Las elecciones presidenciales de 2020 en Taiwán nos han brindado un espectacular caso de resurrección política. La presidenta Tsai Ing-wen, que en noviembre de 2018 era un cadáver político cuando dimitió de la presidencia del Partido Demócrata Progresista por sus pobrísimos resultados electorales, ha logrado un segundo mandato recibiendo más sufragios que ningún otro candidato en la historia de las elecciones presidenciales taiwanesas. Paradójicamente, han sido las autoridades chinas, quienes preferían al candidato del Kuomintang, Han Kuo-yu, las que han propiciado la victoria de Tsai con una táctica de presión sobre Taiwán que ha sido contraproducente para sus intereses.
La política taiwanesa está divida en dos bloques, azul y verde, cuyos principales partidos, Kuomintang (KMT) y Partido Demócrata Progresista se alternan en el poder. Aunque el Kuomintang es un partido de corte más conservador, la gran diferencia entre ambos no responde a la tradicional división entre derecha e izquierda, sino a cuestiones identitarias y a la forma en que entienden que deben relacionarse China y Taiwán. El Partido Demócrata Progresista tiende a entender la identidad colectiva taiwanesa en términos más confrontacionales con China que el Kuomintang, poniendo especial énfasis en aquellos aspectos históricos y culturales que separan las dos orillas del estrecho de Taiwán. Asimismo, el partido de la presidenta Tsai es más reacio a impulsar las relaciones con la República Popular China que el Kuomintang al considerar que dichos vínculos son más beneficiosos para China que para Taiwán y que, dada la evidente asimetría entre ambos, derivan en una excesiva dependencia para Taiwán de China, que podría ser utilizada desde Pekín con objetivos políticos y estratégicos. Un claro ejemplo sería la dependencia comercial, pues la República Popular China, incluyendo Hong Kong, absorbe el 40 por cierto de las exportaciones taiwanesas. Por consiguiente, no es de extrañar que las autoridades chinas prefieran gobiernos del Kuomintang a gobiernos del Partido Demócrata Progresista en Taipéi.
Es más, los propios taiwaneses parecían favorecer un cambio de gobierno. En las elecciones locales de noviembre de 2018 el Partido Demócrata Progresista sufrió una derrota sin paliativos, cediendo el gobierno en más de la mitad de las municipalidades y los condados que controlaba. Particularmente significativa fue su derrota en Kaohsiung, la segunda mayor ciudad de Taiwán, y feudo del Partido Demócrata Progresista, donde llevaba dos décadas gobernando ininterrumpidamente. Este revés del Partido Demócrata Progresista fue interpretado como un voto de castigo a la presidenta Tsai, que no había sido capaz de reactivar la economía y el poder adquisitivo de los trabajadores taiwaneses y cuya política de distanciamiento de China era criticada por asociaciones agrarias y hosteleras. Esta tendencia se mantenía a medida que se acercaban las elecciones y los sondeos preelectorales hasta julio de 2019 daban mayoritariamente como futuro ganador al candidato del KMT, el alcalde de Kaohsiung, Han Kuo-yu.
¿Qué ha pasado en los últimos seis meses para revertir esta situación? Aunque la coyuntura económica ha mejorado algo, con un cierto repunte del crecimiento del PIB y de los salarios, su intensidad no resulta suficiente para explicar este vuelco electoral. Ni el paro ni las desigualdades se han reducido y el crecimiento del PIB en 2019 apenas ha sido poco más de una décima mayor que en 2018. Los factores son otros, de corte político y vinculados a China: la evolución de las protestas en Hong Kong y la creciente presión de la República Popular China sobre Taiwán.
Hong Kong es un espejo en el que se mira frecuentemente la sociedad taiwanesa. No en balde, la fórmula “Un país, dos sistemas”, por la que se integraron Hong Kong y Macao dentro de la República Popular China, fue ideada originalmente pensando en la incorporación de Taiwán. Además, tanto taiwaneses como hongkoneses disfrutan de estándares socioeconómicos y de libertades civiles y derechos políticos mayores que la mayoría de la población de la República Popular y su identidad colectiva está menos influida por la propaganda del Partido Comunista de China. En este contexto, no es de extrañar que, a medida que las protestas en Hong Kong iban escalando y se endurecía la respuesta de las autoridades hongkonesas para restablecer el orden público, aumentara el apoyo que recibían los manifestantes hongkoneses en Taiwán.
Además, como en ocasiones anteriores, la presión directa de Pekín sobre Taiwán ha tenido un efecto contraproducente para los intereses de las autoridades chinas. En septiembre de 2019 la República Popular arrebató dos aliados diplomáticos a Taiwán, Islas Salomón y Kiribati, dejando en 15 el número de países que reconocen oficialmente a la República de China en Taiwán. Otras medidas empleadas por Pekín han sido limitar el flujo de turistas chinos a Taiwán y las importaciones de productos agroalimentarios taiwaneses. En este contexto, en octubre de 2019 el 69,4% de los taiwaneses consideraban que el gobierno de Pekín era hostil con el gobierno de la República de China en Taiwán y el 54,6% que esta hostilidad era extensiva también a la población de Taiwán. Estas cifras suponían máximos históricos y explican cómo una parte significativa del electorado taiwanés se ha movilizado en estas elecciones presidenciales no para votar a favor de un candidato, sino en contra de la República Popular China. De hecho, el 74,9% de participación supone el nivel de movilización más alto en unas elecciones presidenciales taiwanesas desde las del año 2000, y nueve puntos más que en las de 2016.
En cualquier caso, el impacto de estos resultados sobre la estabilidad regional parece limitado, pues el gobierno de Tsai Ing-wen ya ha anunciado que mantendrá una política continuista hacia la República Popular China durante su segundo mandato.