Los acontecimientos que se están viviendo en Ucrania en los últimos meses no son más que la punta del iceberg de un problema que se arrastra desde hace ya algunos años. Ucrania es un país dividido y enfrentado entre los ucraniano-parlantes que habitan la zona oeste del país y los rusófonos que se concentran en el este y sur del mismo.
Podríamos remontarnos a noviembre 2004 para comprender la situación actual. Entonces tras la salida del gobierno de Leonid Kuchma, acosado por el escándalo Kuchmagate, el Primer Ministro y delfín político se presentaba a las elecciones presidenciales. Tras acusaciones de fraude electoral una marea naranja, liderada por el duo Yushenko/Tymoshenko, tomaba la Plaza de la Independencia en Kiev. Nacía pues la Revolución Naranja. Tras meses de resistencia y tres elecciones, Víktor Yushenko se convertía en Presidente y Yulia Tymoshenko en Primer Ministro respectivamente. Ucrania cambiaba su política exterior para acercarse a Occidente con el objetivo de integrarse en la Unión Europea y en la OTAN. Sin embargo, los problemas económicos y la dependencia energética de Rusia dificultaron dicha tarea.
Este periodo generó grandes tensiones entre los occidentalistas de Tymoshenko y los Eslavófilos de Yanukovich quien en 2010 convertiría en el nuevo en Presidente de Ucrania. Desde entonces, Ucrania ha puesto su centro de gravedad en Moscú frenando los avances realizados en la OTAN y en la UE.
El pasado diciembre, la chispa volvió a prender la mecha del descontento social. Yanukovich optaba por firmar un acuerdo comercial con Rusia descartando el acuerdo de cooperación con la UE o que generó protestas. La reacción de Yanukovich no pudo ser menos hacer acertada. Frente a las demandas de la población optó por la represión lo que provocó una radicalización de las mismas. Los manifestantes reunidos en la Plaza de la Independencia ya no centraban sus protestas en quien debía ser el socio comercial de referencias sino que ahora querían la dimisión de Yanukovich como Jefe del Estado.
Verdaderamente, Ucrania se ha convertido en un serio problema para las relaciones entre Moscú, Bruselas y, en menor medida, Washington. Por un lado, Moscú se encuentra en una situación muy complicada porque a nivel interno la sociedad rusa presiona a Vladimir Putin para que emprenda reformas políticas. De hecho, el Kremlin ya ha adoptado algunas medidas como la liberación de Khodorkovsky y de las Pussy Riot que bien recuerdan a episodios que protagonizaron Sholzhenitsyn o Bukovsky. Sin embargo, Putin necesita que en Ucrania no triunfen los manifestantes ya que el efecto imitación podría ser muy peligroso, especialmente en un momento como el actual de gran exposición mediática. Para complicar más las cosas, la economía rusa no termina de funcionar. Al igual que ocurría durante la Perestroika, la mayor parte de los productos que se pueden comprar en Rusia proceden del exterior. Esta economía ficticia se mantienen gracias a los altos precios de la energía lo que, por el momento, permite a Rusia mantener las finanzas en positivo. Gracias a este superavit Moscú pudo premiar con 15.000 millones de dólares a Ucrania para hacer más atractiva su oferta comercial. Sin embargo, una reducción de los precios de la energía acabarían con la política exterior de Putin y probablemente con su legitimidad.
Por otro lado, la UE está tratando de impulsar su política exterior evitando la desestabilización de la pieza más importante de su vecindario, Ucrania. La UE ha sido muy contundente con la represión ejercida por Yanukovich y, de hecho, Catherine Ashton ha visitado personalmente a los manifestantes en la Plaza de la Independencia en más de una ocasión. Si bien es cierto que Francia, Suecia, Reino Unido, Polonia etc… se han mostrado partidarios de tomar medidas duras contra Yanukovich las dudas han venido desde el corazón de Europa, Alemania. Mientras que el líder de la mayoría conservadora Schockenhoff y el antiguo Ministro de Exteriores Westervelle han mostrado firmeza con el duo Yanukovich/Putin, el actual responsable exteriores alemán Steinmeier del SPD se ha mostrado mucho más cauto a la hora de decantarse por alguna de las partes.
Mientras tanto y desde la lejanía de Washington el Secretario de Estado norteamericano parece más interesado en las negociaciones de Ginebra que en los enfrentamientos de Kiev. Sólo el vice presidente Biden parece estar verdaderamente implicado en la crisis. En todo caso, lo que es claro es que la “política de reboot” del Presidente Obama no está dando los resultados esperados. A los episodios de Libia y Siria se suma ahora Ucrania, un país profundamente dividido sobre el que sobrevuela el fantasma de una guerra civil que podría contar con la complicidad de la división de Occidente donde los intereses nacionales pesan más que los valores.