En la primavera de 1923 se publicó el libro Paneuropa de Richard Coudenhove-Kalergi, origen del movimiento paneuropeo que aglutinó a destacadas personalidades de la política y la cultura en el período de entreguerras, aunque la ascensión de los totalitarismos en el Viejo Continente eclipsó esta iniciativa en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Este libro, redactado en apenas tres semanas, reflexionaba sobre el declive de Europa, una sensación vigente un siglo después. Estados Unidos, el Imperio británico, la Rusia soviética y el Japón y la China emergentes eran realidades en auge en 1923, y los países de Europa continental, recién salidos de la guerra más devastadora conocida hasta entonces, no podían ignorarlas. Con todo, Paneuropa pecaba de optimismo. Por ejemplo, en sus previsiones de un gran futuro para lo que llamaba Panamérica. Por eso leer hoy las páginas de la obra dedicadas al panamericanismo es experimentar, como tantas veces, que la tragedia tiende a adueñarse de la política.
Por lo demás, un rasgo esencial de este libro es concebir una Europa por entero continental, que abarcaría desde Portugal a Polonia. La consecuencia es la exclusión explícita del Reino Unido y Rusia del proyecto paneuropeo. El autor dedica dos capítulos a justificar las razones para ello. Coudenhove-Kalergi abogaba por la exclusión salvo que se dieran determinadas circunstancias, bastante improbables. Pasado un siglo, se diría que los hechos están dando la razón al fundador de Paneuropa: el Reino Unido y Rusia han dado la espalda a Europa. En el primer caso, lenta e inexorablemente, y en el segundo de un modo más abrupto. Las decisiones adoptadas no han tenido en cuenta una cierta racionalidad, sino que se ha dado preferencia a factores emocionales, inseparablemente unidos al corto plazo de los intereses nacionales. El componente emocional está relacionado con la geografía, pero más aun si cabe, con la historia. Los dirigentes políticos de ambos países, junto con una gran mayoría de su población, han creído un tanto ciegamente que cualquier tipo de integración con Europa equivale a la negación de su propia historia, por no decir de su cultura, y, por supuesto, de su soberanía. Como reacción, unos han mirado a la angloesfera y otros a Asia, pese a que esas orientaciones pudieran conducirles a un tipo de relación en la que inevitablemente corrieran el riesgo de estar supeditados a actores más poderosos.
¿Qué opinaba Coundehove-Kalergi sobre el Reino Unido y Rusia en 1923? No niega en absoluto que el Reino Unido forme parte de Europa y considera la cultura británica como un factor esencial de la cultura europea. Sin embargo, subraya que la lengua, la sangre y la cultura empujan al Reino Unido hacia América del norte. En consecuencia, Paneuropa debía de construirse sin los británicos, aunque no contra ellos, pues habría que establecer algún tipo de Entente cordiale, como la de París y Londres en 1904. Por lo demás, el enfoque del fundador del movimiento paneuropeo es inequívocamente pragmático: “También va a favor de los intereses de Inglaterra el hecho de que se estabilice la economía europea porque así adquiriría clientes seguros”.
Respecto a la Rusia soviética, Coundehove-Kalergi no oculta sus recelos hasta el extremo de establecer una comparación histórica de Europa con la Grecia amenazada por Filipo II de Macedonia en el siglo IV a. de C. asegura que la historia rusa, con el régimen zarista o bajo cualquier otro, es, con el pretexto de defender sus fronteras, la de una continua expansión hacia Europa central y occidental. Está convencido de que si hubieran sido vencedores en la guerra de 1914-1918, los rusos habrían extendido su área de influencia. Para nuestro autor, la naturaleza del régimen ruso, comunista o no, importa poco y por eso se expresa en estos términos: “En el caso de un cambio de su sistema político, el Napoleón del Este trataría de reemplazar con triunfos y glorias los derechos que quitaría a su pueblo compensando con un aumento de poder en el exterior la disminución de libertades de sus ciudadanos”. Estas apreciaciones hacen que Coudenhove-Kalergi preconice un pacto de defensa paneuropeo frente al peligro ruso:
“Si Rusia sabe que, atacando a Polonia o a Rumania, se encontrará con fuerzas de Francia, Italia, Alemania y España, renunciará”.
No parece tener en cuenta el fundador de Paneuropa las dificultades internas por las que pasaban estos países en 1923, aunque está convencido de la existencia de un peligro externo común para todos ellos:
“Toda ofensiva rusa contra Varsovia, Lemberg o Bucarest está indirectamente dirigida contra Berlín, Viena y París”.
Con todo, en una curiosa premonición, percibe que el principal peligro es interno: la orientación prorrusa, que pudiera darse en algunos Estados europeos, particularmente en Alemania. De ahí que le resulte inquietante un estatus neutral para Alemania. Por eso, Coudenhove-Kalergi se anticipa a su tiempo al afirmar:
“Depende, pues, de las potencias occidentales, y sobre todo de Francia, que Alemania se mantenga en Europa o que sea excluida de ella”.
El pragmatismo de nuestro autor sale a relucir una vez más al abordar los temas económicos. Europa necesita de cereales y Rusia de productos manufacturados. Habrá que buscar algún tipo de acuerdo económico entre Europa y Rusia, pues “la enemistad entre ambas solo beneficiará a la industria norteamericana”. Finalmente admite que, si Rusia se dotara de un sistema democrático, no habría obstáculo en que pudiera unirse a Paneuropa. Sin embargo, considera que la naturaleza euroasiática de Rusia no lo hace muy probable.
Un siglo después, las reflexiones de Richard Coudenhove-Kalergi siguen siendo de actualidad. Sin embargo, Europa no parece figurar en el horizonte del Reino Unido y Rusia. En su lugar, abogan por Global Britain o por el mundo ruso. Cabría preguntarse si estos enfoques, de poderosas imágenes y emocionales evocaciones históricas, se ajustan a un principio de realidad.