Ya han caído las primeras nevadas en Kyiv. Un hecho que, en el contexto de la ofensiva ucraniana iniciada ya hace seis meses y ante el inevitable parón que el invierno impone en el campo de batalla, obliga a mirar con ojos realistas el escenario bélico y político.
Por lo que respecta a Rusia, es obvio que ni ha logrado sacar adelante su plan inicial –una operación relámpago que le permitiera tomar la capital y derribar a Volodímir Zelenski–, ni tampoco una victoria aplastante contra las Fuerzas Armadas ucranianas una vez que dicha operación se transformó en una guerra convencional a lo largo de un frente de más de 1.000km de longitud. Y, asimismo, ya embebidos en esa guerra no ha podido evitar la pérdida de buena parte del territorio que conquistó inicialmente, mientras que en lo que llevamos de año –con unos 400.000 efectivos desplegados en el teatro de operaciones– sus éxitos son muy contados (y ninguno de ellos relevante). Todo ello mientras ha acumulado un macabro saldo de más de 300.000 muertos y heridos, varias rondas de sanciones internacionales y el ostracismo internacional de Vladimir Putin.
Aun así, eso no le impide estar en condiciones de crearle enormes problemas a Ucrania, como acaba de demostrar el pasado día 25 con el masivo ataque con drones armados contra Kyiv, coincidiendo precisamente con la conmemoración del Holodomor (la hambruna que costó más de 1,5 millones de vidas ucranianas en los primeros años 30 del pasado siglo). Del mismo modo, también continúa realizando reiterados ataques en varios puntos de los oblast de Donetsk y Járkov, en los que, abusando de su superioridad demográfica, ha logrado algunos avances, aunque sea a costa de una sangría mortal entre sus propias filas.
Tampoco Ucrania puede presentar un balance mucho más positivo. Es cierto que tanto su población como sus Fuerzas Armadas han demostrado una increíble voluntad de resistencia y una encomiable capacidad de respuesta a la invasión, impulsados por su férreo deseo de recuperar la plena integridad territorial (incluida Crimea). Incluso, gracias en gran medida al creciente suministro occidental de armas muy avanzadas, ha conseguido poner en serios apuros a la flota rusa del mar Negro, batir con drones y misiles objetivos en la propia Crimea y en territorio ruso (incluyendo Moscú), y hasta establecer al menos dos cabezas de puente en la orilla oriental del Dniéper. Logros, todos ellos, casi impensables hace poco tiempo. Pero también hay que reconocer que, tras seis meses de ofensiva, todo parece indicar que los intentos de romper las líneas de defensa rusas y de lograr la expulsión de las tropas invasoras está fuera de su alcance; mientras que ya son más de 200.000 los muertos y heridos, su economía ha sufrido una merma brutal y ni su demografía ni su base industrial le permiten encarar con esperanzas fundadas un conflicto prolongado contra el gigante ruso.
Previsiblemente el invierno va a ralentizar las operaciones a gran escala, abriendo un tiempo en el que, por un lado, no cabe esperar grandes cambios sobre el terreno y, por otro, van a aumentar notablemente las presiones sobre Zelenski por parte de sus principales suministradores y aliados para convencerlo de la necesidad de cambiar sus planes. Al mismo tiempo, el propio Zelenski ya ha dado señales de su temor a que muchos de ellos, empezando por Estados Unidos, se “olviden” de Ucrania tanto por el cansancio que algunos empiezan a mostrar como por la reemergencia de un foco de conflicto tan desestabilizador como el de Palestina, sin olvidar los apuros electorales que Joe Biden va a afrontar en su cercana competencia electoral con Donald Trump.
En definitiva, se dibuja un panorama que se resume en apurar a Kyiv para que acepte pasar de una estrategia ofensiva a otra defensiva y para que se disponga a presentar una oferta de negociación. En el primer aspecto, y con intención de presentarlo en términos positivos, sus promotores buscan convencer a Zelenski de que es mejor que concentre su esfuerzo en mejorar sus capacidades de defensa pensando en el futuro, en lugar de consumir la ayuda que está recibiendo a un ritmo insostenible, sin población y sin industria para aguantar el pulso con Moscú a largo plazo. En esa misma línea, le apuntan que lo fundamental ahora mismo es tratar de reconstruir el país, preparándolo para estar en condiciones de integrarse algún día en la Unión Europea como una democracia consolidada y una economía desarrollada. Aunque no suele aparecer como un argumento destacado, es obvio que esas indicaciones desde las capitales occidentales tienen también muy en cuenta que el consumo de munición y de material militar que se registra por parte de Ucrania es insostenible para los parámetros de la actual infraestructura industrial de defensa occidental.
En cuanto a la oferta de negociación –como si se pudiera ya dar por hecho que Putin la aceptaría– hay que entender que supondría una expresa renuncia a recuperar todo el territorio perdido desde 2014, una idea difícil de digerir tanto para el propio Zelenski como para una población tan castigada. Complicada, muy complicada papeleta para un presidente al que se le agota el tiempo y el margen de maniobra.