Los datos disponibles revelan que estamos muy lejos de la meta de igualdad entre hombres y mujeres. Las proyecciones indican que, si no se actúa, tardaremos 300 años en lograrlo. Ningún país ha alcanzado aún la igualdad plena y efectiva. Sólo en 21 países del mundo (todos ellos integrantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos – OCDE) existe paridad jurídica entre las dos mitades de la población, según datos del Banco Mundial. Las mujeres son sólo el 26% de los parlamentarios, el 21% de los ministros y el 14% de los jefes de Estado y de gobierno electos, según datos de ONU Mujeres. La brecha y la segregación salarial sigue estando en una media del 23%; la violencia de género afecta al 33% de las mujeres; y el reparto de las tareas domésticas y de cuidados sigue siendo desfavorable a las mujeres (que dedican entre una y tres horas más que los hombres a las tareas domésticas y entre dos y 10 veces más de tiempo diario a la prestación de cuidados a menores y personas mayores y enfermas).
Los datos de seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) señalan que no estamos en el buen camino para alcanzar la igualdad en 2030. La superposición de los efectos de la pandemia, la emergencia climática y los conflictos geopolíticos amenazan los avances; y los retrocesos en materia de salud sexual y reproductiva, entre otros, reducen todavía más las perspectivas. Los niveles de violencia contra las mujeres siguen siendo altos y se han incrementado por las múltiples crisis, sobre todo para las mujeres y niñas más vulnerables. La representación de las mujeres en los cargos de poder y toma de decisiones se mantiene lejos de la paridad. Adicionalmente, se dispone únicamente del 47% de los datos necesarios para supervisar el progreso. Lo que no se mide resulta invisible y no se puede cambiar.
El potencial transformador de la tecnología y la digitalización no sólo choca con la desigualdad de género preexistente, sino que además corre el riesgo de perpetuar las dinámicas actuales de dicha desigualdad.
Hemos visto en la pandemia cómo el acceso a la educación online marcaba una línea adicional de vulnerabilidad y de exclusión, mostrando descarnadamente, entre otras, las brechas digitales. Un futuro digital equitativo requiere incluir a las dos mitades de la población.
Algunos datos sobre la situación actual: un 37% de las mujeres de todo el mundo no tiene acceso a internet y las mujeres apenas ocupan el 22% de los puestos en Inteligencia Artificial (IA). Las mujeres y las niñas siguen estando infrarrepresentadas en al ámbito de la creación, el uso y la regulación de la tecnología. Y tienen una probabilidad mucho mayor de sufrir violencia y acoso online. Durante la última década, la exclusión de las mujeres del mundo digital ha restado un billón de dólares del PIB de los países de ingresos medianos y bajos. Se calcula que, en 2050, el 75% de los trabajos estarán relacionados con las áreas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas por sus siglas en inglés).
En España, según un estudio del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) sobre la brecha digital de género, si bien apenas hay diferencias entre hombres y mujeres en aspectos como el uso de internet y el teletrabajo, persisten brechas en el mercado de trabajo de especialistas en Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) –entre los cuales sólo el 19,4% son mujeres–, la formación STEM (12 graduadas por cada 1000 habitantes frente a 29 graduados), o el posicionamiento ante conductas inapropiadas en la red (ocho de cada 10 mujeres creen que las situaciones de violencia sexual en internet están bastante o muy extendidas, frente a seis de cada 10 hombres que lo piensan). Además, las mujeres representan el 70,3% de las víctimas de delitos sexuales online.
La Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas se centra en el desafío (y la oportunidad) digitales. Y también es el tema clave de este 8 de marzo. Como señala ONU Mujeres, la tecnología puede exacerbar las desigualdades existentes o puede trabajar a favor de sociedades más justas y equitativas. Para lo segundo, la Organización de las Naciones Unidas plantea cuatro recomendaciones que apelan al conjunto del ecosistema digital (gobiernos, empresas y sociedad civil en su conjunto):
- Cerrar todas las brechas en materia de acceso y competencias digitales (el 63% de las mujeres tiene acceso a internet, frente al 69% de los hombres, brecha que se ensancha en los países menos desarrollados). No se trata sólo de mejorar las infraestructuras digitales, sino también el acceso a la electricidad, la privacidad y la seguridad online, las normas sociales, y la alfabetización y las competencias digitales. Hoy, sólo la mitad de las políticas o planes generales nacionales sobre TIC hacen referencia al género.
- Apoyar a las mujeres y las niñas en áreas STEM. Las mujeres representan el 28% de las personas graduadas en ingeniería, el 22% de quienes trabajan en IA y menos de un tercio de la fuerza laboral en el sector tecnológico en términos globales. Sin una representación igualitaria, la participación de las mujeres en el diseño de la tecnología, la investigación, las inversiones y las políticas seguirá estando seriamente restringida. También su acceso a empleos bien remunerados. Los estereotipos sobre qué personas están más o menos capacitadas para las disciplinas STEM tienen un peso enorme y disuaden a las niñas de elegir estos campos. Y esto se perpetúa: quienes deciden entrar, sufren brecha salarial y casi la mitad afirma haber sufrido acoso en el lugar del trabajo. Hasta ahora, la mayoría de las iniciativas se han centrado en el supuesto desinterés por las disciplinas (alimentando la idea de que las mujeres no tienen interés real o talento para la ciencia, la ingeniería, las matemáticas y la tecnología) en lugar de en los sistemas que las excluyen. El acceso universal de banda ancha en las escuelas puede aumentar la exposición de las niñas a los campos STEM, en particular de las más vulnerables; pero también son necesarias leyes contra la discriminación salarial y sistemas de protección social que resuelvan, entre otros aspectos, el desequilibrio entre hombres y mujeres respecto a las cargas de trabajo doméstico y de cuidados.
- Crear una tecnología que satisfaga las necesidades de las mujeres y las niñas. La tecnología es un reflejo de las personas que la crean. Además, las brechas de acceso digital implican que las mujeres generan menos datos que los hombres. Un estudio global que ha analizado 133 sistemas de IA creados desde 1988 ha desvelado que el 44% presentan sesgos de género, lo que se traduce, además de en servicios que no responden a las necesidades, en la perpetuación de estereotipos.
- Acabar con la violencia de género facilitada por la tecnología. En el universo digital, la violencia de género obliga a las mujeres y niñas a autocensurarse y a abandonar plataformas. La creciente importancia de los medios sociales como espacios esenciales para socializar y organizarse los ha convertido también en un lugar clave para difundir desinformación basada en el género, discursos de odio sexistas y otros mensajes que minan la capacidad de expresión y actuación online de las mujeres. Las mujeres con proyección pública se exponen a niveles muy superiores de discursos de odio y otras formas de violencia que sus homólogos masculinos. No existe una definición formal ni reglas o normas mundiales coherentes sobre la violencia de género online, que apenas se denuncia. La capacitación sobre ciudadanía digital ayudaría a abordar la violencia, a promover un uso ético de los medios digitales y a formar también a los hombres y los niños como defensores de la igualdad de género.
Si no se avanza cerrando las brechas, la digital será la nueva cara de la desigualdad entre hombres y mujeres. Lograr un futuro digital equitativo es cuestión de género. Y la digitalización puede ser una palanca y un acelerador imprescindibles para lograr la igualdad.
Imagen: Desarrolladora de software. Foto: wocintechchat.