Las relaciones entre Turquía y la Unión Europea (UE) están en una fase desafiante. Ambas partes están priorizando su política doméstica debido a que tienen citas electorales importantes a futuro, y esa es la razón por la que tanto el gobierno de Turquía como los líderes europeos actúan en función de sus intereses nacionales. Esto nos da una visión muy limitada para establecer una estrategia a largo plazo. Aun así, siempre ayuda tener una perspectiva histórica.
Turquía y la UE mantienen una relación particular desde que en 1963 la Comunidad Económica Europea (CEE) –antecesora de la UE– firmase un tratado de asociación con el Estado turco, también llamado Acuerdo de Ankara. Desde entonces Turquía y la UE mantienen una relación de amor y odio, y aunque la situación actual no es muy esperanzadora, siempre intento transmitir una perspectiva más amplia sobre esta relación porque Turquía es, junto con Rusia, China y Estados Unidos, uno de los países más importantes para la UE. Además, hay que resaltar que no es la primera vez que las negociaciones están prácticamente congeladas, ni que la opinión pública –en Europa o en Turquía– están en contra de la adhesión. Las relaciones entre Turquía y la UE se caracterizan por sus idas y venidas. También es necesario destacar que Turquía solicitó la adhesión mucho antes que otros países que ahora ya son miembros de la UE, y lleva décadas con este propósito.
Es importante subrayar que la adhesión es una herramienta de poder blando. La UE ha venido utilizándola con el fin de contribuir al proceso de democratización de países del entorno, como el caso de España, Portugal o los países del este de Europa, y al principio parecía que también tenía este objetivo con Turquía. Pero esta decisión no estaba muy definida ni consensuada entre los Estados miembros y las instituciones. Actualmente, las negociaciones de adhesión no están congeladas de forma oficial, pero tampoco hay esperanzas de que la situación cambie a corto plazo. De momento siguen abiertos 16 capítulos, uno de ellos está cerrado provisionalmente, y el año pasado el Parlamento Europeo pidió que se congelase el proceso de adhesión, aunque el Consejo no lo aprobó. En ese momento, destaqué las diferencias que hay entre las instituciones europeas sobre Turquía y su vinculación con el concepto de “realpolitik”. Uno de los principales escollos que hay en la relación entre Turquía y la UE es la diversidad de actitudes entre las instituciones y también entre los Estados miembros respecto al proceso de adhesión. Esa es la razón por la que se mantendrá el statu quo, que se prevé será (por lo menos) hasta 2019.
La realpolitik seguirá su ritmo en 2018
En 2015, a partir de la crisis de los refugiados, las relaciones entre Turquía y la UE mejoraron muchísimo. Los ciudadanos turcos incluso estuvieron a punto de acceder a la libre circulación de las personas estipulada en el espacio Schengen. Se abrieron capítulos en la negociación de adhesión, se celebraban reuniones y el primer ministro turco estaba invitado a las reuniones de los líderes europeos. En ese momento, la protección de derechos humanos o la libertad de la expresión tampoco estaban en un nivel de cinco estrellas, ni Turquía era un tercer país seguro, pero el acuerdo sobre refugiados se firmó de todas formas. Europa estaba desesperada, y esta situación demostró claramente que no siempre son los valores, la moral o los principios los que conducen las relaciones hacia un mejor o peor punto. Brevemente: la relación entre Turquía y la UE no solo depende de criterios políticos o económicos, sino también de la coyuntura y de los retos a los que hacer frente.
Turquía y la UE tienen una conexión mucho mas allá de las negociaciones de adhesión
En 2018 se espera que Turquía y la UE sigan colaborando en las siguientes áreas:
- El acuerdo sobre refugiados (que cumplirá su segundo año en marzo de 2018).
- Seguridad y lucha contra el terrorismo (vinculada a la cooperación en el ámbito de la OTAN donde Turquía tiene un papel clave al tener el segundo ejército más grande).
- Los retos en Oriente Medio y el futuro de Siria.
- La cooperación en materia de energía.
- Economía y acuerdos comerciales.
- La posible modernización de la unión aduanera.
¿Qué sigue después?
Turquía es un país importante para la UE por una razón muy simple: su ubicación. Es un socio relevante para la UE en un mundo donde la seguridad y la defensa importan, la energía tiene cada vez más peso, y las relaciones económicas definen gran parte de las interacciones. Por eso es necesario algún impulso positivo en las relaciones entre ambos para 2018. Llevamos bastante tiempo hablando de la modernización de la unión aduanera como ejemplo de dicho impulso. El vínculo económico puede ser un factor importante, siempre y cuando Turquía no empeore políticamente, pero añadiría que mejorar las relaciones económicas únicamente completaría la visión de las relaciones desde la realpolitik.
En 2018 entraremos en una dinámica preelectoral tanto en la UE (elecciones al Parlamento Europeo en 2019), como en Turquía (elecciones locales, generales y presidenciales en 2019). Esto significa que ambas partes estarán más orientadas hacia la política doméstica, lo que (insisto) nos ofrece una visión muy limitada para una estrategia a largo plazo.
A modo de conclusión. Según algunos análisis, la UE está de camino hacia “una Europa de varias velocidades”. Turquía podría encontrar su sitio en un nuevo diseño institucional. También se habla de una “integración diferenciada después del Brexit”, y creo que en este escenario también cabe la posibilidad de un espacio para Turquía. En las distintas capitales europeas con frecuencia me comentan que Turquía nunca va a ser un miembro de la UE, y siempre respondo “nunca digas nunca”. Probablemente no logre ser miembro de la UE hoy mismo, pero nunca se sabe qué pasará mañana. Quizás otra Turquía y otra UE son posibles, y estén mejor conectadas.