La agencia de la Unión Europea (UE) para la cooperación policial, Europol, ha hecho público recientemente su informe anual sobre la situación y tendencias en materia de terrorismo –conocido por las siglas TE-SAT– correspondiente a 2023 (TE-SAT 2023). Este documento se elabora a partir de los datos facilitados por los Estados miembros relativos a la incidencia de las distintas expresiones del terrorismo, incluyendo aquellas inspiradas por las ideologías del salafismo yihadista, de extrema izquierda o anarquista, de extrema derecha, nacionalistas y separatistas, y otras conocidas genéricamente bajo la etiqueta de extremismos violentos de carácter antigubernamental. Los datos arrojados en la última edición del informe, correspondientes a 2022, nos sitúan en un escenario de transición, caracterizado por la coexistencia de viejos y nuevos retos relacionados con el extremismo violento.
A lo largo del último año, se idearon y planificaron un total de 28 complots terroristas en el seno de la UE, 10 más que los registrados en 2021, de los cuales algo más de la mitad (16) consiguieron materializarse.
La mayoría de estos planes terroristas (13) se perpetraron con el fin de avanzar en la consecución de objetivos propios de la ideología de extrema izquierda o anarquista, a los que hay que sumar dos ataques yihadistas y uno más vinculado a la extrema derecha. Con un total acumulado de tres víctimas mortales, el terrorismo de naturaleza yihadista es todavía la expresión terrorista más letal, seguida de la inspirada por la ideología de extrema derecha, a la que hay que imputarle una víctima mortal. Además, de los 380 individuos que fueron detenidos por las fuerzas y cuerpos de seguridad de los Estados miembros por actividades relacionadas con la violencia política y/o religiosa en el último año, el 70% eran yihadistas –hombres y mujeres–, acusados mayoritariamente de pertenencia a organizaciones terroristas, producción y difusión de propaganda, financiación del terrorismo o preparación de planes operativos.
En este contexto, los Estados miembros de la Unión continúan percibiendo el yihadismo como la principal amenaza para la convivencia pacífica y la seguridad de los ciudadanos europeos, a pesar de que la intensidad de su incidencia viene siendo decreciente desde 2018 coincidiendo con los estertores del califato impuesto en Oriente Medio cuatro años antes, tanto en número de actos críticos como de víctimas mortales resultantes de los mismos. La pérdida del dominio territorial privó a Estado Islámico (EI) no sólo de su base global desde la que promover atentados en Occidente, sino también del principal foco de atracción para la movilización de nuevos seguidores; y, por su parte, al-Qaeda (AQ) se encuentra con un liderazgo igualmente muy debilitado, de forma que ambas organizaciones han adoptado estrategias defensivas apoyadas en sus respectivas franquicias y entidades regionales afines, que responden a agendas propias vinculadas a las dinámicas locales de los contextos en los que operan, tanto en el continente asiático, como, sobre todo, en el africano, principal escenario de la actividad yihadista en la actualidad.
En un momento en el que el movimiento yihadista global está en proceso de reconfiguración, no sorprende, por tanto, que los dos atentados perpetrados en suelo europeo en el periodo analizado fueran protagonizados por actores solitarios, empleando un modus operandi poco sofisticado, ni que ninguno de ellos fuera reivindicado por alguna de las dos matrices del terrorismo global aludidas. Ahora, los retos que plantea la amenaza yihadista en la actualidad no se limitan a estos actores, sino que se refieren también a pequeñas células poco estructuradas, conformadas por individuos que se identifican como similares entre sí o que están unidos por vínculos familiares y/o de amistad.
Y, en relación con la propaganda yihadista difundida en el ámbito online, las investigaciones llevadas a cabo en el último año demuestran que los simpatizantes de tal ideología no discriminan entre EI y AQ a la hora de identificar, consumir y circular propaganda con fines de radicalización y movilización dirigida hacia la violencia yihadista, especialmente a menores en situación de vulnerabilidad. Y otro elemento que incide en la percepción de esta amenaza se refiere a la gestión de los individuos condenados por delitos de terrorismo, o bien radicalizados en prisión, que sean excarcelados tras cumplir sus penas, incluidos los combatientes terroristas extranjeros retornados de zonas de conflicto.
Aun así, la prevalencia del terrorismo yihadista contrasta con la pujanza de otras expresiones de extremismo violento ubicadas tanto en la extrema derecha como en la ultraizquierda en el espectro ideológico. Ambas, aunque particularmente la extrema derecha, se han visto favorecidas por actuales tendencias como la proliferación de campañas de desinformación, destinadas a polarizar la sociedad, cuyos mensajes son explotados por dichos grupos con el fin de movilizar a nuevos seguidores. Otras tendencias novedosas –estas de carácter transversal– se refieren a la utilización de las nuevas tecnologías, como drones e impresoras 3D, con fines terroristas; su financiación mediante criptomonedas; y la creciente convergencia entre terroristas y extremistas violentos a lo largo y ancho del espectro ideológico.
El TE-SAT 2023 nos remite a un escenario en el que viejos y nuevos retos se solapan, dibujando un contexto complejo. Además, los conflictos emergentes –y otros ya existentes, de larga duración, dentro y fuera del vecindario inmediato europeo– seguirán nutriendo la propaganda extremista en el seno de la UE, generando nuevas narrativas de captación e, incluso, movilizando efectivos. Motivos por los cuales deben mantenerse la efectividad de las capacidades europeas desarrolladas a lo largo de la última década, dirigidas a contrarrestar y prevenir esta grave amenaza para nuestras sociedades democráticas.