Cuenta la leyenda que en 1945 una potente maldición cayó sobre Argentina y que aún sigue proyectando sus efectos negativos sobre la política y la democracia argentinas. La cara más visible de este sortilegio fue la creación del peronismo, el llamado movimiento nacional y popular, que desde entonces ha influido incesantemente, condicionando el presente y el futuro de un país que en su momento ocupó el sexto lugar del mundo en renta per cápita y hoy se encuentra sumido en una profunda crisis.
Y si bien el peronismo también es recordado por sus innegables efectos niveladores sobre la clase trabajadora, a la cual potenció y empoderó, a nadie se le escapa su capacidad desestabilizadora sobre el sistema político. La gran habilidad de Perón fue constituir un amplio partido-movimiento (el peronismo o justicialismo), que proyecta su sombra por doquier al ocupar desde la extrema derecha a la extrema izquierda.
Según este embrujo, después del primer Perón ningún presidente no peronista elegido democráticamente pudo terminar su mandato. Antes de finalizarlo, por una u otra razón, debió renunciar o fue derrocado, bien por un golpe militar o bien un “golpe de calle”. El sortilegio se mantuvo tras la caída de la última dictadura militar. Los dos casos más recientes, todavía muy presentes en la memoria colectiva, son los de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa.
Por eso, cuando en 2015 Mauricio Macri llegó a la presidencia tras imponerse al kirchnerismo uno de los mantras más repetidos fue que si llegaba sano y salvo a diciembre de 2019 para entregar personalmente el cargo a su sucesor sería algo histórico, pudiendo incluso comenzar a refundar a la democracia argentina. Hoy las cosas han cambiado radicalmente y las expectativas sobre Macri han subido tanto que de no ser reelegido se lo consideraría un fracaso político.
Después de la euforia provocada por el éxito electoral en las elecciones de medio término de octubre de 2017 en pocos meses se pasó al extremo opuesto. En abril siguiente estalló la crisis cambiaria y la coyuntura dio un vuelco total. La sola perspectiva de un regreso triunfal de Cristina Fernández y sus huestes kirchneristas ha puesto nuevamente a buena parte de la sociedad argentina frente al permanente bucle melancólico con el que ha debido convivir durante décadas. Para completar las cosas, la profunda depresión económica ha acentuado el malestar social.
A nueve meses de la elección presidencial, cuya primera vuelta tendrá lugar en octubre próximo, una de las preguntas más frecuentes que se formulan los periodistas y estudiosos de la realidad argentina es si Macri será reelegido. De momento nadie se atreve a dar una respuesta concluyente, salvo los más comprometidos con alguna de las candidaturas en danza. Las encuestas hablan de una gran igualdad de intención de voto entre Macri y Fernández, aunque el índice de rechazo de la segunda es por ahora mayor que el del primero.
Los dos principales condicionantes del resultado electoral serán la identidad de los candidatos en liza y la marcha de la economía. Una confrontación abierta entre el presidente y Cristina Fernández estaría marcada por una potente polarización, lo que a priori beneficiaría a Macri. Es verdad que ella tiene un suelo muy fuerte, cercano al 30%, especialmente en el Gran Buenos Aires, pero también que su techo no es mucho más alto. El temor de una gran parte de la población argentina, y no solo de las elites económicas, de volver a un período marcado por la crispación, la parálisis y el aislamiento internacional podrían ser un estímulo poderoso para mantener en el cargo al actual inquilino de la Casa Rosada.
Por eso es importante saber si el peronismo “tradicional” presentará un candidato propio y con opciones de triunfo. Entre los nombres barajados están el incombustible Sergio Massa, el ex ministro de Economía Roberto Lavagna y algún gobernador “renovador” como Juan Manuel Urtubey. Y si bien ninguno de ellos tiene la capacidad de seducción de Fernández, cualquiera genera menos rechazo y sería mucho más potable ante vastos sectores del electorado.
De ahí la importancia que potencialmente podría tener la variable económica, aunque es necesario aclarar que su peso actual ha cambiado en tanto termómetro capaz de medir la sensibilidad política de los argentinos. En otro momento, tras la profunda devaluación del peso en 2018 y del acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI), las opciones del macrismo hubieran quedado definitivamente sepultadas. Inclusive se especuló que el pasado diciembre, un mes en el que tradicionalmente tienen lugar serios disturbios callejeros, se produjeran ciertas algaradas y estallidos de violencia. Pero afortunadamente para el gobierno nada de eso ocurrió.
Hoy se apunta a que, si la economía se mantiene sin grandes sobresaltos o incluso si en los próximos meses hay una ligera recuperación y el dólar no sufre nuevas alteraciones, las opciones de Macri serán elevadas. Pero, todavía falta una eternidad en términos de la política argentina y cualquier cosa puede ocurrir. De la suerte (resultado de la cosecha de cereales, de la marcha de la economía brasileña y de la coyuntura internacional), de las investigaciones judiciales en torno a la corrupción y también, y fundamentalmente, de la gestión del gobierno en los próximos meses, dependerá el resultado. Todo indica que Macri está dispuesto a echar el resto en el empeño, al igual que sus rivales. Mientras tanto solo queda esperar y ver.