Hace un siglo, el 18 de enero de 1919, se inauguraba en Versalles la Conferencia de Paz de París, de donde surgieron una serie de tratados con los que se pretendía pasar página de una guerra que habría de poner fin a todas las guerras. Sabemos que no fue así y que esos tratados marcaron profundamente la historia del siglo XX y que sus consecuencias han llegado hasta la actualidad. Pocos días después, el 1 de febrero de aquel año histórico, llegaba a las librerías de Londres y Nueva York Democratic Ideals and Reality, de Halford J. Mackinder, el afamado especialista geopolítico que unos años antes había presentado una serie de teorías sobre la geografía y el poder mundial, que más tarde conocieron una gran difusión durante la época de la Guerra Fría, y que nuevamente parecen revivir con el auge de la Nueva Ruta de la Seda puesta en marcha por China. Cualquier estudioso de la geopolítica conoce los términos de Heartland o de World Island, y que el dominio del mundo pasaría por el control del este de Europa. Durante años militares, diplomáticos y académicos se formaron en estos principios de determinismo geográfico y político, aunque por un breve tiempo, en los primeros años de la Posguerra Fría, el espejismo del fin de la historia llegó a sugerir que estaban desfasados.
El libro de Mackinder no solo pretendía recopilar unas tesis geopolíticas sino advertir a los diplomáticos reunidos en Versalles del contraste entre los ideales de las naciones libres, vencedoras de los imperios autoritarios, y la realidad de una paz que se adivinaba precaria. El ejemplar que poseo de esta obra está un tanto desgastado, pues es de 1962, y es una edición agotada. En cambio, en los últimos años se han multiplicado las ediciones y reimpresiones, incluida una versión en chino de 2015, que tarde o temprano tenía que aparecer, sobre todo si se quiere interpretar como el cumplimiento de una especie de profecía que afirma el final de Europa como centro de la historia y su sustitución por Eurasia. Cuando empecé a leer Democratic Ideals and Reality, pensé que me iba a encontrar exclusivamente con una disertación, un tanto mecanicista, sobre el dominio territorial, el poder asociado con el control de los mares y los continentes, como si se tratase de un tablero de ajedrez. En efecto, las descripciones geográficas y las consideraciones sobre si la historia de los pueblos podría haber sido de una u otra manera en función del relieve o la hidrografía, están presentes en los primeros capítulos del libro, pero, a mi juicio, no me parecen lo más interesante. Sin embargo, estoy seguro de que la mayoría de los actuales interesados por Mackinder solo tiene en cuenta sus teorías clásicas. Por el contrario, yo comparto el criterio de un político británico de principios del siglo XX, Leo Amery, que decía que el dominio mundial no depende de si un país está en el centro de un continente, o simplemente es una isla. Frente a ese determinismo, lo que cuenta es la capacidad científica y tecnológica de ese país, con independencia de su tamaño.
Halford J. Mackinder atribuiría en 1943 el fracaso del sistema de Versalles a la falta de coordinación entre las tres grandes democracias: EEUU, Gran Bretaña y Francia. Cada una atendió a sus intereses cortoplacistas y no supo prever lo que estaba sucediendo, o iba suceder, en Alemania y Rusia. Nuestro autor recordó además que un siglo antes, tras la derrota de Napoleón en Waterloo, hubo quienes creyeron que la paz llegaría por el cansancio de los hombres por las guerras. No sucedió eso, pues los cambios económicos y sociales, o el ascenso de los nacionalismos y los imperialismos fueron mucho más poderosos que todas las iniciativas, públicas y privadas, para la prevención de la guerra.
Mackinder era de los que creían en la naturaleza pacífica de las democracias liberales, pero eso no era obstáculo para que afirmara algo tan real en 1919 como en 2019: las democracias rechazan pensar estratégicamente a no ser que se vean obligadas forzosamente a atender a sus necesidades defensivas. Hace un siglo, algunos concebían la naciente Sociedad de Naciones como una especie de liga de las democracias, aunque distaba mucho de serlo. En cambio, hoy apenas existen llamamientos para que las democracias se concierten en la escena internacional. Un concierto de las democracias se puede asociar incluso con Occidente, pero el Occidente que hemos conocido, el que hizo acto de presencia en 1917 con la intervención de EEUU en la Primera Guerra Mundial, está en crisis, mucho antes de la llegada de Donald Trump. Lo de las democracias occidentales suena casi a lenguaje de otro tiempo, pues la geopolítica, y la geoeconomía, más hobbesianas que kantianas, son componentes esenciales de la actual dinámica de las relaciones internacionales.
En su libro de 1919, Mackinder, presunto defensor del determinismo geográfico, sorprende por su afirmación de que solo se puede guiar a la humanidad por la atracción de los ideales. Se permite incluso mencionar la famosa cita de Shakespeare en Julio César, cuando Casio le dice a Bruto que la culpa no es de nuestras estrellas sino de nosotros que consentimos en ser inferiores. También afirma que los seres humanos solo serán dueños de sí mismos cuando no sean esclavos de la geografía del mundo. En efecto, existen discursos basados en los mapas que solo sirven para enmascarar realidades más complejas. Sin embargo, la geopolítica no suele hablar de las fragilidades de los poderosos, pero la psicología y la antropología modernas nos enseñan que éstas existen, pese a que los gobernantes hagan ostentación de su dominio material. No es casual que el último capítulo de Democratic Ideals and Reality se refiera a la libertad de los hombres, y es una continuación del capítulo anterior dedicado a la libertad de las naciones. En el momento en que Mackinder concede un lugar privilegiado a la libertad de los seres humanos, sus teorías no están abocadas al fatalismo geográfico. No predica la adaptación de los ideales democráticos a la realidad, sino que insiste en que la realidad no puede desentenderse de los ideales democráticos.