Es obvio que Ucrania no habría llegado hasta el punto actual –no solo resistiendo la invasión rusa, sino recuperando la iniciativa en el campo de batalla desde finales del verano– si no hubiera sido por el apoyo que diversos países, con EEUU a la cabeza, le vienen prestando tanto en ayuda militar como económica y humanitaria. Pero esa incontrovertible realidad no puede ocultar otras, como la que identifica a Washington como un beneficiario neto de su implicación en la guerra de Ucrania.
En primer lugar, como resultado directo de la prioridad marcada por la UE y otros países europeos de eliminar la dependencia energética de Rusia, EEUU se está convirtiendo en un suministrador gasístico cada vez más importante. Así ocurre en el caso de España que ha sustituido a Argel por Washington como primera fuente de suministro de gas en lo que va de año. Si en el caso argelino el grueso de las importaciones se produce a través del gasoducto Medgas, en la medida en la que el Magreb-Europa está cerrado por la decisión adoptada por Argel desde noviembre del pasado año, en el estadounidense todo el suministro se realiza con buques metaneros, atravesando el Atlántico.
Y ese mismo ejemplo vale para tantos otros países europeos que buscan desesperadamente alternativas no solo para hacer frente a sus necesidades inmediatas, con el invierno ya a las puertas, sino a medio y largo plazo. Una circunstancia que está derivando en un claro aprovechamiento por parte de Washington, no ya solo porque nos está vendiendo el gas a precios muy por encima de los que existen en su propio mercado y los que aplican a sus clientes asiáticos, sino porque incrementa aún más la dependencia estratégica de la UE con respecto al mismo actor del que depende, en última instancia, nuestra seguridad. En el contexto de una guerra comercial como la que se vislumbra en el horizonte, con un sesgo proteccionista muy visible, no parece ser esta una buena opción para una UE que dice aspirar a una autonomía estratégica que le permita contar con sus propios medios y capacidades para defender sus propios intereses.
Algo similar ocurre en el terreno militar y, más concretamente, en el de comercio de armas. La guerra en Ucrania está acelerando el ritmo de crecimiento de los presupuestos de defensa de los Veintisiete, acuciados por la necesidad de reforzar sus capacidades de defensa frente a una amenaza rusa que perciben cada día como más inquietante. Como bien muestra el ejemplo de Alemania –con la aprobación de un fondo especial de 100.000 millones de euros y el anuncio de su intención de llegar cuanto antes al 2% del PIB dedicado a la defensa– la urgencia por cubrir esa necesidad está conduciendo a dejar de lado posibles proyectos conjuntos de desarrollo de sistemas de armas y optar por lo que haya ahora mismo en el mercado. Y eso supone, como bien ejemplifica la orden de compra por parte de Alemania de aviones F-35 –sumándose, en el marco de la OTAN, a Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Italia, Noruega, los Países Bajos, Polonia, el Reino Unido y la República Checa, que ya los tienen o los está adquiriendo–, un serio revés para las opciones propiamente europeas.
Por último, mientras que son los países europeos (tras Ucrania) los principales afectados por la guerra –sea por la inestabilidad general, la crisis energética, la inflación o la subida de tipos de interés– EEUU puede contemplar el angustioso panorama desde el otro del Atlántico con la mirada puesta en su principal objetivo, tal como lo definió hace meses su ministro de defensa, Lloyd Austin: degradar a Rusia hasta el punto de que no pueda volver a hacer algo similar a la invasión de Ucrania y eliminarlo definitivamente como posible rival estratégico. Es cierto que Washington lleva aprobados más de 40.000 millones de euros en ayuda de todo tipo a Kyiv (más de la mitad de carácter militar), a los que cabe añadir, según los planes ya anunciados por la Administración Biden, otra cantidad similar para 2023.
Pero si se toma en consideración que esa cantidad no representa más allá del 5% de su presupuesto de defensa y se contrasta con las cifras de pérdidas humanas y de material y armamento que está sufriendo Moscú en su aventura militarista en Ucrania –que diversas fuentes llegan a estimar en unas 100.000 bajas humanas y más de 8.000 vehículos blindados de todo tipo–, es inmediato llegar a la conclusión de que el esfuerzo le está saliendo muy rentable a Washington. Desde ese punto de vista a EEUU le interesa que Rusia siga empeñada militarmente en Ucrania, arriesgándose a arruinar su imagen de gran potencia militar y a quedarse sin medios suficientes para proteger adecuadamente sus amplias fronteras y, mucho menos, para poner en peligro los intereses estadounidenses en la gran masa continental euroasiática. Adicionalmente, cabe suponer que serán muchos los gobiernos que, ante el bajo rendimiento de las armas rusas frente a las estadounidenses, se animen a dotarse de lo que Washington les ofrezca. No parece, en definitiva, una mala apuesta, aunque eso implique prolongar el sufrimiento de los ucranianos y debilitar aún más a una UE que no termina de encontrar su propio rumbo.
Imagen: Kamala Harris con el presidente ucraniano Zelensky durante el MSC 2022. Foto: Oficina del Vicepresidente de los Estados Unidos vía Wikimedia Commons.