Aunque China lleva al menos una década desarrollando una concepción holística de la seguridad nacional, como se refleja en su Concepto General de Seguridad Nacional, el servicio exterior y los medios chinos se muestran bastante críticos con la política de reducción de riesgos (de-risking) impulsada por la Comisión Europea. Esta estrategia aboga por limitar la dependencia comercial, financiera y tecnológica de actores que no pertenezcan a la Unión, especialmente si las desavenencias geopolíticas y normativas o la distancia geográfica con dichos actores introducen elementos de incertidumbre en los vínculos bilaterales. De esta forma, se espera aumentar la resiliencia de la economía europea y la capacidad de la Unión Europea (UE) para desarrollar su autonomía estratégica abierta y actuar como un actor geopolítico.
La estrategia de reducción de riesgos de la UE no es un desacople disfrazado, como muchas veces se critica desde China. De-risking permite seguir cooperando y apostando por cierto nivel de interdependencia
China es parte fundamental de este debate pues a las evidentes discrepancias geopolíticas y normativas que mantiene con la UE, incluyendo el reforzamiento de su asociación estratégica con Rusia, se añaden unas enormes capacidades y una clara voluntad para impulsar una agenda internacional propia que frecuentemente entra en contradicción con la de la UE. De ahí que estemos en un periodo de redefinición de la estrategia de la UE y de sus Estados miembros hacia China. Aquí la dificultad radica en evitar tanto los costes derivados de una excesiva “segurización” de los vínculos con Pekín, que acabaría con relaciones cuyo beneficio es mayor que el riesgo que se quiere evitar con su supresión, como los peligros derivados de obviar los riesgos asociados a actividades aparentemente benignas. Este mes de mayo ha habido varios acontecimientos que han puesto de manifiesto este dilema: la primera visita de Xi Jinping a Europa tras la pandemia del COVID-19, la imposición unilateral de aranceles preventivos por parte de Estados Unidos (EEUU) a diversos productos chinos claves para la transición verde y la visita de Estado de Vladímir Putin a Pekín.
Estos acontecimientos, y los debates que han generado, han demostrado unas cuantas certezas. En primer lugar, mientras EEUU, por temor a un China shock 2.0, está inclinándose cada vez más hacia el desacople con el gigante asiático, la UE sigue insistiendo en que su estrategia es la de reducir riesgos. El consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, declaró en su día que la estrategia americana en relación a China era la de establecer una política de reducción de riesgos basada en un “patio pequeño y vallas altas”, dando a entender que el desacople sería limitado. Sin embargo, esto no está siendo el caso. Tanto TikTok como los coches eléctricos (con unos aranceles del 100%), como las baterías y los microchips de segunda generación chinos, también se consideran una amenaza poniendo fin a la era de productos baratos provenientes de China y esta deriva proteccionista preocupa en muchas capitales europeas. A diferencia de EEUU (que impone restricciones unilaterales al comercio y las inversiones chinas), la UE intenta reconducir la situación a través de diplomacia e instituciones multilaterales (como la Organización Mundial del Comercio, OMC) mientras se muestra abierta a seguir reforzando vínculos económicos con China a la vez que se buscan unas reglas del juego homogéneas y se reduce dependencia en sectores estratégicos.
Esto lleva al segundo aspecto para tener en cuenta. La estrategia de reducción de riesgos de la UE no es un desacople disfrazado, como muchas veces se critica desde China. De-risking permite seguir cooperando y apostando por cierto nivel de interdependencia. En la reunión que mantuvieron Macron y von der Leyen con Xi quedó evidente que desde Europa se buscan dos cosas: una relación económica más equilibrada con China y reducir la sobredependencia en sectores estratégicos, algo que China ya lleva haciendo muchos años y lo continúa desarrollando con su estrategia de doble circulación, que se podría considerar la versión China de la autonomía estratégica (abierta). Lo que preocupa en Europa es la sobredependencia, no la presencia de China per se. Se reconoce que China es un socio eficiente para la transición verde. Un claro ejemplo es que las inversiones chinas en el coche eléctrico son bienvenidas, tanto en Francia, como en Hungría, como en la propia España. En la inmensa mayoría de sectores las puertas de Europa están abiertas para China como actor, pero no como actor hegemónico. Hay que evitar la experiencia de los paneles solares, ya que hoy en día el 80% de los paneles usados en la UE y el 90% de los que importa vienen de China.
¿Cómo se logra eso? Esta es la tercera consideración importante en la actual fase del triángulo estratégico entre EEUU, la UE y China. Por ahora la visión dominante en Europa es que el proteccionismo no es la solución. Llama la atención que la Comisión Europea, por primera vez, haya iniciado una investigación antisubsidios contra China por iniciativa propia. La industria del automóvil europea no se lo ha pedido porque sabe que depende de un marco regulatorio abierto a nivel internacional para seguir prosperando. La gente del sector además reconoce que hay cierta inconsistencia en denunciar los subsidios en China, cuando existen subsidios también en Europa y en EEUU (el Acta de Reducción de Inflación con sus obligaciones de Buy American es un claro ejemplo); y cuando dos tercios de los coches eléctricos importados desde China son de marcas americanas o europeas que, en parte, se han beneficiado de esos subsidios. Las distorsiones en el mercado hay que atajarlas y cierto nivel de aranceles puede que esté justificado, sobre todo si esos coches se producen con una huella de carbón muy alta en China, pero cerrar las puertas al coche eléctrico chino podría ir en contra del objetivo último de acelerar la transición energética. Un arancel compensatorio aumentaría el coste de un coche chino en por lo menos 10.000 euros. Teniendo en cuenta que cada año se deberían vender dos millones de coches eléctricos, esto supondría un coste al consumidor europeo de 20.000 millones de euros.
