El arranque de las maniobras Air Defender-23 (AD23) –las mayores realizadas por la OTAN en toda su historia en el ámbito aéreo– es una buena muestra del activismo de la Alianza Atlántica en el contexto de la invasión rusa de Ucrania. Del 12 al 23 de junio y bajo el mando y control de Alemania se desarrollan unos ejercicios que van a implicar a unos 10.000 efectivos, con unos 240 aviones (de ellos, tres Eurofighter Typhoon españoles del Ala 14, con base en Los Llanos) pertenecientes a 24 países (entre los que no sólo están miembros de la OTAN, sino también países como Japón). Definido como un ejercicio de defensa colectiva, en el marco del Artículo 5 del Tratado de la Alianza, se prevé emplear no solamente el espacio aéreo alemán – concentrando la actividad en tres centros localizados en Schleswig/Hohn, Wunstorf y Lechfeld–, sino también el de los Países Bajos y la República Checa.
De manera más o menos explícita, las maniobras, que ya fueron planteadas en 2018 como respuesta a la anexión rusa de la península de Crimea, envían mensajes políticos en varias direcciones, yendo más allá de lo que supone militarmente el interés compartido por mejorar el adiestramiento y la interoperabilidad de los diferentes ejércitos implicados en AD23, con acciones como el cruce del Atlántico, la recepción y gestión de un notable contingente de personal y material, la coordinación operativa de una veintena de distintos modelos de aviones…
Por un lado, como queda bien claro con la participación de un centenar de aviones estadounidenses de la Guardia Nacional, se busca despejar cualquier duda sobre la vigencia del vinculo trasatlántico, reforzando con hechos las palabras del presidente Joe Biden cuando, con ocasión de su primer discurso sobre política internacional como inquilino de la Casa Blanca en febrero de 2021, proclamó que “Estados Unidos está de vuelta”. En esa línea se entienden las reiteradas referencias a la unidad en boca de los principales responsables militares y políticos relacionados con las maniobras. Por otro lado, con una insistencia similar en términos de reforzamiento de la credibilidad, los ejercicios apuntan a Moscú.
Una demostración de fuerza de este nivel busca, como mínimo, trasladar al Kremlin la imagen de una Alianza dispuesta y capaz de defender cada metro cuadrado del territorio de sus países miembros.
Y no se trata de un hecho aislado, sino que, además de las ya conocidas patrullas aéreas en apoyo de los países bálticos y la rotación de unidades de países OTAN en algunos de los vecinos de Rusia, viene acompañado de otros movimientos no menos rotundos, que van en la misma dirección. Baste con recordar que del 29 de mayo al 9 de junio se acaban de llevar a cabo los ejercicios aéreos Arctic Challenge, con la recién llegada Finlandia como anfitrión de 12 países OTAN, más Suecia y Suiza, con un total de 150 aviones participantes. Y otro tanto cabe decir, en versión terrestre, de las maniobras Saber Guardian-23, llevadas a cabo en Rumanía, con la participación de unos 2.400 efectivos estadounidenses y otros 7.300 de 11 países de la OTAN, más Georgia, simulando una acción combinada para recuperar un territorio que había sido invadido y ocupado por una potencia extranjera.
En términos generales, lo que se trasluce de este acelerado ritmo es tanto que la OTAN se afana por seguir siendo el actor de referencia para la seguridad europea occidental y central, como que la UE todavía sigue sin contar con medios propios para asumir el liderazgo en esa tarea. Asimismo, también muestra la determinación de los 31 miembros de la Alianza Atlántica por garantizar la defensa colectiva frente a cualquier amenaza externa, con Rusia en cabeza. Otra cosa es si eso también debe interpretarse como un férreo compromiso con la seguridad de Ucrania y su integridad territorial. De momento, sólo cabe confirmar que se mantiene la línea roja establecida desde el inicio de la invasión rusa, en el sentido de que no hay ni habrá unidades regulares de ningún país de la OTAN desplegadas en territorio ucraniano. Aunque no queda claro si eso también vale para Polonia, cada día más abiertamente inclinada a dar un paso que podría afectar directamente a la cohesión interna de la Alianza y, de paso, provocar alguna reacción aún más indeseable por parte de Moscú. Veremos.