La mayoría de las noticias que aparecen en los medios de comunicación sobre África son negativas, y si no lo son, parece que no interesen. Si además son noticias sobre temas económicos o comerciales, las probabilidades de aparecer en la prensa se reducen al mínimo. Por razones que van más allá de mejorar las estadísticas con visiones más optimistas y que tienen más que ver con empezar a considerar desde un punto de vista estratégico lo que sucede en el continente, es importante no dejar pasar y hacer seguimiento de la gran noticia económica para África del 2018: la firma en marzo, en Kigali (Ruanda), del Área de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA, por sus siglas en inglés).
El acuerdo, que compromete al establecimiento de un mercado continental sin barreras comerciales y el libre movimiento de personas y capitales (inversión sin restricciones para empresas), fue firmado en su origen por 44 del total de 55 países africanos. Un primer gran hito. Sudáfrica y Nigeria, las dos grandes potencias continentales que se quedaron fuera de la firma inicial del tratado, están ya en la parrilla de salida. El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, firmó el acuerdo el pasado mes de julio y el líder nigeriano Muhammadu Buhari ha declarado su intención de hacerlo en breve. El espaldarazo al proyecto está ya prácticamente garantizado y con Nigeria y Sudáfrica dentro, el potencial de la iniciativa aumenta considerablemente.
Para la entrada en vigor del AfCFTA, el tratado fundacional necesita la ratificación de 22 miembros. En este momento quedarían todavía 15 países para alcanzar este objetivo. La Unión Africana, impulsora del proyecto, se muestra confiada en llegar a este mínimo en diciembre, por lo que AfCFTA podría entrar en vigor en enero de 2019. De ser así, se pondría en marcha la que sería el área de libre comercio más grande del mundo en número de países, y con un mercado potencial de más 1.200 millones de habitantes. En paralelo, la Unión Africana ha abierto además el proceso de firma del tratado para la libre circulación de personas, que supondría por ej. un único pasaporte africano para el 2020 (algo que algunos países ya comparten) o el reconocimiento de títulos académicos, entre otros.
Hay que destacar además la rapidez con la que algunos gobiernos han asumido obligaciones vinculantes a través de los respectivos parlamentos. Aunque la ausencia inicial de Sudáfrica y Nigeria parecía restar potencia al proyecto, también ha tenido su parte positiva, pues ha dejado espacio para la emergencia en el liderazgo del proyecto a otros países como es el caso de Ruanda. El presidente ruandés, Paul Kagame, ha sido uno de los grandes impulsores de la iniciativa como presidente de la Unión Africana durante el 2018 y Ruanda, junto con Kenia y Ghana, de los primeros países en ratificar.
Se podría pensar que estas iniciativas de unión política y económica son novedosas en el continente vecino y nada más lejos de la realidad. Desde la descolonización, los gobiernos africanos han buscado mejorar las relaciones económicas y sobre todo diplomáticas con sus vecinos con la puesta en marcha de numerosos acuerdos de integración regional. Grandes líderes han defendido desde los años 60 un proyecto de unión política continental, como Kwame Nkrumah, líder ghanés, que pronto se configuró como uno de los padres del llamado “panafricanismo”.
Aunque de gran utilidad como herramientas de poder político, las áreas de libre comercio suponen en esencia eliminar las barreras al comercio (generalmente aranceles y contingentes comerciales) y propiciar así mayores exportaciones e importaciones entre países miembros. En el contexto africano este objetivo es esencial, pues el comercio intra-africano apenas alcanza una media del 12%, y es mucho más barato en muchas ocasiones para las empresas africanas exportar al mercado europeo que a otros países africanos.
Los efectos socio-económicos esperados del AfCTA son muy ambiciosos: según las visiones más optimistas, la iniciativa impulsaría en general el comercio intra-africano y específicamente las exportaciones industriales, beneficiaría tanto a empresas como consumidores e incrementaría la inversión. Además, los canales formales de comercio serían más atractivos en detrimento de los intercambios informales y esto beneficiaría en gran medida a las mujeres africanas, protagonistas de este comercio no registrado y especialmente vulnerables a la violencia y al robo.
Otro de los grandes efectos esperados es la creación de empleo. En un continente con una previsión de crecimiento hasta alcanzar los 2.500 millones para 2050, crear nuevos empleos para la creciente población joven africana es un enorme desafío. Esto se conseguiría gracias al aumento de las exportaciones de manufacturas y productos agrícolas, más intensivas en mano de obra que las industrias extractivas (minerales, gas y petróleo) que suponen en la actualidad la mayoría de exportaciones africanas.
En definitiva, aunque el AfCFTA no es la panacea para todos los problemas que enfrentan los países africanos, los réditos políticos y económicos de la iniciativa son potencialmente enormes. En un momento en el que China y otros actores europeos pugnan por incrementar su influencia en el continente, el AfCTA permite abrir nuevas perspectivas de equilibrio geopolítico. Por un lado está China (cuyo modelo algunos consideran ya fallido por el rápido endeudamiento que está generando en los países africanos), que no valora el proyecto como una amenaza, sino más bien como oportunidad. Sin embargo, de cumplirse las previsiones más optimistas, se podría esperar a medio plazo un descenso en la demanda de sus productos. La Unión Europea, por otro lado, que hasta la fecha venía negociando regionalmente áreas de libre comercio e inversión (denominadas EPAs), tendrá que dirigirse necesariamente a una estrategia continental, que para muchos debería haber sido la apuesta inicial desde el desmantelamiento del sistema Lomé, en línea con las ambiciones y objetivos de la propia agenda africana.