No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún

No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. Benajamín Netanyahu y Vladimir Putin durante su reunión en Sochi (agosto de 2017). Foto: Kremlin.ru (CC BY 4.0). Blog Elcano
No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. Benajamín Netanyahu y Vladimir Putin durante su reunión en Sochi (agosto de 2017). Foto: Kremlin.ru (CC BY 4.0).
No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. Benajamín Netanyahu y Vladimir Putin durante su reunión en Sochi (agosto de 2017). Foto: Kremlin.ru (CC BY 4.0). Blog Elcano
No es una guerra Israel-Irán/Siria…aún. Benajamín Netanyahu y Vladimir Putin durante su reunión en Sochi (agosto de 2017). Foto: Kremlin.ru (CC BY 4.0).

En una primera lectura, el derribo el pasado día 10 de un caza F-16 israelí por parte de las defensas antiaéreas del régimen sirio de Bashar al-Assad podría interpretarse como una escalada que conduce inevitablemente, con el añadido de Irán, a un conflicto abierto generalizado. A fin de cuentas, se trata de la primera vez que Damasco hace algo similar, tras haber amagado en repetidas ocasiones con adoptar represalias por la violación de su espacio aéreo y los ataques israelíes contra sus instalaciones (incluyendo la operación Huerto que, en septiembre de 2007, destruyó el reactor nuclear de al-Kibar). Pero, aun reconociendo que existe una tensión creciente entre los tres países, es inmediato concluir que ninguno de ellos desea realmente llegar a ese punto. Al menos por ahora.

A lo largo de estos siete años de conflicto sirio, Tel Aviv ha procurado seguir en detalle todo aquello que pueda afectar a su propia seguridad, con especial atención a los movimientos iraníes para armar aún más a la milicia chií libanesa de Hezbolá y a lo que ocurra en los Altos del Golán.

En relación con el primer asunto, las fuerzas aéreas israelíes no han tenido reparo alguno en violar centenares de veces el espacio aéreo sirio para destruir convoyes e instalaciones que puedan transportar o albergar armas iraníes con destino a quien ya le creó notables problemas en el verano de 2006 y a quien, probablemente, tenga hoy en su agenda bélica volver algún día a las andadas. Aun así no parece que lo haya logrado, dado que todas las fuentes indican que Hezbolá podría tener hoy más de 100.000 cohetes y misiles en sus manos, además de miles de combatientes con una mayor experiencia de combate como resultado de su intervención en el conflicto sirio. Pero, al mismo tiempo, Israel ha evitado implicarse directamente en el conflicto que sufre su vecino, limitándose a contemplar cómo se destruyen y debilitan entre ellos.

En cuanto a los Altos del Golán, importantes sobre todo porque le aseguran el control del agua del Jordán y sus tributarios, Tel Aviv percibe con creciente inquietud no solo el avance de las tropas regulares sirias, en su intento de volver a controlar la totalidad del territorio nacional, sino también la presencia cada vez más visible de unidades iraníes y sus aliados locales en su cercanía. Sin descartar que esos avances puedan desencadenar en algún momento un intento por recuperar un territorio que Israel ocupa por la fuerza desde 1967, lo más preocupante de momento para los gobernantes israelíes es ver cómo Teherán sigue avanzando sus peones. Cabe recordar en este punto que el derribo del caza israelí se produjo en el trayecto de regreso de una escuadrilla israelí que había bombardeado instalaciones iraníes en una base siria cercana a Palmira, desde la que había salido el dron iraní que previamente había derribado un helicóptero israelí Apache.

Por su parte, el régimen sirio no puede desear en modo alguno provocar la ira israelí, cuando aún tiene que atender varios frentes de oposición armada, tanto en las cercanías de la propia capital como en la provincia de Idlib y otras localidades del sur y este del país. Una cosa es que se sienta crecientemente reforzado y en condiciones de controlar ya la Siria útil y otra muy distinta es que, con el país destruido y con sus propias fuerzas exhaustas, pueda retar al ejército más potente de la región, sabiendo que ni Rusia ni Irán están dispuestos a acompañarlo en una aventura tan arriesgada. Eso no quita para que Damasco se haya atrevido a llevar a cabo un acto puntual de defensa contra un vecino con el que nunca ha firmado la paz.

Por último, tampoco a Irán puede interesarle actualmente aparecer como un agresor directo contra Israel. En su afán por verse reconocido como una potencia regional y dotarse de bazas de retorsión ante posibles amenazas contra su peculiar régimen, el régimen iraní ha sabido crear un entramado de relaciones con actores locales (en Irak, Siria, Líbano y hasta en Gaza, con el Hamas palestino) que aumentan sus opciones de disuadir a sus adversarios de emprender acciones violentas para derribarlo. Pero también es bien consciente de que, sin olvidar los serios problemas internos que afectan a su estabilidad, en las condiciones actuales no puede regalar a Washington el argumento ideal para volver a convertirlo en un paria internacional, renovando sanciones y denunciando el acuerdo nuclear de 2015 que Trump tanto desea anular.

Todo ello implica, en resumen, que aunque previsiblemente aumentará la tensión, a ninguno de los actores mencionados le interesa escalar hasta un conflicto abierto en el que nadie tiene garantía alguna de obtener la victoria definitiva. Entretanto, tanto unos como otros se han acostumbrado a jugar con fuego, creyendo que pueden controlarlo para no provocar un incendio que los lleve por delante. Esta vez ha sido Vladimir Putin, llamando de inmediato a Benjamín Netanyahu para frenar el nivel de represalias israelíes tras el derribo del F-16, quien ha puesto orden sobre el terreno, en una nueva muestra de que Moscú ha logrado convertirse en el referente principal en la zona (en detrimento de Estados Unidos). Pero nadie puede asegurar que la próxima vez (y podemos dar por seguro que la habrá) ocurra lo mismo.