Ayer, 25 de febrero, se clausuraron los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno en Pyeongchang, una cita deportiva que será recordada no solo por los hitos del medallero, sino por haber escenificado el aparente deshielo de las relaciones políticas de las dos Coreas. Unas relaciones complejas, cuyo devenir reciente se ha caracterizado por la alternante actitud belicista y conciliadora de Corea del Norte, sujeta a los progresos de su controvertido programa nuclear.
Sin embargo, esta dicotomía discursiva parece haberse inclinado hacia el lado del diálogo desde que Moon Jae-in fuera nombrado presidente de Corea del Sur el pasado mes de mayo. Su llegada a la Casa Azul ha supuesto un cambio en el enfoque de las relaciones surcoreanas con el país vecino. Esta renovada política de acercamiento, que obedece a una de las principales promesas electorales de Moon Jae-in, tiene por objetivo no solo retomar las conversaciones intercoreanas, sino disminuir las tensiones nucleares de la Península.
La asistencia de Corea del Norte a los Juegos Olímpicos de Invierno solo ha sido una pequeña muestra de los frutos del esfuerzo diplomático surcoreano de los últimos meses, que han resultado en varias llamadas al diálogo desde Pyonyang. Así, la semana pasada Kim Jong-un invitaba públicamente a su homólogo surcoreano a una cumbre que tendría lugar en los próximos meses. De celebrarse, ésta se convertiría en la primera reunión oficial entre las dos Coreas en los últimos quince años, así como en el escenario de la primera recepción oficial de un presidente extranjero del mandato de Kim Jong-un.
Sin embargo, detrás del optimismo que ha suscitado este encauzamiento diplomático se esconde la inevitable especulación acerca de las verdaderas intenciones de la administración norcoreana. A pesar de los esfuerzos diplomáticos surcoreanos, Kim Jong-un ha mantenido una retórica cambiante, alimentada por su tensa relación con el gobierno de Donald Trump, aliado de Corea del Sur. Este discurso, frecuentemente belicoso, contrasta con la aparentemente renovada voluntad de diálogo de Pyongyang; lo que lleva a sospechar que existan otros objetivos que estén guiando el amago aperturista de Corea del Norte. Dentro del rango de posibilidades, los objetivos más probables podrían ser los siguientes:
1. Debilitar la unidad internacional contraria al programa nuclear norcoreano
El hilo conductor de las políticas norcoreanas de los últimos años ha sido la protección de su programa nuclear con vistas a convertirse en la potencia “más fuerte del mundo.” Sin embargo, este proyecto ha sido contestado por una cuasi-unánime oposición internacional, unida ante la amenaza creciente del alcance de los misiles norcoreanos.
Sabedor de su aislacionismo y presionado por las continuas sanciones internacionales, la nueva oferta diplomática de Kim Jong-un podría perseguir debilitar una eventual posición conjunta de la comunidad internacional frente a su programa nuclear. Aunque el gobierno de Trump, portavoz informal del bloque opositor , ha dado el visto bueno a las negociaciones vecinales, un acercamiento que no delimite las líneas rojas del programa nuclear de Kim Jong-un podría ocasionar disonancias entre los integrantes del bloque.
Por tanto, este movimiento estratégico de Corea del Norte ha puesto en una doble tesitura a Moon Jae-in. Por un lado, la opinión pública de su país no le perdonaría que desaprovechase esta oportunidad de acercamiento político, dado que estaría faltando a uno de los pilares de su programa electoral. Por otra parte, el presidente surcoreano sabe que el proceso diplomático será escrutado por la administración estadounidense, quién actuará de juez silencioso de los avances de dichas conversaciones. Moon Jae-in es consciente de que dañar su relación con potencias aliadas como Estados Unidos pondría a su país en una situación de alto riesgo si Corea del Norte cambiase su parecer diplomático. Por tanto, el presidente surcoreano tendrá que equilibrar la búsqueda del beneficio nacional de su política “National Interest First” con los intereses de sus socios internacionales.
2. Minimizar el impacto de las sanciones económicas
Sin embargo, más allá de haber situado al presidente surcoreano en una delicada encrucijada política, es posible que el objetivo principal de Corea del Norte sea aliviar las presiones económicas de las sanciones internacionales. La dureza de dichos correctivos y la amenaza real de estanflación en la economía nacional han obligado al gobierno norcoreano a prevenir futuras sanciones. Por ello, los juegos Olímpicos de Pyeongchang se han convertido en un calculado escenario de marketing, en el que la comitiva presidida por la hermana de Kim Jong-un se ha afanado en ofrecer la imagen de una Corea del Norte dialogante y cercana. Sin embargo, cabe plantearse si este aperturismo oportunista persigue a su vez una prórroga económica para terminar de financiar el programa nuclear norcoreano.
Aunque es imposible predecir cuáles serán las consecuencias a medio plazo de este acercamiento político, el apoyo popular que han recibido los primeros gestos diplomáticos evidencia que una parte de la población anhela volver a ver una Corea unificada. Un deseo que ha sido simbólicamente complacido mediante el desfile de una única bandera para ambos países en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos.
Sin embargo, esta concesión simbólica dista mucho de implicar que se esté contemplando la reunificación de ambos países. El entusiasmo mediático y el optimismo de los defensores de una renovada Sunshine Policy no deben distorsionar la realidad de la península Coreana. Hoy por hoy, el programa nuclear de Kim Jong-un sigue amenazando la estabilidad de la región y las diferencias ideológicas y políticas resultan obstáculos considerables para la diplomacia intercoreana. El tiempo dirá si, al menos, esta oportunidad de diálogo consigue reducir las tensiones en la región y permite avanzar hacia un nuevo escenario de cohesión.