Lógicamente, hay que velar por los intereses de los consumidores, pero también de los productores y de toda la cadena de valor asociada al coche, y esto es especialmente relevante para España como segundo productor y exportador de vehículos de la UE. Al igual que sucedió con Japón en los años 80, la presión política hará que China empiece a producir coches eléctricos en Europa, y en España en particular. La clave va a estar en el reparto del valor añadido. El impacto para la industria europea y española será mucho más positivo si las fábricas de las marcas chinas en el Viejo Continente recurren a la cadena de valor auxiliar local en vez de la que han construido en China. Por otro lado, también hay que tener en cuenta la presión de EEUU para que Europa siga su línea más proteccionista. La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, ya ha pedido explícitamente que la UE se sume a los aranceles americanos contra la sobrecapacidad china. Y es muy posible que, en un futuro próximo, desde Washington, se alegue que los datos que se generen con los coches eléctricos, y en los puntos de recarga de estos, no estén en manos de empresas chinas por seguridad nacional. Esto nos llevaría ya a una política de bloques, donde China se consideraría definitivamente como un rival geopolítico cuya presencia en Europa se vería con sospecha en muchos ámbitos de la economía.
De hecho, la difusión de un comunicado conjunto entre Putin y Xi durante la visita de Estado del presidente ruso a Pekín por el 75 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas bilaterales ha servido para que resurjan las voces que alertan de la conformación de un eje anti-occidental, al que también se sumarían países como Corea del Norte e Irán. Desde esta perspectiva, estaríamos en un mundo que avanza a pasos agigantados hacia la división en bloques geopolíticos, uno encabezado por EEUU, centrado en mantener el orden internacional vigente, y otro bloque revisionista liderado por China. La conclusión lógica ante tal supuesto y alarmante escenario sería impulsar el desacoplamiento económico de actores que se consideran abiertamente hostiles. Sin embargo, como apunta un exembajador estadounidense en Ucrania, John. E. Herbst, China no quiere alinearse completamente con Rusia, entre otras cosas, por la enorme relevancia de sus lazos económicos con Occidente.
En este sentido, parece que las sanciones contra compañías chinas y los reiterados mensajes lanzados por la diplomacia estadounidense y europea para que China reduzca su contribución al esfuerzo bélico ruso han dado sus frutos. China sigue sin proporcionar armamento a Rusia y el volumen de las exportaciones chinas de componentes de doble uso cubiertos por el mecanismo de control de exportaciones occidental, que son clave para el funcionamiento de la industria militar rusa, ha caído de manera sostenida a lo largo de 2024. Según un informe del Carnegie Endowment for International Peace, el valor mensual de dichas exportaciones se ha reducido a la mitad en lo que va de año, pasando de 600 millones de dólares en diciembre de 2023 a algo más de 300 millones en abril de 2024. Además, Xi se comprometió con Macron a monitorizar las exportaciones chinas de doble uso a Rusia.
En el ámbito diplomático el apoyo chino a Rusia también es limitado. China no reconoce como territorio ruso ni la península de Crimea ni ninguno de los territorios controlados por Rusia durante la actual guerra. Además, China participó en las conversaciones de paz para Ucrania celebradas en Arabia Saudí en agosto de 2023 y se está planteando participar en las que se celebrarán en Suiza el próximo junio, a pesar de que ambas iniciativas han sido auspiciadas por Ucrania y Rusia no ha sido invitada. En el contexto actual, más que ser una reacción a un supuesto eje Pekín-Moscú, un desacoplamiento entre las economías occidentales y la china no haría más que favorecer la creación de dicho eje, aumentando los incentivos para que Xi profundizara su asociación con Rusia. Como indica un reciente informe comisionado por el Parlamento Europeo: “La UE no debe perder de vista la influencia que proporciona esta interdependencia y el efecto que podría tener en las acciones de China si se utiliza con prudencia, especialmente con el objetivo de mantener la paz en la región.”
En cualquier caso, aunque se mantuviera dentro de la UE el consenso favorable a una política de reducción de riesgos frente a China, como se alerta en el próximo informe de la European Think-tank Network on China, su implementación puede verse gravemente lastrada por las diferentes visiones existentes entre los Estados miembros sobre cómo aplicarla y la falta de una estrategia actualizada hacia China dentro de la UE. El rechazo del canciller Scholz de la invitación realizada por Macron para sumarse a la reunión que el presidente francés y la presidenta de la Comisión Europea mantuvieron con Xi en París ha evidenciado este problema. De ahí que, tras las elecciones europeas de junio, las instituciones de la Unión deberían generar una nueva estrategia hacia China.