Una de las obras más destacadas de Gideon Rachman, periodista y corresponsal del Financial Times, es Zero-Sum World, publicada hace más de una década y en la que describía, con toda la competencia de un historiador formado en la universidad de Cambridge, los años finales de la Guerra Fría y las décadas subsiguientes. Su análisis se detenía en lo que calificó de “la edad de la ansiedad”, resultado de la crisis económica y financiera de 2008. Rachman acaba ahora de publicar La era de los líderes autoritarios (Ed. Crítica), que sirve para corroborar que no hemos salido de esa edad de la ansiedad y ahora la incertidumbre que lleva a muchos electores a aferrarse a la supuesta seguridad aportada por líderes políticos, que se consideran a sí mismos excepcionales y no dejan de repetir consignas de con ellos las cosas volverían a ser como antes: la historia gloriosa, el bienestar social, la bonanza económica…
En los últimos años han proliferado los libros sobre el populismo con notables títulos de Pierre Rosanvallon, Anne Applebaum, Moisés Naím y Francis Fukuyama, entre otros. ¿Qué hace distinto el libro de Rachman respecto a otros? En mi opinión, una distinción fundamental: el autoritarismo no es algo exclusivo de Vladimir Putin o Xi Jinping. Puede darse en regímenes democráticos, bien sea en la mayor democracia del mundo, la India de Narendra Modi, o en democracias originarias como los Estados Unidos de Donald Trump o el Reino Unido de Boris Johnson. Ni que decir tiene que esta apreciación de Rachman ha irritado a aquellos de sus compatriotas que consideran a Johnson como uno de los primeros ministros más populares de la historia, el político que logró unos resultados arrolladores en las elecciones de 2019. Sin embargo, el autor le ha dedicado uno de los capítulos del libro, precedido, entre otras compañías, de las de Putin, Xi Jinping, Erdoğan, Duterte o Bolsonaro. Hay quien se fijará en el detalle de que la mayoría de los líderes analizados son de “derechas”, pero Rachman subraya que el autoritarismo está al alcance de cualquier gobernante por muy democrática que sea la constitución de su país. Esta convicción ha provocado que las descalificaciones lluevan sobre el autor, que no se libra del pecado de globalismo o del calificativo de liberal en el sentido estadounidense del término. En realidad, Rachman no deja de ser un pragmático en unos tiempos en que el principio de realidad se niega a izquierda y a derecha, y se fomenta una polarización favorecedora del surgimiento de líderes autoritarios. La polarización es una enfermedad que corroe incluso a los partidos políticos tradicionales, pues en Estados Unidos los demócratas parecen estar bastante influenciados por una minoría izquierdista y los republicanos están seriamente afectados de trumpismo.
Se han cumplido 100 años de la marcha del fascismo sobre Roma y muy pronto han surgido las comparaciones con la época actual, con el ascenso electoral de los populismos de derecha. Pero estas comparaciones no tienen base real. Solo sirven como munición ideológica para algunos o para titulares, forzados y forzosos, de medios informativos. Frente a los tópicos en circulación, hay que destacar que los líderes autoritarios de hoy nada tienen que ver con los del período de entreguerras, aunque compartan con ellos, en mayor o menor medida, la megalomanía y el culto a la personalidad. Tal y como señala Gideon Rachman, los líderes autoritarios irrumpen en escena con la etiqueta de reformadores de un sistema político considerado deficiente. Esa percepción de reformadores es tan equivocada como la que tuvo la Administración Truman respecto a Mao, al que consideraba como un “reformador agrario”. En realidad, el líder lo que busca es perpetuarse en el poder para que sus reformas, que considera un bien máximo logrado para su país, no se malogren con la alternancia de un partido de la oposición. En consecuencia, la polarización es un recurso obligado para seguir gobernando, al tiempo que el líder se presenta como el símbolo único y exclusivo de su nación. En nombre de un “bien mayor”, el líder puede saltarse las leyes nacionales, ejercer una diplomacia beligerante y ahogar toda discrepancia incluso entre sus propias filas. En resumen, el líder pretende sortear todas las restricciones institucionales del sistema. Muchos aplicarían estos rasgos a Donald Trump, pero Rachman los hace también extensivos a Boris Johnson. El autor no cree equivocarse al respecto, si bien reconoce que se equivocó en 2014 al saludar la victoria electoral de Narendra Modi, un humilde vendedor de té convertido en primer ministro de la India.
Gideon Rachman advierte que su libro no es una guía de dictadores. No encontraremos en él a Lukashenko o a Kim Jong-un, por citar dos ejemplos. Sus críticas se centran en aquellos líderes que, tras haber sido elegidos democráticamente, practican el culto a la personalidad, el desprecio al Estado de derecho y el populismo. Si bien Rachman tiene formación de historiador, no saca sus conclusiones únicamente de la historia. Las saca, sobre todo, del diálogo, de las conversaciones que a lo largo de más de 20 años ha entablado con personas que viven bajo los gobiernos de estos líderes. ¿Ve alguna salida a la era de los líderes autoritarios? No insiste en el rearme ideológico de la democracia liberal, como hace Francis Fukuyama. No acentúa tampoco los tintes dramáticos de la situación, por lo que resulta muy apropiada esta cita de Julio César de Shakespeare: “La culpa, querido Bruto, no está en nuestras estrellas sino en nosotros mismos”. Los autócratas creen tener todo bajo su control. Pero las elecciones libres y la resistencia de las instituciones y de la sociedad civil son armas que no deben desdeñarse.
Imagen: Gideon Rachman en la reunión anual del Foro Económico Mundial en 2012. Foto: Moritz Hager, World Economic Forum (CC BY-NC-SA 2.0).