“Toda política es local”, señaló en los años 80 Tip O’Neill, el que fuera Speaker de la Cámara de Representantes de EEUU. La política exterior y la política interior están estrechamente ligadas. Así, en el exterior se defienden intereses internos, y la marcha de la política interna determina diversos factores de la exterior. Con cada vez más agentes involucrados, no sólo el gobierno, sino las empresas, la sociedad civil, las comunidades autónomas y las ciudades, España se juega mucho en esta relación de doble dirección entre lo de dentro y lo de fuera.
Empecemos con un ejemplo. EEUU ha tomado represalias comerciales, basadas en una condena de un panel de la Organización Mundial del Comercio (OMC) contra los países integrantes de Airbus por ayudas públicas ilegales, lo que incluye a España. Esto ha supuesto aranceles a la importación en EEUU de diversos productos, entre otros, agroalimentarios como el vino y el aceite de oliva. Es algo legal, pero el campo no entiende por qué tiene que pagar por una mala práctica de un fabricante de aviones. Durante un tiempo, el Gobierno español intentó negociar discretamente su levantamiento. Pero, tras las protestas generales de una parte del campo español en pleno malestar, le ha mandado un mensaje a la Administración Trump: si quiere seguir garantizando una cooperación militar importante con España y que vaya a más (las bases, algo que desde hace años se ha dado por supuesto en Washington, y otros aspectos), tiene que suprimir esos aranceles. ¿Quién se acuerda que en las negociaciones de adhesión a la hoy UE, el entonces ministro alemán Hans Dietrich Genscher dijo que “no podemos pedirle a España sus soldados (por la OTAN) y rechazar sus naranjas”? Con otro contencioso a la vista en un caso similar: la próxima condena de la OMC contra Boeing por motivos similares puede permitir a los europeos a tomar represalias contra EEUU, en un fuego cruzado absurdo. En su enfrentamiento comercial con China, ésta tomó represalias contra productos agrícolas producidos en los estados cruciales para la reelección de Trump, y éste, que tiene una mentalidad muy transaccional, retrocedió en parte.
La credibilidad de la política exterior del actual gobierno español depende no sólo de su capacidad de forjar relaciones y alianzas y de avanzar propuestas, que desde luego también, sino de algunos elementos de la política interna a los que están mirando los socios y otros. El primero es Cataluña. El Gobierno de Sánchez y el anterior de Rajoy ganaron la batalla diplomática exterior contra el independentismo catalán, que ningún gobierno de ningún país relevante apoyó ni apoya. No pasó lo mismo con la opinión pública exterior. Pero, además, los gobiernos y la opinión pública exteriores empujaban a un diálogo interno, y ahora respiran más aliviados pues ese diálogo se está poniendo en marcha. Y eso también mejora la posición internacional de España.
Martin Sandbu señalaba recientemente que “lo que el país hace a nivel nacional afectará lo que puede hacer en el escenario más grande”. Y avisaba que “aunque la fortaleza económica compra el capital político, la economía misma comienza y termina con la política”. Rajoy tuvo una pérdida reputacional muy grave ante Angela Merkel por sus casos de corrupción.
El empuje hacia una política nacional contra el cambio climático enmarcada en, y coherente con, el nuevo pacto verde hacia el que avanza la UE y el escenario global, es otro de esos factores. Ligado a esto, pues estamos ante una reconversión industrial, social y cultural de envergadura, también se juzga a España por su política, público-privada, en cuestión de I+D+i. Muchos gobiernos europeos nunca entendieron que, durante los largos años de la crisis, España recortará fondos en esta materia y en educación, que eran inversiones en futuro, pero mantuvieran algunas inversiones en infraestructuras que no eran estrictamente necesarias. Lo que va ligado a otra cuestión interior en la que España, observada de cerca, se juega su credibilidad: el aún alto nivel de paro y, sobre todo, de desempleo juvenil. También se mira a la prometida reforma laboral. Finalmente, se van a examinar de cerca las cuentas públicas con los próximos presupuestos, aunque a este respecto, en la UE se está contemplado flexibilizar las estrictas reglas del pacto de estabilidad.
Naturalmente, también pesa, tras largos meses de provisionalidad, la estabilidad del gobierno, que, si saca los presupuestos estará garantizada por unos años. Un gobierno que, tras años de ensimismamiento nacional, ha redescubierto que fuera se juega mucho de lo de dentro. Aunque habrá una dificultad. A saber, el uso que pueda hacer la oposición de sus críticas a la política exterior para intentar ganar terreno en el interior. Un mayor consenso sería recomendable, especialmente en materia europea ante la negociación del nuevo marco financiero plurianual que va a resultar de una importancia extraordinaria para España y para el conjunto de la UE, pues va a marcar nuevas prioridades.
La salida del Reino Unido cambia los equilibrios de poder en el seno de la UE y fuera, y le abre nuevas oportunidades a España de pesar más o, mejor dicho, de volver a pesar más, para cambiar y sacar provecho de una Unión confrontada a nuevas realidades geopolíticas y geoeconómicas. Pedro Sánchez, además, se ha convertido en el gran representante de una familia política esencial en la construcción europea, aunque venida a menos, la socialdemócrata. A España se la espera en París, Berlín, Bruselas y en otras partes de Europa y del mundo. Y a Europa y al mundo se los espera en España. Sin olvidar lo que dijo Tip O’Neill. La credibilidad de la política interna pesa sobre la de la política exterior.