En estos días de enero se cumplen cuarenta años de la muerte de Agatha Christie, una escritora que no ha perdido lectores por haber sido una excelente maestra del estudio de la naturaleza humana. Un analista internacional, de los que creemos que los protagonistas de los acontecimientos no son las masas, las recónditas fuerzas de la Historia o los grupos supuestamente homogéneos, también puede encontrar atractivos en sus relatos. Con esta escritora podemos coincidir en que los individuos son los auténticos protagonistas de los sucesos, e incluso encontraremos de cierta utilidad algunos de los consejos de su personaje, el detective belga Hércules Poirot, para resolver casos. Al releer El misterioso caso de Styles, la primera novela donde aparece este investigador, con casi un siglo de antigüedad, he tenido ocasión de recopilar algunos métodos de trabajo de Poirot, dignos de ser aprovechables en análisis de política internacional.
Siempre vendrá bien un poco de luz y un mucho de racionalidad en un escenario siempre destinado a permanecer en la penumbra. A este respecto, Victor Yves Ghebali, el gran especialista de la OSCE y de otras organizaciones internacionales, escribía: “La política internacional se asemeja a un teatro de sombras, en el que apenas conocemos un diez, o a lo sumo, un veinte por ciento de la realidad”. No tenemos, ni tendremos nunca, todas las informaciones. Tampoco suelen tenerlas los políticos, aunque ello no les exime de tomar decisiones. Las reglas extraídas de los diálogos de Poirot carecen de número fijo ni están sistematizadas para servir de hilo conductor. Nada más ajenas a ellas que los mecanicismos y determinismos de algunas teorías políticas. Son únicamente métodos para profundizar en la realidad, aún a sabiendas de que las conclusiones no alcanzarán el carácter definitivo que vemos en las novelas de detectives.
En cualquier caso, un analista internacional debe ser lo opuesto al capitán Hastings, el ocasional compañero de Poirot, que llega enseguida a conclusiones simplistas y en evidencia aparentes. Por lo demás, he aquí cuatro consejos del detective belga, adaptados al objeto de nuestro estudio:
Antes de analizar, hay que recopilar todos los hechos significativos y buscar en los acontecimientos una relación de causa-efecto
El objetivo es disponer de una información amplia y contrastada. Sin ella, nuestro análisis carecerá de fundamentos sólidos, reflejará nuestras filias o fobias, y se dejará influir por lugares comunes. Por ejemplo, a la hora de analizar la crisis de Ucrania, no basta con leer la crónica de las últimas iniciativas diplomáticas internacionales. Se precisará además de conocimientos de geopolítica, de teorías de los nacionalismos ruso y ucraniano, o de los sucesos más relevantes en el área en el período soviético. La Historia es, por tanto, necesaria al abordar la actualidad, pero no es, en absoluto, un método de interpretación del futuro. Eso es una forma sutil de negar la libertad humana.
Atenerse a los hechos, porque la explicación más sencilla es la más probable
El recurso fácil en estos tiempos es adherirse a las teorías conspiratorias. Resultarán muy sugerentes, pero por mucho que nos esforcemos, nunca daremos con el gran arquitecto que supuestamente las ha diseñado. Siempre han existido las conspiraciones, pero no se debe hacer de ellas una panacea explicativa. Podemos explicar la situación actual en Taiwan a partir de las rivalidades entre China y EEUU, pero no se puede obviar la situación interna, la del ascenso electoral de los independentistas del partido democrático progresista. Hablar de una guerra fría Irán-Arabia Saudí tampoco nos exime de valorar el papel de los huzíes en Yemen y de otras minorías chiíes en la península arábiga. Y no se puede explicar la revolución ucraniana del Maidán vinculándola a la expansión de la OTAN y la UE. Si excluimos de nuestros análisis los factores internos, la política internacional queda reducida al simplismo de un tablero de ajedrez.
Los hechos mandan, y no las teorías. No hay que someter los hechos comprobados a teorías brillantes, pero prefabricadas para el caso
Hay que ajustarse a los hechos y no empeñarse, por ejemplo, en buscar paralelos históricos que casan mal con la política presente. Es habitual, sobre todo en EEUU, hablar de los síndromes de Munich, Vietnam o los Balcanes, y buscar en el pasado la medicina adecuada, se aplicara entonces o no. Así no resulta difícil ver en determinados líderes políticos la reencarnación de Hitler, Mussolini, Stalin o Mao. Se construye un arquetipo, pero nos apartamos de la verdad. La verdad no es tal si no es conforme a la realidad. Milosevic, Sadam o Kim Jong-un tienen la suficiente entidad propia.
Las apariencias con frecuencia engañan. Hay que hacer análisis rigurosos de la concatenación de hechos
Por ejemplo, a la hora de analizar no debemos olvidar los conocimientos de filosofía política. Los líderes estudiados se han formado y moldeado en determinadas ideologías. Deberemos valorar además si han asumido esta formación incondicionalmente, a modo de religión mesiánica, o si hacen también uso de algunas dosis de pragmatismo en su afán de alcanzar o retener el poder. Identifican el triunfo del “bien”, en su visión ideológica, con su triunfo personal. Tampoco olvidemos que es frecuente el empleo del tacticismo. Hoy, las apariencias engañan porque el tacticismo siempre está presente, pues muchos líderes solo saben trabajar a corto plazo. Terminamos con un ejemplo de la historia reciente. Al analizar la invasión de Irak (2003), se solía omitir el pasado reciente de ese país, en el que se instauró un régimen nacionalista y socialista, el del partido Baas. Una ideología de clara influencia occidental. Desmantelar el baasismo produjo un vacío, muy pronto llenado por el sectarismo.