Los pasados 26 y 27 de septiembre se realizó en San Petesburgo un seminario sobre Rusia y América Latina “Rusia e Iberoamérica en el mundo globalizante: historia y contemporaneidad” organizado por la Universidad Estatal de San Petesburgo y el Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia. Una de las principales conclusiones que se puede sacar de la reunión, al menos desde la perspectiva de la diplomacia y los académicos rusos, es que Rusia ha vuelto a América Latina y que Rusia posee una buena imagen en América Latina. Y no sólo eso, sino que los rusos están muy contentos de haber vuelto a la región.
Sin embargo, el retorno no descansa principalmente sobre nuevas bases o nuevos presupuestos sino que se basa, en buena medida, en el recuerdo de los viejos tiempos. Como apuntó un embajador latinoamericano destinado en Moscú se trata de una relación “basada en la nostalgia”. Tras la traumática caída de la URSS, la Rusia post soviética abandonó prácticamente todas las posiciones que había alcanzado en la región, en especial a partir de su estrecha alianza con la Cuba de Fidel Castro. Y es aquí donde encontramos el mayor peso de la nostalgia frente al esplendor pasado, cuando la URSS creía ser alguien en América Latina, su voz escuchada y sus intereses considerados.
A diferencia de los tiempos idos no son las motivaciones políticas y militares propias de la Guerra Fría las que explican la nueva mirada de Rusia hacia América Latina sino la coyuntura política y el hecho de que la región sea un buen campo para los negocios, las inversiones y el comercio ruso. Sin embargo, buena parte del aparato conceptual que maneja la diplomacia rusa hunde sus raíces en un pasado difícil de recuperar. De todos modos, se puede concluir fácilmente que la relación es cada vez más pragmática y también más fluída.
A esto se agrega un hecho determinante que ni los más convencidos latinoamericanistas rusos han podido modificar. América Latina sigue siendo para la diplomacia de Moscú una de sus últimas prioridades. De todos modos, más allá de las apuestas económicas que se puedan hacer, la mayor parte de sus discursos (que no de sus hechos) hacia América Latina siguen condicionados por la lógica de la Guerra Fría y por la imagen idílica de América Latina en tanto tierra de promisión (incluso para algunos todavía de revolución).
Según un responsable del ministerio de Exteriores ruso las líneas maestras de su política hacia América Latina y de su visión del continente se podrían centrar en torno a los siguientes ejes:
1) Rusia se proyecta hacia América Latina a partir de considerarla un polo importante del desarrollo económico mundial. De ese modo ocupa un lugar importante de su política exterior. La reunión mantenida por el ministro de Exteriores ruso en Nueva York con buena parte de sus homólogos latinoamericanos, con ocasión de la Asamblea General de Naciones Unidas, sería buena parte de ella.
2) Una palanca importante de esta política es la vinculación de Rusia a entes supranacionales, como los BRICS, el G20 o la APEC donde mantienen estrechos y fluidos contactos con algunos países de la región. Si bien se avanza en la firma de un convenio de cooperación entre Rusia y Mercosur, todavía existen algunos obstáculos que impiden cerrar la negociación exitosamente.
3) Hay una sintonía entre el idioma político ruso y el hablado en buena parte de América Latina, donde sus gobiernos rechazan el uso de la fuerza para resolver los conflictos internacionales. Esto ha quedado claro a partir de las posturas asumidas contra la guerra en Siria, pero también en temas como Malvinas o el embargo a Cuba.
4) La CELAC (Comunidad de estados de América Latina y el Caribe) participa de forma cada vez más activa en los asuntos mundiales. La actual presidencia, en manos de Cuba, solicita contactos entre la CELAC y los BRICS, lo que reforzaría la presencia de Rusia en la región.
5) El interés ruso se centra en áreas como la defensa y la cooperación técnico-militar (venta de armas), energía (gas, petróleo y energía nuclear) o exploración del espacio. También, según el diplomático interviniente, en la defensa de los derechos humanos o en cuestiones como narcotráfico, terrorismo internacional o lavado de dinero. Todos los años entre 100 y 110 policías rusos pasan por diversos países de América Latina.
6) Las inversiones y el comercio aumentan. De este modo los intercambios entre Rusia y América Latina han llegado a los 16.200 millones de dólares.
Esta visión se complementa con la que proyectan los medios académicos especializados en la región, que estiman que Rusia se puede erigir en un contrapeso alternativo frente a otras corrientes dominantes internacionales (básicamente los Estados Unidos) en América Latina. Esta idea del equilibrio fue luego recordada durante una mesa redonda con varios embajadores latinoamericanos realizada en el marco del encuentro.
Por razones obvias, la lectura generalizada de los diplomáticos latinoamericanos fue poco crítica, primando las lecturas positivas de las relaciones bilaterales, a partir de considerar a Rusia un país amigo o, en algunos casos, aliado. Una de las más llamativas fue la coincidencia de posiciones en el tema de Siria y en el rechazo a una intervención militar. Inclusive uno de los embajadores llegó a hablar de la gran labor desarrollada por Rusia durante la crisis siria y otro de que Rusia está al lado del derecho intenacional y siempre actuando de forma pacífica.
De pura casualidad, en los mismos días en que se realizaba el encuentro, en La Nación, de Costa Rica, Constantino Urcuyo, un influyente politólogo y analista local, publicaba el artículo «Espía autoritario en el trópico«, muy crítico con Vladimir Putin y con el respaldo ruso a la Nicaragua de Daniel Ortega. Su nota terminaba de forma concluyente: «La presencia rusa en Centroamérica perturba el equilibrio regional de fuerzas y bien haría el Gobierno en citar al embajador ruso en San José con el fin de pedirle explicaciones. Si estas no son satisfactorias, debemos pensar en romper relaciones diplomáticas con ese régimen, que nos agrede indirectamente y trae inestabilidad a la región».
Es verdad que Rusia ha vuelto a América Latina y esta vez más movida por intereses económicos que ideológicos, como había ocurrido desde la época del Komintern y con más énfasis desde la Revolución Cubana. Sin embargo, el gran peso que tiene la nostalgia en este regreso no debería opacarles la visión de un continente sumamente complejo y fragmentado y que un decidido respaldo a algunas viejas amistades puede traerle en el presente importantes complicaciones.