Mientras los humanos se revuelven en la Tierra contra el coronavirus y la protesta contra el racismo en EEUU se ha vuelto global, por primera vez una empresa privada estadounidense, Space X, ha puesto en órbita el pasado 30 de mayo y hecho llegar al día siguiente a dos astronautas a la Estación Espacial Internacional (ISS en sus conocidas siglas en inglés), un proyecto multilateral que sigue funcionando a pesar de las tensiones geopolíticas 400 kilómetros más abajo. Se ha abierto así una nueva era en la carrera por el espacio.
El objetivo del gran emprendedor que es Elon Musk (que está detrás de los automóviles Tesla y que creó PayPal) tras superar un muro de escepticismo, es la Luna, adonde la Casa Blanca quiere que vuelva la NASA en 2024, y a cuya cara oculta ha llegado China en una expedición no tripulada. Y después llevar a personas a Marte. A la ISS –con la que ya se había acoplado una capsula igual el año pasado, sin tripulación pero con ventana– ha llegado Crew Dragon gracias al impulso del cohete Falcon 9 que, al ser recuperable y reutilizable, una nueva proeza, permite abaratar costes. Todo cuando se van a cumplir en julio los 51 años del primer paseo de un hombre en la Luna, el de Neil Armstrong, y su “gran paso para la humanidad”, que tuvo mucho que ver con la competencia propia de la Guerra Fría de entonces.
La NASA había perdido su capacidad para lanzar a humanos desde territorio estadounidense al jubilar en 2011 el transbordador, reutilizable. Venía utilizando cohetes Soyuz rusos para llevar a sus astronautas a la ISS. Lo logrado ahora es aún más importante dada la nueva carrera espacial en curso entre las grandes potencias –EEUU, Rusia, China, Europa, la India e Israel esencialmente (pero sólo las tres primeras han enviado a personas en órbita, aunque astronautas los hay de muchas nacionalidades). Dicha carrera está ganando importancia geopolítica –valga esta palabra también para el espacio–. La Luna es uno de sus objetivos esenciales, seguido de Marte, y, antes, naturalmente, poder actuar en la órbita terrestre con nuevos artefactos. Por algo el presidente de EEUU, Donald Trump, tras el lanzamiento de la capsula Crew Dragon, señaló que “hemos generado la envidia del mundo y pronto aterrizaremos en Marte y tendremos las mayores armas nunca imaginadas en la historia”. ¿Estaba pensando en un nuevo tipo de militarización ultraterrestre y espacial?
Ahora se trata una carrera entre modelos de desarrollo de esta industria que tanta innovación genera. Ya no se limita al impulso por parte de Estados, sino también de empresas. Elon Musk y Space X –fundada en 2002 para llevar la civilización allende la Tierra– no están solos en el sector privado estadounidense, pues también destacan una empresa mixta de Lockheed y Boeing. Y por detrás, una empresa como Virgin Galactic, fundada por Richard Branson, que ya ha hecho vuelos suborbitales, y se propone lanzar vuelos espaciales turísticos.
Aunque estos parecen los más mediáticos, pese a sus precios nunca mejor dicho astronómicos, lo que se abre son inmensas posibilidades industriales, sobre todo, de momento, para la industria farmacéutica, la manufactura aditiva (impresión 3D) y otras actividades hoy desconocidas, además, en un futuro, actividades mineras.
El éxito de Space X no estaba garantizado. Los tres primeros modelos de Falcon 1 fallaron. El prototipo de cápsula gigante que la empresa está desarrollando para los viajes a marte, Starship, explotó un día antes del gran triunfo. Pero demuestra que la empresa privada puede estar a la altura de los Estados, aunque muchos en la NASA hubieran querido conservar el monopolio público.
Todo este impulso privado no significa que la NASA no controle todo el proceso, en el caso estadounidense lo que llama su “programa de tripulaciones comerciales”. De momento, los dos astronautas, que aún deben volver en cuatro meses o poco más para que el ensayo sea plenamente un éxito, son de la NASA.
Este nuevo impulso hacia el espacio responde a la idea de “misiones” que Mariana Mazzucato propugna para una innovación europea que está renqueante frente al dinamismo de EEUU y China.
El espacial es un campo prometedor para las nuevas políticas industriales en Europa. Incluso para España es un sector que puede aportar mucha innovación y valor añadido. España se ha comprometido a aportar 1.200 millones de euros a la Agencia Espacial Europea (ESA) hasta 2024, un 8,3% del presupuesto que aportarán los Estados miembros.
Pasadas cinco décadas desde que el hombre llegara a la luna, ante esta segunda era espacial, las grandes empresas son cada vez mayores actores en este mundo y el que está viniendo por encima de nuestras cabezas. También en el espacio el futuro –y el presente– son cada vez más público-privados.