Como era de esperar, este domingo el presidente del Partido Liberal Demócrata (PLD), Shinzo Abe, ha sido reelegido como primer ministro de Japón. A pesar del bajón que ha experimentado su popularidad en los últimos meses, cuando Abe convocó elecciones anticipadas el pasado noviembre, nadie dudaba de que esto le serviría para estar cuatro años más al frente del gobierno, debido al precario estado en que se encuentra la oposición. El interrogante es si el líder japonés será capaz de cumplir la promesa que le llevó al poder en 2012: revitalizar la anquilosada economía japonesa.
Su programa económico, conocido como Abenomics, se fundamenta en las famosas tres flechas: una expansión monetaria masiva, un aumento notable del gasto público, y profundas reformas estructurales. En las dos primeras áreas el líder nipón ha actuado de forma decisiva, con un plan para doblar la base monetaria en dos años y doblando el ritmo de crecimiento de la demanda pública. Sin embargo, su actitud ha sido bastante más tímida a la hora de abordar las reformas estructurales, lo que ha derivado en que, tras un inicio prometedor, los resultados de su política económica hayan sido decepcionantes: el país está de nuevo en recesión, el monto de la deuda pública japonesa ha superado el 240% de su PIB y el déficit por cuenta corriente está en máximos históricos. A esto hay que añadir el aumento de las desigualdades y la pérdida de poder adquisitivo de muchas familias japonesas, porque la inflación está creciendo más que los salarios. No es de extrañar, por tanto, que un sector muy importante de la ciudadanía japonesa perciba que la política económica de Abe solamente beneficia a las grandes fortunas.
En este contexto, el nuevo mandato de Abe puede interpretarse como su última oportunidad para revertir la situación y devolver a Japón a la senda del crecimiento económico. Para los principales analistas internacionales esto implica ir más allá de las tibias reformas aplicadas en los dos últimos años, limitadas a: una mayor transparencia en el sistema de gestión empresarial, un estímulo a la incorporación de las mujeres al mundo laboral, y a programas piloto para aumentar el número de trabajadores extranjeros en Japón. Está por ver si el primer ministro japonés cumplirá con estas expectativas y se decide a aplicar medidas controvertidas tendentes a liberalizar el mercado laboral y los sectores agrícola y energético, lo que le enfrentaría a influyentes grupos de presión como la Federación de Cooperativas Agrícolas de Japón.
Los pronósticos están divididos. Hay quien apunta a que Abe está comprometido llevar a cabo las reformas estructurales y que ha sido un movimiento estratégico no comenzar con los temas más polémicos hasta asegurarse cuatro años más en el Kantei. Las declaraciones de Abe en las últimas semanas y el ejemplo del ex primer ministro Junichiro Koizumi, quien convocó elecciones anticipadas en 2005 para impulsar la reforma del sector postal japonés, respaldarían esta visión. Sin embargo, otros analistas muestras más dudas apuntando que, a pesar de que la marcha de la economía ya era la principal preocupación de la ciudadanía japonesa cuando Abe llegó al poder en 2012 y que ese fue el tema central de su programa electoral, en sus dos primeros años de mandato el líder del PLD ha invertido mucho más capital político en acelerar el proceso de normalización de las fuerzas armadas japonesas y en aumentar el perfil internacional de Japón que en impulsar las cacareadas reformas estructurales. Nada más regresar al poder, Abe lanzó una ofensiva diplomática que le llevó a 49 países en 20 meses. El principal objetivo de esta frenética actividad internacional, además de respaldar la diplomacia económica japonesa, era recabar apoyos frente a la creciente influencia y asertividad internacional de China y para una mayor presencia militar internacional de Japón. Esto no puede explicarse apelando meramente a cálculos electoralistas, pues la reinterpretación de la constitución para permitir al ejército japonés ejercer el derecho de autodefensa colectiva genera una profunda división en la sociedad japonesa y en los propios socios de gobierno de Abe.
Independientemente de si Abe pone ahora el acento en las reformas económicas estructurales o en seguir priorizando la competencia con China, resulta evidente que dirigirá Japón en un momento crucial, en el que este país se pregunta cómo seguir siendo una de las mayores y más prósperas economías del mundo, y uno de los países más influyentes de Asia Oriental.