Cuando Barack Obama ganó en 2008 se erigió entonces como un líder capaz de transformar la política estadounidense. Además, aprovechando un incipiente nuevo mapa electoral incorporó nuevos votantes a su partido imponiéndose en estados como el de Virginia, en manos republicanas desde 1964. Cuatro años después se convirtió en el primer demócrata desde Roosevelt en 1944 en ganar más del 50% de la votación popular en una reelección.
Hoy, a poco más de una semana para las elecciones midterm, Obama parece moverse en un espacio político mucho más restringido. Una serie de crisis domésticas y exteriores y algún que otro error han derivado en desilusión en el electorado y descrédito de su imagen. Para los más liberales, el presidente demócrata no ha cumplido sus promesas en materia de inmigración y cambio climático, y no ha lidiado con los crecientes problemas de desigualdad económica. Para los moderados e independientes, el malestar y disconformidad está en la manera en la que ha gestionado la implementación del Obamacare, los problemas de la economía y la respuesta a la amenaza del Estado Islámico (EI).
Es cierto que acostumbra a haber diferencias en los electores de los comicios de la mitad de legislatura. Suelen ser más mayores, más conservadores y de menor diversidad racial que en las presidenciales; es decir, más electorado republicano. Y además todo indica que la votación del 4 de noviembre no será como la de 1994 cuando los republicanos se hicieron con el control del Congreso, o la de 2006 cuando los demócratas se impusieron a Bush. En ambos casos los votantes fueron movilizados con la idea de que era una gran oportunidad para sus respectivos partidos.
Ahora hay mucho menos entusiasmo aunque hay algo más de fervor entre los republicanos que los demócratas. Los primeros tienen asegurada la Cámara de Representantes en la que ya disponen de una mayoría que presumiblemente aumentarán. Y todo indica que el Senado pasará del azul al rojo. No obstante, esta es una carrera electoral en la que ninguno de los partidos parece estar en muy buena forma. Ambos se enfrentan a cambios, problemas y divisiones internas.
Pero no es el poco entusiasmo lo que llama la atención en estos comicios, sino que los candidatos demócratas traten de distanciarse del propio presidente y de su partido. “For Colorado Democratic Sen. Mark Udall to keep his seat, he’ll have to prove that he stands for the Colorado way, not the Obama way or the Democratic way”. Son palabras del actual secretario del Interior, Ken Salazar, que se pueden hacer extensibles al sentir de otros líderes demócratas. Aquellos que están inmersos en campañas en estados mayoritariamente conservadores evitan que el presidente participe; Colorado, Carolina del Norte y Virginia, carreras cruciales para los demócratas y cuyo panorama demográfico incluye jóvenes, minorías y mujeres – precisamente el cocktail ganador de Obama – prefieren tenerle lejos. Pero hay más. Alison Lundergan Grimes, candidata demócrata en Kentucky, ante la pregunta de a quién había votado en 2008 y en 2012 se negó a responder, alegando la privacidad del voto. Y no fue la única.
Sin embargo, Obama ha tratado de reivindicarse y en un discurso en la Universidad de Northwestern declaró que sus políticas también se la juegan el 4 de noviembre ( “I am not on the ballot this fall. But make no mistake: these policies are on the ballot. Every single one of them«). Sin perder un segundo, los republicanos utilizaron sus palabras para lanzar videos enlazando a sus rivales con el presidente, algo que éstos precisamente trataban de evitar. David Axelrod, durante largo tiempo asesor suyo, afirmó que sus declaraciones habían sido un error.
La guinda la ha puesto Leon Panetta, ex director de la CIA y ex secretario de Defensa en las últimas legislaturas demócratas, con la reciente publicación de sus memorias en las que afirma que el inquilino de la Casa Blanca, una vez que toma una decisión no la lucha hasta el final como debiera hacer todo presidente de EEUU.
Con este panorama, todo indica que los republicanos completaran su control del Congreso haciéndose con la mayoría en el Senado, con lo que en los próximos dos años se afilará la lucha entre el Presidente y el Congreso en temas como el presupuestario. Pero mientras, algunos seguidores de Obama tratan de reivindicar su figura. Afirman que no es un presidente cualquiera y de alguna manera están en lo cierto, ya que nadie ha movido las bases como él. Pero le queda poco tiempo y todo apunta a que, en lo que queda de campaña, se centrará en algún que otro discurso sobre la recuperación económica y en recaudar fondos para su partido. A partir del 4 de noviembre, sabremos más.