Como nos tienen habituados, los mercados del petróleo reaccionaron con fuertes subidas a la enésima escalada de la tensión geopolítica en Oriente Medio. El 3 de enero, tras el ataque estadounidense contra Soleimani, el precio del barril de Brent alcanzó máximos desde el pasado septiembre, cuando se disparó por el ataque a la planta petrolera de Abqaiq y al yacimiento de Khurais, en Arabia Saudí. Los precios volvieron a subir con fuerza el 8 de enero, tras el ataque iraní con misiles a dos bases iraquíes que albergan militares estadounidenses. Sin embargo, los mercados se tranquilizaron al comprobar que, por el momento, las represalias iraníes se dirigían contra objetivos militares y no contra instalaciones o corredores energéticos que impliquen interrupciones en el suministro de crudo. En el momento de escribir este post (9 de enero), los precios habían vuelto a los niveles previos al ataque estadounidense, incluso algo por debajo. Esta “normalización” de los precios no resulta sorprendente: mientras que el ataque de septiembre inutilizó una capacidad de tratamiento de 7 millones de barriles diarios y un campo petrolero que producía un millón y medio adicional, por el momento ni un solo barril se ha visto afectado por la escalada.
A la pregunta de cuál será el impacto sobre los precios del petróleo, la respuesta es tan habitual como insatisfactoria: depende. Depende del alcance y naturaleza de eventuales futuras represalias por ambas partes, en su caso; de si éstas derivan en una escalada en espiral o si como parece se impone una cierta contención; de las consecuencias internas en Irak e Irán y el conjunto de Oriente Medio; y del comportamiento de otros actores y la evolución del propio mercado del petróleo. Las variables son tantas, y sus interacciones tan complejas y variadas, que cualquier pronóstico tiene más de juego de azar que de previsión determinista. Pero un buen diseño del juego puede ayudar a la identificación de escenarios y una asignación probabilística del riesgo. Así, los efectos sobre los precios del petróleo del asesinato del general Soleimani podrían caracterizarse como una tirada a cara o cruz: si sale cara subirían con fuerza acercándose e incluso superando los 100 dólares por barril, pero nuestra apuesta es que saldrá cruz y los precios se mantendrán en el intervalo de 60 y 80 dólares por barril.
La tirada podría salir cara, incluso carísima, en función del tipo de represalias de segunda ronda adoptadas por Irán y Estados Unidos, así como de otros países afectados. El peor escenario sería un cierre del estrecho de Ormuz, por el que transitan más de 20 millones de barriles diarios de petróleo, más del 30% del petróleo transportado por vía marítima, además de alrededor del 25% de la oferta mundial de Gas Natural Licuado. Ello llevaría a una confrontación abierta con Estados Unidos y otros productores del Golfo Pérsico de consecuencias muy graves sobre los precios del petróleo y la economía mundial, aunque llegados a ese punto las consideraciones económicas serían de segundo orden. También ocasionaría fuertes aumentos de precio un nuevo ataque que destruyera infraestructuras energéticas clave en Arabia Saudí o alguno de sus aliados del Golfo, especialmente grandes yacimientos, terminales de exportación o complejos petroquímicos como el de Abqaiq. Al igual que en septiembre, y a diferencia de un cierre de Ormuz, sería complicado asignar una responsabilidad clara y directa a tales acciones. Las represalias podrían consistir en ciberataques, cada vez más empleados en la región, y a los que el sector energético es especialmente vulnerable, en cuyo caso serían incluso más difíciles de atribuir.
Un escalón por debajo en términos de impacto en los mercados estaría el escenario de ataques esporádicos a petroleros, como los ocurridos en los últimos meses, o a otras instalaciones menores. Los temores a nuevos ataques pueden elevar los precios de los seguros y de los fletes, y obligar a aumentar el gasto en seguridad de los operadores, como ya sucedió el año pasado. El deterioro de la situación en Irak también conllevará costes para el sector petrolero, como la salida de los trabajadores extranjeros de las compañías internacionales (Chevron ya los ha repatriado), el aumento de los costes de seguridad en las instalaciones y, a medio y largo plazo, el retraimiento de las inversiones internacionales.
The consequences of Gen. Soleimani’s death will be felt in the wider Middle East for years. How will Iran respond, and what are the risks for Iraq, the wider region and the oil market? Read the latest memo from our Research & Advisory team: https://t.co/ZUInMvRs85
— Energy Intelligence (@energyintel) January 7, 2020
Como ya se ha avanzado, y pese a todo lo anterior, este post apuesta por que saldrá cruz y los precios se mantendrán en el nivel de los últimos dos años. De hecho, en los últimos días, algunos analistas han subido sólo moderadamente sus previsiones de precios para 2020, caso de Morgan Stanley (de 60 a 65 dólares por barril) o Citibank (de 56 a 61), mientras que JP Morgan la ha mantenido en 64,5 dólares. Aunque los mercados repliquen a corto plazo la volatilidad de los acontecimientos geopolíticos, unas posibles represalias adicionales iraníes no tienen por qué afectar necesariamente al sector energético. El cierre de Ormuz no está en el interés de Irán, tanto por consideraciones estratégicas como económicas. Estratégicamente alienaría a sus ya escasos socios y clientes, caso de China, y además la respuesta militar de Estados Unidos sería fulminante. Desde la perspectiva económica, un país como Irán cuyo PIB ha caído un 9,5% en 2019, según el FMI, no puede permitirse renunciar a la única fuente de ingresos que le queda. Parecen más probables los ataques a instalaciones, especialmente ciberataques, y a petroleros. Sin embargo, este 7 de enero el Joint War Committee de Lloyd’s y la International Underwriting Association de Londres decidió que por ahora no se habían producido “cambios dramáticos” en el nivel de riesgo de la seguridad marítima, ya muy elevado.