En un reciente comentario sobre la relación bilateral entre España y Venezuela expresaba mi preocupación por su futuro ante la radicalización del discurso de Nicolás Maduro. Si bien las aguas parecieron remansarse, acontecimientos recientes han puesto de manifiesto las profundas dificultades provocadas por la dureza de las palabras del presidente, del ministro de Exteriores y de otras fuentes gubernamentales y mediáticas adictas al régimen chavista.
Nuevas declaraciones del ministro español José Manuel García-Margallo desataron una nueva y dura respuesta venezolana. En esta ocasión, las palabras medidas del ministro tampoco pudieron evitar el estallido de furia bolivariano. García-Margallo, durante una reunión en la OEA, a fines de abril pasado, recalcó la voluntad permanente de España para “aproximar posiciones en cualquier región del mundo”, especialmente con los países latinoamericanos, y con Venezuela en particular. De un modo claro agregó “Estaremos absolutamente encantados de hacer algo, lo que se nos pida, se nos demande, para garantizar una Venezuela en paz, prosperidad y estable”. Para evitar malentendidos añadió que cualquier gestión española debe ser solicitada por el gobierno de Maduro: “Venezuela es soberana y tiene que tomar la decisión de acudir o no a pedir esa ayuda, pero estamos interesados en [su] futuro”.
La respuesta de Maduro fue furibunda: “Ha salido el canciller de España a decir que él está listo para venir a mediar en Venezuela… canciller, saque sus narices de Venezuela, canciller español: ¡fuera de aquí!, canciller español, impertinente. A Venezuela se respeta… Señor, no venga a mediar en Venezuela, vaya a las calles a responderle a la clase obrera española que ustedes le han quitado los derechos al trabajo, al salario, a las pensiones… Nosotros queremos mandarle un saludo especial a la clase obrera española porque tienen que salir a la calle a luchar por lo que la derecha fascistoide le está quitando”. Posteriormente, el ministro venezolano de Exteriores, Elías Jaua, dijo que García-Margallo era “muy ligero” en sus manifestaciones y que “El canciller español debe ubicarse: aquí ni se necesita ni le ha sido requerida a España ni a ningún país del mundo una mediación en Venezuela”.
Al margen de la doble vara de medir de las autoridades venezolanas, que consideran injerencia cualquier cosa que se diga u opine sobre su país, pero no lo que ellos dicen sobre los demás, aunque sea de grueso calibre, no deja de sorprender la virulencia de su reacción. Es evidente que ésta se explica por el nerviosismo provocado por la situación postelectoral creada tras el cuestionado triunfo de Maduro y la necesidad de radicalizar el discurso del gobierno para mantener unidas las filas del chavismo. Sin embargo, los excesos verbales están comenzando a pasar factura, con una creciente pérdida de apoyos internacionales. De momento, ningún gobierno latinoamericano ha cuestionado el triunfo de Maduro ni criticado la violencia desatada por algunas de sus medidas, pero es innegable el malestar que comienza a palparse en sectores de algunas cancillerías, como la mexicana y la brasileña.
Con el fin de reducir la tensión, García-Margallo recalcó en Miami que las relaciones entre España y Venezuela se basan en el “respeto mutuo” y rechazó pronunciarse sobre las declaraciones de Maduro. Concluyó señalando que “las decisiones de Venezuela le corresponde adoptarlas al pueblo y a la sociedad venezolana”. Pese a sus declaraciones conciliadoras, la relación bilateral está muy afectada. Sin embargo, el gobierno venezolano no carga las tintas únicamente contra España, ya que las desmedidas reacciones bolivarianas afectan a todo aquél que intente introducir una pizca de racionalidad en el conflicto venezolano.
Esto ocurrió recientemente con Perú, que ostenta la presidencia pro témpore de Unasur. El presidente Ollanta Humala convocó una Cumbre extraordinaria del grupo para convalidar el resultado electoral y respaldar a Maduro, aunque le exigió un esfuerzo para impulsar el recuento de votos, lo que finalmente no se produjo. A comienzos de mayo, el ministro de Exteriores Rafael Roncagliolo dijo que Perú promueve un pronunciamiento de Unasur invocando al diálogo y tolerancia en Venezuela “para resolver los problemas que ha dejado el reciente proceso electoral”. El ministro aludió al segundo punto de la declaración de Lima el pasado 18 de abril, que “consiste en pedir que haya en Venezuela un clima de diálogo y tolerancia, pedido que mantenemos, pedido que yo reitero. Nos parece fundamental para los venezolanos y para la región que pueda establecerse un clima de diálogo, de tolerancia y de respeto mutuo”.
Otra vez unas palabras conciliadoras fueron vividas como una injerencia y una agresión, por ello la dura respuesta venezolana no se hizo esperar. Maduro llamó a consultas a su embajador en Perú por unas declaraciones consideradas “injerencistas”, y en tono amenazador apuntó: “Ud. se equivocó canciller del Perú; se equivocó, ha cometido el error de su vida, Roncagliolo”. Luego agregó: “Espero que no sea la posición del Gobierno de Ollanta Humala, pero yo debo decir claramente al canciller del Perú que no se meta en los asuntos internos de Venezuela… No ha consultado con Venezuela lo que acaba de declarar. Por favor, así no es. Puede ser usted canciller del Perú, compañero Roncagliolo, yo lo conozco bien a usted, pero usted no puede opinar de Venezuela… No acepto esta falta de respeto contra el proceso político y democrático de Venezuela. No la acepto… No aceptamos que nadie se meta en los asuntos internos de Venezuela; a Venezuela se respeta y no nos importa lo que opine el canciller del Perú de Venezuela”. También apuntó que el ministro de Exteriores Elías Jaua enviaría una nota de protesta al gobierno peruano de no presentarse las disculpas correspondientes, nota que no llegó a enviarse.
Pese a la dureza declarativa, las cosas dieron un giro de 180 grados al día siguiente, cuando Maduro dijo: “Recibí al embajador nuestro en Perú. Me trajo informaciones de una conversación con el presidente Ollanta y yo considero suficiente la información y el mensaje que me ha trasladado”. Por eso ordenó el retorno del embajador a Lima (aunque no mencionó que no hubo una petición formal de disculpas, como él mismo había exigido): “Consideramos la página pasada de esta situación que planteamos ayer. Ahora seguiremos desarrollando relaciones de hermandad y de trabajo”. También fue agredido el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) José Miguel Insulza, acusado de “inmoral”, “injerencista” y “cínico” por expresar su “preocupación por la falta de diálogo en Venezuela”.
Si bien la dureza retórica de Nicolás Maduro no es un problema que afecta únicamente a España, no por eso la cuestión es menor. Dada la deriva en la que se encuentra el gobierno chavista es necesario articular una política adecuada respecto a Venezuela, que por un lado evite caer en provocaciones fácilmente aprovechables por la otra parte, que puedan comprometer los intereses españoles en juego, pero sin abandonar la defensa de la democracia y de los derechos y libertades ciudadanas. Se trata de un equilibrio complicado y de una ecuación de difícil resolución, pero de un compromiso más necesario que nunca. Para ello, una vía de acción en la que es necesario profundizar, aunque de forma discreta, es trabajar conjuntamente con otros gobiernos latinoamericanos para impulsar el diálogo en Venezuela, más allá de las absurdas posturas de confrontación del presidente Maduro.