruentos que nunca. Al tiempo, su entidad afiliada, Ansar al Sharia, ha llegado a imponer su autoridad en algunas zonas del sur de dicho país. Por su parte, al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) ha conseguido, junto a su escisión que en la práctica se desenvuelve como subordinada, el Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental (MUYAO), y a una nueva organización yihadista local, Ansar al Din (AD), imponer entre abril y junio de 2012 un verdadero condominio yihadista en el norte de Malí.
Además, al-Qaeda en Irak (AQI) no sólo ha continuado sino que ha incrementado la frecuencia y letalidad de sus actos de terrorismo suicida, dirigidos principalmente contra blancos chiíes, pese a haber salido de dicho país, en diciembre de 2011, las tropas estadounidenses desplegadas en el mismo desde su invasión en 2003. Asimismo, Al Shabab, pese a que no atraviesa por su mejor situación en Somalia, ha sido aceptada por Al-Qaeda como parte integrante de esta última, que así pasa de mantener una célula en el Este de África a contar con una posible extensión territorial de dicha estructura terrorista en esa zona del mundo.
A las mencionadas dos nuevas organizaciones yihadistas asociadas con al-Qaeda que desde inicios del pasado año han aparecido en el oeste de la franja del Sahel hay que añadir algunas otras, entre las que destaca Jabat al Nusra, formada en el contexto de la guerra civil que está teniendo lugar en Siria. También los grupos establecidos en el Sinaí egipcio o en Gaza. Mientras, no son pocas las entidades asociadas con al-Qaeda existentes con anterioridad cuyas actividades terroristas no remiten y hasta se incrementan. Sobresalen en este sentido los casos del Emirato Islámico de Afganistán (EIA), Therik e Taliban Pakistan (TTP), la llamada Red Haqqani o el tan menudo soslayado Emirato del Caúcaso (EC). Pero cabe igualmente mencionar otros como los del Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), Lashkar e Tayiba (LeT), el Frente Islámico Moro de Liberación (FIML), Fatah al Islam (FI) o Boko Haram (BH).
En conjunto, la actividad terrorista que desarrollan esas y otras organizaciones, diversas en su constitución y alcance operativo, pero adscribibles a la heterogénea urdimbre del yihadismo global en su conjunto, no es menor que antes de iniciarse la Primavera Árabe ni de la muerte de Osama bin Laden. A corto y medio plazo difícilmente van a dejar de ser tanto una fuente de inestabilidad como un grave problema de convivencia en los países y regiones del mundo islámico donde actualmente centran sus actuaciones.
Algunas de estas entidades yihadistas tampoco van a dejar de suponer una amenaza para las sociedades occidentales. El hecho de que a inicios del pasado mes de agosto se detuviese en España a dos importantes operativos conectados con el directorio de Al Qaeda y a un presunto facilitador de dicha estructura terrorista, que según todos los indicios tenían como misión preparar un atentado en nuestro país u otro del cercano entorno europeo, es suficientemente elocuente a este respecto.