El 19º Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCC), que acaba de finalizar, será recordado como el momento en que la figura de Xi Jinping fue puesta a la altura de Mao Zedong y Deng Xiaoping. Se acabó la era del liderazgo colectivo y de la alternancia entre elitistas y populistas al frente del Partido. Xi Jinping podrá gobernar de manera más personalista y autocrática que sus dos inmediatos predecesores (Jiang Zemin y Hu Jintao) y seguir siendo el hombre más poderoso de China una vez termine su actual mandato al frente del PCC en 2022.
Primero fue la reforma de los estatutos del PCC para incluir su nombre entre los principios teóricos fundamentales del partido: “El pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”. Honor que antes estaba reservado a Mao y a Deng. A continuación, la elección de un nuevo Comité Permanente del Politburó, órgano colegiado de mayor poder dentro del partido, que pasa a estar compuesto mayoritariamente por cargos afines a Xi y en el que no aparece ningún posible sucesor. De los cinco nuevos miembros del Comité Permanente del Politburó cuatro son de la facción elitista (Li Zhanshu, Zhao Leji, Wang Huning y Han Zheng), los dos primeros son además protegidos de Xi, y sólo uno (Wang Yang) es de la facción populista y afín al primer ministro Li Keqiang. Es más, ninguno de ellos cumple con los requisitos de edad para mantenerse en este órgano más allá de 2022. De esta manera, Xi Jinping se asegura ser el hombre fuerte del país más allá del próximo lustro al no haber ningún candidato claro para su sucesión. Incluso abandonando la Secretaría General del PCC en 2022, Xi seguiría siendo el hombre más poderoso de China.
El 19º Congreso del Partido también nos ha deparado cambios muy notables tanto en el ámbito socioeconómico como en política exterior. En la primera área se ha modificado la que el PCC entiende es la principal contradicción de la sociedad China. En 1981 se identificó la necesidad de acelerar el ritmo de crecimiento económico y ahora se sustituye por centrase en la calidad de dicho crecimiento. Por tanto, se invertirá más en innovación y desarrollo para fomentar actividades económicas de un alto valor añadido y en bienestar social (educación, sanidad, pensiones…). Las grandes empresas estatales tendrán un papel fundamental en ese desarrollo tecnológico, aunque se evitarán los monopolios y se relajaran las restricciones a las inversiones extranjeras. Está por ver en qué sectores y regiones se concretan estas promesas de mayor acceso al mercado chino para los inversores extranjeros.
En la arena internacional, Xi Jinping implementará durante el próximo lustro una política exterior más asertiva y orientada a incrementar la influencia de China en la gobernanza global y en su región , aprovechando para ello las oportunidades que le brinda el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos. No en balde, desde que China comenzase a sufrir la presión de las potencias coloniales a mediados del siglo XIX, ningún líder chino ha estado tan confiado como Xi en el papel que puede desempeñar Pekín dentro de la comunidad internacional. De hecho, Xi explicitó en la inauguración del 19º Congreso del PCC que China podía ser un modelo para otros países, incluso en el ámbito político, presentó a su país como un aliado fiable para garantizar los bienes públicos globales, y criticó el aislacionismo estadounidense.
Atrás queda la política exterior de perfil bajo elaborada por Deng Xiaoping hace un cuarto de siglo y se ofrece una hoja de ruta que llevará a China a convertirse en una sociedad medianamente acomodada en 2020, en un país desarrollado en 2035, y en un país con un poder nacional puntero y un ejército de clase mundial en 2050. Esta asertividad viene combinada con una clara dimensión cooperativa, como evidencian la fundación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, y la Iniciativa de la Franja y la Ruta, pero cada vez más en los términos marcados desde Pekín. Esta estrategia aparentemente contradictoria está brindado importantes réditos a China, como ilustra que el sustancial incremento de su presencia y su capacidad operativa en el Mar del Sur de China, mediante la construcción de islas artificiales, no haya sido óbice para un estrechamiento de las relaciones con la mayoría de los países del sudeste asiático, gracias a unos sustanciales vínculos comerciales y financieros.
Acostúmbrense a este nombre, Xi Jinping, porque va ser, por mucho tiempo, el hombre más poderoso de uno de los dos países más poderosos del mundo.