Entrar en política al más alto nivel ha supuesto un desafío para las mujeres, pues ha sido un ámbito tradicionalmente reservado a los hombres. Hasta el día de hoy, incluso en los casos en los que mujeres y hombres tienen formalmente las mismas oportunidades para participar en política, sólo hay unos pocos parlamentos en el mundo que presenten un 50% o más de mujeres. Este dominio masculino se traslada también a los organismos internacionales y a las organizaciones políticas multilaterales, incluida la UE. Aunque varias entidades han puesto en marcha medidas de promoción de la igualdad de género y han alentado una mayor participación femenina, es difícil garantizar su representación en los niveles superiores de toma de decisiones y traducir los objetivos a la realidad. En general, a pesar de los avances logrados en términos de normas sociales y una presencia formal en las últimas décadas, todavía hay una notable disparidad entre géneros en la política.
No obstante, es alentador observar que la participación de las mujeres en la política está mejorando gradualmente en muchas partes del mundo. Europa muestra un camino de desarrollo particularmente claro en términos de igualdad de género: en los últimos 20 años, ha habido un aumento significativo de la presencia de mujeres en la política europea. Incluso si ningún parlamento presenta la misma proporción de mujeres y hombres, la presencia de mujeres ha aumentado un 54% en promedio, considerando que en el año 2003 las mujeres ocuparon el 21,1% de los escaños en los parlamentos nacionales, en comparación con el año 2022, en el que se observó un porcentaje del 32,5%, lo que muestra una clara tendencia de creciente inclusión. Los países nórdicos están liderando este progreso al presentar las tasas más altas de mujeres en el poder, alcanzando casi una presencia igualitaria de hombres y mujeres, seguidos por Bélgica, Austria y España; mientras, Hungría muestra de manera reiterada los niveles más preocupantes de representación desigual, apenas por encima del 10%. En cuanto a las propias instituciones de la UE, el Parlamento Europeo ha ido mostrando una proporción creciente de mujeres a lo largo del tiempo, alcanzando casi el 40% de los escaños en la actualidad. Sin embargo, el porcentaje de mujeres que ocupan puestos importantes en la Comisión Europea ha fluctuado con el tiempo, hasta llegar al nombramiento de la primera mujer presidenta, Ursula von der Leyen, en 2019.
Hay varios factores que pueden explicar por qué algunos países y áreas han visto mayores aumentos en sus niveles de representación de las mujeres en la esfera política. En primer lugar, las normas institucionales desempeñan un papel importante: así, vemos que algunos países han adoptado cuotas u otras medidas destinadas a garantizar una representación equitativa en sus órganos representativos y han demostrado ser eficaces. En segundo lugar, los acontecimientos sociales, como el aumento de la educación y los cambios de actitud en la participación política, también han contribuido significativamente a esta tendencia. Por último, también debe tenerse en cuenta el papel que desempeñan las organizaciones supranacionales. Por ejemplo, en el caso de las organizaciones multilaterales, el compromiso con la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres hunde sus raíces en la Conferencia y Plataforma de Acción de Beijing de 1995. En el caso de la UE, el compromiso con la igualdad está consagrado en los tratados desde 1957 y los objetivos de igualdad se persiguen a través de Estrategias de Igualdad de Género, la más reciente de las cuales presenta actuaciones y objetivos políticos para avanzar en este sentido y lograr el equilibrio de género en la toma de decisiones y en la política en el periodo 2020-2025. La ONU incluyó directrices similares en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Sin embargo, es importante considerar que la presencia de más mujeres en posiciones de poder político es sólo un aspecto de la promoción de la igualdad de género, que la teórica política estadounidense Hanna Pitkin identificó como “representación descriptiva”. Este concepto se refiere a tener representantes que comparten características similares (por ejemplo, género) con aquellos a quienes representan, mientras que la representación sustantiva haría referencia a cómo las políticas reflejan los intereses de las personas, independientemente de sus grupos de identidad (por ejemplo, si son hombres o mujeres). Estas dimensiones no siempre se superponen y ambas deben tenerse en cuenta para evaluar la paridad de género: en otras palabras, si sólo se considera la representación descriptiva y sólo se evalúa la representación de las mujeres contando el número de mujeres elegidas, independientemente de las políticas que apoyen, no se estará tomando en consideración otras dimensiones y las conclusiones podrían ser completamente erróneas.
La elección de Giorgia Meloni, líder conservadora de los Hermanos de Italia (FdI), como primera ministra de Italia en octubre pasado puede servir de ejemplo. Su elección provocó un amplio debate sobre la importancia de su condición de mujer con respecto al avance de los derechos de las mujeres y las reivindicaciones feministas. Si bien, por un lado, la elección de una mujer para un cargo tan importante representa un logro en términos de representación descriptiva, esto no significa necesariamente que implique un cambio en favor de los derechos de las mujeres en la formulación de políticas públicas. En particular, en el caso concreto de Meloni, mientras por un lado se celebraba a la primera mujer líder del gobierno italiano, por otro sus posiciones extremadamente conservadoras, no exactamente en línea con la mayoría de los movimientos de mujeres italianas, han planteado preocupaciones en el movimiento feminista. Así, la representación descriptiva no se traduce, de manera automática, en representación sustantiva, pero ambas deben tenerse en cuenta al evaluar el progreso de la igualdad de género en un país.
Una sola evolución, como la elección de una mujer primera ministra, o una sola disposición, como la implementación de cuotas de género, no son suficientes para avanzar en dirección a una representación más inclusiva. La representación depende de la relación continua y la dinámica de poder entre representantes y representados, y el camino para consolidar plenamente la dinámica de la igualdad parece ser todavía largo, ya que el sistema patriarcal y la construcción social de género siguen identificando el poder, de manera mayoritaria, como algo preferentemente masculino, manteniendo a las mujeres en un plano subordinado y secundario.
Sin embargo, se han logrado avances significativos en los últimos años, en gran medida gracias a una mayor atención prestada, en toda la sociedad, a la promoción de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El camino está trazado y los avances para cerrar las brechas exigen un esfuerzo colectivo y sostenido.