Retrocedamos a los años 90. Entonces la UE dominaba el sector de la telefonía móvil (2G y 3G), tenía fabricantes de primera de estos dispositivos –Nokia era un referente mundial–, incluso construía PC, y representaba un 30% de la capacidad global de manufactura de semiconductores, los esenciales chips. En 2000, cuando aprobó la fallida, por fijar metas volantes no obligatorias ni medios para conseguirlas, Estrategia de Lisboa, la UE se planteó convertirse en 10 años en “la economía del conocimiento más competitiva y dinámica en el mundo”. Veinte años después, el objetivo más limitado es llegar a ser “un líder mundial en innovación en la economía de los datos y sus aplicaciones”. Hoy, en un mercado global mucho más amplio, fabrica menos de un 10% de los chips y aspira a un 20% de la tarta global para el final de la década, importa casi todos los terminales móviles, se quedó retrasada en la telefonía 4G y dependiente en 5G, y perdió la ventaja en conectividad, por no hablar de su hiperdependencia en las grandes plataformas estadounidenses y hasta chinas. ¿Qué ha pasado?
Sin duda, Europa perdió el tren que salió con mucha industria y servicios vinculados a Internet (inventado desde el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear) y sus derivadas, los teléfonos móviles inteligentes (el primero, el iPhone de Apple se empezó a comercializar en 2007), y la economía de los datos, en manos de grandes operadoras no europeas, entre otras Amazon, sin las cuales muchas empresas europeas no habrían podido arrancar. Mientras, Europa, aunque la Comisión y los gobiernos quieren remediarlo, carece de un mercado de big data unificado. Son las big tech extranjeras las que se aprovechan de esta balcanización de los datos europeos.
Muchas de estas empresas tienen que ir a EEUU a buscar financiación, pues Europa, la UE, carece de un mercado único de capital-riesgo, o una Unión de Capitales. No bastan los nacionales, pese a que estos se reformen, como pretende España con la futura Ley de Startups. No es que no haya un Silicon Valley en Europa, que no llegará. Quizá incluso no sea necesario porque el modelo está cambiando. En la UE no hay Sand Hill Road que partiendo de Palo Alto alberga a numerosos inversores de capital riesgo, por lo que es conocida como la Wall Street de la Valley. Y, claro, está Wall Street y su NASDAQ para empresas de alta tecnología. Pero en Europa domina aún una aversión al riesgo financiero. El fracaso no se ve, como en EEUU, como una manera de aprender para la siguiente aventura empresarial.
En materia de investigación básica, Europa no sale tan mal parada. Parte de la investigación de las vacunas contra la COVID-19 ha salido de Europa (el Reino Unido y Alemania, y más lentas otras) pero hoy por hoy no hay aún ninguna vacuna europea propiamente dicha. Según un informe del Center for Security and Emerging Technology (CEST, de la Universidad de Georgetown en Washington DC), en los últimos años EEUU ha perdido su posición de liderazgo en la literatura científica –una forma de medir este campo– no sólo respecto a China, sino también a la UE. No todos los estudios concuerdan, y en materia de Inteligencia Artificial (IA), por ejemplo, el Center for Data Innovation, en un índice basado en una serie de parámetros, calcula que EEUU aún lidera con 44,6 puntos, seguido de China con 32,0% y de la UE con 23,3%. El Asia Center considera que Europa falla en cinco elementos esenciales para desarrollar un sector potente de IA: la abundancia de datos, el emprendimiento innovador, el talento (científicos y tecnólogos de IA de alta calidad, pues muchos en Europa se van a EEUU), un entorno político favorable y una financiación abundante y bien orientada.
Parte del éxito de EEUU se debe al input del Gobierno, y sobre todo del Pentágono, como bien puso de relieve Marianna Mazzucato en El Estado emprendedor. La agencia Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA, o Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa), fundada en 1958 en respuesta al Sputnik soviético, está detrás de muchos avances tecnológicos de los últimos lustros. Se puede decir que más que intentar adivinarlo, ha “inventado el futuro”: desde una parte de Internet a las pantallas táctiles, el GPS, las interfaces por voz y otros elementos, incluido el nuevo sistema de vacunas ARN-m que luego ha desarrollado Moderna, entonces una pequeña empresa por la que apostó la Agencia. Son avances que luego se han incorporado a dispositivos y servicios comercializados. Steve Jobs supo sacar gran provecho de estas innovaciones. Y las ARPA (ya no para defensa) han proliferado en la Administración estadounidense (seguridad interior, inteligencia, energía y ahora medioambiente, y Biden quiere otra para cuestiones de salud). De ahí que varios gobiernos, pero no la UE como tal (hay un Consejo Europeo de Investigación para ciencia básica), se planteen generar DARPAs o ARPAs europeas (también Japón), aunque menos ligadas a las cuestiones de seguridad. Desde luego el Reino Unido, desde fuera de la UE, con una Advanced Research and Invention Agency (Agencia para la Investigación y la Invención Avanzada), o Alemania con una Agencia para Innovación Disruptiva (SPRIN-D, civil) y otra para ciberseguridad. Y ¿una ARPA española? Aunque como señala The Economist, estas iniciativas no tendrán éxito si no se crean con el espíritu que motivó DARPA, a saber, con pocas cortapisas burocráticas, poco control político, con fondos (el presupuesto para 2020 fue de 3.600 millones de dólares), arriesgando en apuestas, y todo contratado fuera de la Agencia.
Un problema de Europa es el paso de la investigación científica y tecnológica básica a su aplicación comercial u otra, del laboratorio a la tienda. Hay algunas excepciones. Dos empresas europeas Nokia (Finlandia) y Ericsson (Suecia) dominan la tecnología 5G de acceso de radio y core, pero resultan más caras que la china o la surcoreana. Es un sector que Europa no controla, aunque en instalación de redes vaya avanzada. Otro ejemplo de buen hacer europeo son las máquinas, únicas en el mundo e indispensables, que fabrica la holandesa ASML (cada una cuesta 130 millones de euros) para definir nanocircuitos en chips.
El intento de lograr o recuperar la soberanía, o al menos autonomía, digital europea, ha llevado a multiplicar las estrategias nacionales y también las europeas. La Comisión Europea se ha lanzado en una retahíla de propuestas –casi cada semana hay alguna nueva–, entre ellas la Brújula Digital 2030 (Digital Compass 2030) y Horizonte Europa, para aprovechar los fondos ahora disponibles a través del Next Generation EU y del Marco Financiero Plurianual 2021-2027. Un 20% del total de los mas de dos billones de euros irá en estos años a innovación y digitalización. Es mucho. Y es poco, comparado con el Plan de Biden para EEUU, o con lo que se cree que gasta China en estos menesteres. Piénsese que arrancar una fábrica (fundición) de semiconductores avanzados supone una inversión de al menos 20.000 millones de euros. El ministro alemán de Economía, Peter Altmaier, quiere, con otros Estados europeos y la Comisión, invertir, como en EEUU en fabricación de chips, con un 20% a 40% de aportación pública. La Comisión Europea tiene su plan de semiconductores, la interrupción de cuyos suministros ha causado paralizaciones en varias plantas de fabricación de automóviles. También ha presentado planes para una industria europea de datos. Los gobiernos se han percatado de la necesidad de Europa de ser soberana e independiente, o al menos más interdependiente, en estos campos.
En estos años Europa se juega la posibilidad de recuperar el control de su destino tecnológico o darlo por perdido. Para ello debe entender bien las razones de sus fracasos pasados.