¿Quién afirmó que la UE era impotente ante una globalización que impulsó y que en su dimensión tecnológica se ha americanizado (junto a la creciente influencia china)? La UE está demostrando tener una capacidad de influencia global en términos normativos. Su regulación interna se impone en algunos casos de forma extraterritorial, influyendo en lo que hacen otros países o los gigantes tecnológicos. La multa a Google (por cuestiones de libre competencia) y a Apple (por pagar insuficientes impuestos) en 2017, tras la anterior a Microsoft (en 2013, también por mermar la competencia), está provocando efectos espejo; es decir inspirando acciones similares, en otras partes del planeta que están estudiando detenidamente las medidas europeas, como en América Latina. La reciente sentencia del Tribunal de Justicia de la UE sobre Uber, calificando la plataforma de servicio de transporte, lo que implica exigencias, tendrá repercusiones más allá de la UE. Ahora bien, no es segura la defensa que pueda hacer Europa –pese a tenerla en su legislación– de la neutralidad de Internet con la que ha acabado la Administración Trump.
La UE ha impuesto en 2017 a Google/Alphabet una multa récord de 2.424 millones de euros al considerar que su sistema de compra on line supone un abuso de posición. Es la mayor multa jamás impuesta por la Comisión Europea. También ha ido contra Apple por no pagar impuestos debidos de 13.000 millones de euros a Irlanda (donde tiene la sede europea la empresa, para pagar menos). Apple recurrirá ante el Tribunal de Justicia de la UE, que tendrá la última palabra. También fue Europa la que la que impulsó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) un procedimiento de multa de 5.700 millones de dólares (unos 5.400 millones de euros) contra Boeing por ayudas estatales ilegales. Finalmente, el Tribunal de la UE ha sentenciado que Uber es un servicio de transporte y no una plataforma digital colaborativa, impidiendo que sea operado por conductores particulares, junto a otras exigencias. La sentencia no cambia la situación de algunos países europeos que ya tenía esos requisitos, como España, pero sí puede inspirar a otros extraeuropeos. Es decir, no es sólo una cuestión de poder, sino de influencia.
Dada la globalización, su armazón jurídico e institucional y el tamaño de su mercado interior, la UE tiene una capacidad normativa con efectos que llegan mucho más allá de sus fronteras. Ya en 2002, inspirándose en la idea de “potencia ideológica” de Johan Galtung (1973), Ian Manners introdujo el concepto de “Europa potencia normativa”, que definió como la “capacidad de conformar las concepciones de lo que es normal en las relaciones internacionales”. Es decir, que la UE se ha erigido como un actor “ideacional”, con principios comunes, que actúa para difundir normas de las relaciones internacionales. Era un concepto más político –democracia, Estado de Derecho, derecho internacional– hacia adentro y hacia afuera, que está demostrando tener una marcada dimensión económica en la globalización. Y ello, fundamentalmente de la mano del Tribunal de Justicia, de los servicios de Defensa de la Competencia de la Comisión Europea, con su capacidad coercitiva a través de sanciones pecuniarias y del Parlamento Europeo como poder legislativo.
Sin embargo, sus propias debilidades internas a veces le impiden cumplir con esas funciones normativas. Tras impulsar a Apple a pagar lo que debía en impuestos a Irlanda, la Administración irlandesa se ha negado a cobrárselo a la citada empresa. De las disparidades impositivas entre Estados de la UE siguen aprovechándose las grandes plataformas, casi todas ellas estadounidenses, aunque también algunas chinas. Es decir, que la verdadera capacidad normativa de la UE tiene que empezar por dentro.
Está por ver si con el Brexit, el Reino Unido (si se mantiene unido) logra escapar a este poder normativo de la UE, o no. De momento, en el período transitorio que se plantea para la salida, todo lo contrario. Y después, cabe dudar si la convergencia normativa dará realmente paso a una profunda divergencia entre Londres y Bruselas, o pesará la potencia e influencia de la UE.
La disparidad en la legislación hace que los modelos económicos de EEUU y de los europeos (entre los que hay varios) tienda a divergir, lo que puede plantear problemas para la gobernanza de una globalización puesta en entredicho por la Administración Trump. Pero no todo es Administración desde Washington. En algunas ciudades, como San Francisco, se ha limitado la operación de una plataforma de alquileres con Airbnb y se cuestiona a Uber y servicios similares.