El próximo 14 de noviembre serán las elecciones parlamentarias en Argentina, unas elecciones teñidas de incertidumbre, no sólo por el resultado, sino especialmente por las consecuencias que el mismo pueda tener sobre el futuro de la gobernante coalición peronista–kirchnerista y sobre la gobernabilidad del país. Estos comicios tendrán lugar en un mes cargado de citas electorales en América Latina: el 7 presidenciales y parlamentarias en Nicaragua; el 21 elecciones presidenciales, parlamentarias y regionales en Chile y también regionales en Venezuela. Finalmente, el 28 de noviembre, se votará en Honduras para elegir al presidente, al parlamento y a los alcaldes.
En casi todas ellas los resultados son bastante inciertos, más allá de lo que puedan señalar las encuestas. La gran excepción es Nicaragua, dada la política represiva del régimen neo-somocista gobernante que, tras encarcelar a la mayoría de los candidatos opositores (los que pudieron han debido salir del país), ha convertido las elecciones en una farsa. Si bien en Chile la elección se resolverá en la segunda vuelta y en Honduras no hay balotaje, cualquier cosa es posible, dependiendo de la participación popular y de cuán efectivo sea el voto de castigo, o voto bronca, que si bien suele penalizar a los oficialismos, también termina afectando de una manera u otra a los partidos o movimientos más tradicionales.
Argentina es un caso relativamente atípico. Si bien el país está instalado en una crisis económica casi permanente, con la inflación y el dólar disparados, pese a las políticas gubernamentales de control de precios y al “cepo cambiario” el malestar ciudadano no se traduce en masivas movilizaciones populares, ni contra el gobierno ni contra el funcionamiento del sistema político. Obviamente hay algunas excepciones, pero éstas no han tenido el alcance ni la magnitud de las protestas en Chile o Colombia.
De todos modos, el ambiente político del país se vio sacudido por el resultado de las PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias), del 12 de septiembre, un verdadero varapalo para el gobierno. La misma noche electoral, tras confirmarse la magnitud nacional de la derrota, las ya complicadas relaciones dentro de la coalición gobernante se tensaron todavía más. Nadie quería ser responsable de los malos resultados. Por eso se redoblaron las acusaciones cruzadas –más abiertas las dirigidas contra el presidente Fernández, más veladas las dirigidas contra la vicepresidenta Fernández–, pero todas ácidas, verdaderas bombas de profundidad que acentuaron las diferencias entre el kirchnerismo y el peronismo más tradicional.
En este contexto, la economía es el principal frente de batalla en el oficialismo. ¿Hay que negociar o no con el FMI? ¿Hay que pagar la deuda? ¿Hay que controlar la cantidad de divisas que pueden comprar los ciudadanos y el nivel de precios de los productos de primera necesidad? ¿Hay que subsidiar a los sectores de menos recursos? En este debate, los sectores más próximos a la vicepresidenta, a su hijo Máximo Kirchner, que ya ejerce de delfín, y a su movimiento de “La Cámpora”, cargaron las tintas contra el ministro de Economía, Martín Guzmán, al que ven como muy próximo al “imperialismo norteamericano” y contra su plan de ajuste económico.
Al mismo tiempo, sostienen que, con una adecuada política de estímulo al consumo, especialmente de los grupos más desfavorecidos (“poniendo platita en el bolsillo de la gente”) se podría revertir el resultado de septiembre. Pero todo lo que se haga es insuficiente, de ahí la virulencia de las críticas contra el presidente y su gente.
Sin embargo, las encuestas no son muy favorables para los intereses del gobierno, que se juega el control de ambas cámaras del Parlamento nacional. Es importante el Senado, principal centro de poder político de Cristina Fernández. Y si bien no perderá el mando de la cámara, si puede ver amenazado el logro de la mayoría suficiente para impulsar sus propuestas legislativas.
Cuando hace algo más de dos años atrás la expresidenta Fernández dio la sorpresa al anunciar que no aspiraría a la reelección, y que solo sería la número dos de Alberto Fernández, el principal argumento que utilizó para no competir contra Mauricio Macri era que no alcanzaba solo con sus votos, pese a tener un sólido suelo electoral, superior según algunos encuestadores al 25%. La misma discusión vuelve a instalarse en el seno del peronismo, que comienza a ver con preocupación, de cara a las elecciones presidenciales de 2023, cómo los sectores no kirchneristas que apoyaron al candidato del Frente de Todos en 2019 ahora le están dando la espalda y no piensan votar por sus candidatos.
Dependiendo del resultado electoral, la travesía del desierto que deberá hacer el oficialismo para llegar a los próximos comicios con algunas garantías se anticipa más o menos sangrienta. De todos modos, será muy complicada, dada la naturaleza de los obstáculos políticos y económicos que habrá que afrontar en los próximos meses. Pero si la situación del oficialista Frente de Todos es complicada, el estado de la coalición opositora Juntos por el Cambio tampoco es sencilla.
La famosa grieta, la polarización que divide a la sociedad argentina, se ha instalado en el país. Como no podía ser de otro modo, también se ha ampliado de forma preocupante hacia la derecha. El desafío planteado en la ciudad de Buenos Aires por Javier Milei, “anarco capitalista” y populista de derechas en la línea de Trump y Bolsonaro, puede restar apoyos vitales a la confluencia de macristas y radicales. Hasta ahora la oposición se ha limitado a permanecer expectante, esperando los errores del gobierno, pero después de noviembre, si quieren recuperar el poder, deberán tener una política más activa y propositiva.
La opción de un gran acuerdo nacional entre la parte más sensata del gobierno y la oposición de Juntos por el Cambio ya está sacudiendo a todas las opciones políticas. El resultado de las PASO ya tuvo un profundo impacto en la política argentina. Y aunque el gobierno pueda salvar los muebles el próximo 14, el daño sobre la coalición gobernante ya está hecho, y será muy difícil volver a meter al genio dentro de la botella (o como dicen los anglosajones, a la pasta de dientes dentro del tubo). Las luchas dentro del peronismo, especialmente entre el peronismo “más tradicional” (si se puede hablar de ello) y el kirchnerismo serán cada vez más intensas, lo que sin duda alguna comprometerá su futuro de cara a 2023.