A la espera de conocer si la crisis norcoreana se agravará con el lanzamiento de un misil de medio-largo alcance que, en el peor escenario y si no es interceptado antes, podría alcanzar Guam o sus aguas próximas, o si empezará a resolverse gracias a la actitud de Seúl, relativamente abierta en los últimos días a retomar el contacto con Pyongyang, cabe analizar quiénes son los principales beneficiarios de la retórica belicista sin precedentes de Corea del Norte.
Como es sabido, esa retórica ha sido inusualmente agresiva durante el último mes, además de ser la prolongación de la prueba, con éxito, de un misil balístico intercontinental (ICBM) en diciembre y de la tercera prueba nuclear del país en febrero.
La agresividad ha ido aumentando. Inicialmente, a mediados de marzo, como respuesta a las sanciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de las bilaterales de EEUU, así como a los ejercicios militares conjuntos de Seúl y Washington, Corea del Norte dijo que rompía todos los pactos de no agresión con el Sur y que, por tanto, anulaba el armisticio de 1953, con el que acabó la Guerra de Corea. A finales de marzo, cortó las hotlines telefónicas con el Sur, en protesta contra la política supuestamente continuista de la nueva presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, y amenazó con cerrar el complejo industrial de Kaesong, en el que trabajan 53.000 norcoreanos para empresas del Sur. La comunidad internacional, ingenuamente, no se tomó en serio esa amenaza, porque los salarios de los trabajadores de Kaesong suponen 92 millones de dólares al año, una cantidad importante para un país necesitado de divisas. Pero a principios de abril se cumplió la amenaza y Pyongyang bloqueó primero la entrada y luego forzó la salida de los trabajadores de Kaesong.
Mientras tanto, Corea del Norte, en los primeros días de abril, dijo que reiniciaría la central nuclear de Yongbyon y que pondría sus programas de plutonio y uranio a pleno rendimiento para fabricar bombas nucleares. El día 3 de abril, se supo que Pyongyang había desplazado hasta cinco misiles Musadan, en plataformas móviles, a su región oriental. Tal cosa provocó inquietud en la comunidad internacional, porque esos misiles tienen un alcance de 3.500 kilómetros y podrían alcanzar las bases militares de EEUU en Guam. Además, Pyongyang solicitó la evacuación de las embajadas en la capital del Norte y recomendó a los extranjeros en Corea del Sur que se marcharan.
Como es bien sabido, la retórica belicista exacerbada se conjugó con medidas militares sin precedentes de Corea del Sur, Japón y EEUU, que desplegaron buques con el sistema antimisiles Aegis (ABMD) en el Mar del Este. Además, Japón instaló, especialmente en Tokio, baterías antimisiles PAC-3 y EEUU hizo participar en las maniobras conjuntas con Seúl a bombarderos B-52 y B-2 y a cazas F-22, los dos últimos dotados con capacidad de camuflaje (stealth). EEUU dijo que aumentaría los sistemas interceptores de misiles en Alaska de 30 en la actualidad a 44 en 2017 y que instalaría en Guam el THAAD (Terminal High Altitude Area Defense System).
Los analistas han discutido sobre los beneficiarios de esos hechos. Los argumentos convencionales se expresan de la siguiente manera. En primer lugar, la retórica belicosa le vendría bien al joven Kim Jong-un que, con sólo 30 años, carece de las credenciales militares de su padre y de su abuelo, y que estaría buscando mejorar su perfil en las fuerzas armadas y, de paso, entre la población civil. En segundo término, dicha retórica, desde el punto de vista estratégico, beneficiaría a la propia Corea del Norte, que al crear miedo, podría conseguir, en el caso de que se retomaran la conversaciones a seis bandas (interrumpidas desde 2008), mayor laxitud en la eventual ayuda humanitaria, financiera y energética y en la garantía de seguridad (por ejemplo, con un tratado de no agresión con EEUU), objetivos que persigue desde hace tiempo.
Lo primero es seguramente cierto pero lo segundo es dudoso, porque la comunidad internacional está ya harta del comportamiento de Pyongyang, como demuestra el despliegue militar preventivo de los aliados. Cabe incluso pensar que tal despliegue, si la amenaza norcoreana termina finalmente siendo un bluff, ha sido deliberadamente excesivo. Hasta ahora se creía que Corea del Norte carecía de la capacidad de miniaturizar una cabeza nuclear para instalarla en un misil y que, además, no sabría diseñar y proteger dicha cabeza y el propio misil ante las altas temperaturas de la reentrada en la atmósfera. Sin embargo, un informe difundido a principios de abril de la Defense Intelligence Agency (DIA), adscrita al Pentágono, generó inquietud al afirmar que Pyongyang ya era capaz de lograr la miniaturización precisa (pese a advertir de la baja fiabilidad del proyectil), aunque la mayoría de los analistas cree que no es el caso.
Si el beneficio para Corea del Norte, en unas eventuales pero improbables (por la aparente decisión del país de convertirse en potencia nuclear) nuevas conversaciones, es seguramente nulo, cabe preguntarse qué otro país puede verse favorecido. Y la respuesta es EEUU, especialmente frente a China, lo que no deja de ser paradójico.
El “peligro” norcoreano, a nadie se le oculta, favorece la reorientación de las políticas de seguridad y defensa hacia Asia oriental (el Pacific Pivot). Para los analistas chinos y, más calladamente, para el gobierno de Beijing, no hay duda, primero, que la retórica de Pyongyang no es más de un juego y, segundo, que Washington ha aprovechado la circunstancia para desplegar, en sus maniobras conjuntas con Seúl, armamento sofisticado, como bombarderos B2 y buques con el sistema Aegis. Si parte de ese despliegue se convierte en permanente, China vería seriamente mermada su capacidad de disuasión. Para China, está claro que el Pacific Pivot forma parte de una deliberada estrategia de contención de China, en la que Corea del Norte sería la excusa perfecta. Es más, el secretario de Estado John Kerry, en su visita a Beijing del 13 de abril, dijo que EEUU podría retirar el despliegue si Corea del Norte abandonaba previamente sus pretensiones nucleares. O, lo que es lo mismo, que no lo retiraría mientras Pyongyang insistiese en su idea de convertirse en potencia nuclear.
Se explicarían así las palabras del presidente chino Xi Jingping, quien, el 7 de abril en el Foro de Boao, dijo lo siguiente: “ningún país debería ser autorizado a generar en la región e incluso en el conjunto del mundo el caos por razones egoístas”. La pregunta en este caso es si Xi se refería solo a Corea del Norte o también a EEUU.