El próximo 22 de octubre se celebrarán elecciones legislativas argentinas, que permitirán renovar la mitad del Congreso de los Diputados y un tercio del Senado. Y si bien no se esperan modificaciones dramáticas en la composición de las Cámaras, algunos partidos y candidatos se juegan mucho en esta oportunidad.
Cuando este artículo se está escribiendo todavía no ha cerrado el plazo para la inscripción de las candidaturas para las PASO (Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) que deberán tener lugar el 13 de agosto. La principal duda que aún permanece, después de que se disiparán muchas otras en las últimas jornadas, es si Cristina Fernández será finalmente senadora por la provincia de Buenos Aires o prefiere, por el contrario, guardar sus fuerzas para una próxima oportunidad.
De todos modos lo que sí está claro es que la ex presidenta ha decidido que sus seguidores, y ella eventualmente, concurran a los comicios al margen del Partido Justicialista, Peronista, encabezando la coalición denominada Unidad Ciudadana. No se sabe si esta medida es táctica (coyuntural) o estratégica (a largo plazo) y si su ruptura con el peronismo es permanente, ni tampoco cuales serían los riesgos de encabezar una opción claramente de izquierdas. ¿El peronismo más ortodoxo y fiel a los principios justicialistas la seguirá apoyando o preferirá una vuelta a las esencias y a los principios tradicionales? ¿En caso de regreso a las raíces peronistas, cuál será la reacción de los sectores más radicalizados y próximos a la izquierda, la seguirán apoyando?
Pese a su gran fragmentación, el peronismo tiene presencia en la mayor parte de las provincias del país, aunque será necesario medir su respaldo popular en cada una de las circunscripciones. El caso del kirchnerismo es diferente, ya que su implantación sólo resiste con garantías de éxito en la provincia de Buenos Aires, y más concretamente en algunos partidos (municipios) del Gran Buenos Aires. Sin embargo, el resultado electoral emitirá señales poderosas en torno a la tan ansiada renovación peronista, de la que se espera un mayor contenido democrático y republicano.
El gobierno también se juega mucho en este envite. Es el único al que se le pueden medir sus resultados a escala nacional. Ningún otro actor se presenta en todas las circunscripciones del país. Desde su perspectiva, mejorar aunque sea levemente los resultados de las pasadas elecciones, sería un buen desempeño, especialmente teniendo en cuenta los desafíos de 2019, cuando se convoquen nuevas elecciones presidenciales.
Con toda seguridad la provincia de Buenos Aires será el principal campo de batalla electoral. Allí se podrá comprobar los apoyos de la gobernadora María Eugenia Vidal, una de las máximas aspirantes a suceder a Mauricio Macri pero también el respaldo popular concreto que aún mantiene Cristina Fernández, que en estos momentos enfrenta diversos cargos judiciales.
El gobierno nacional confiaba en que la recuperación económica pudiera ayudarlo a mantener el respaldo alcanzado en las elecciones de 2015. Sin embargo, ésta ha sido más tenue de lo esperado, lo que puede comprometer el apoyo ciudadano. Sin embargo, las expectativas de mejora son grandes en amplios sectores del gobierno y de la sociedad. Por si todo esto fuera poco, el oficialismo ha cifrado grandes esperanzas en el enfrentamiento y la polarización con la versión más radical del kirchnerismo; es decir, con el cristinismo.
En este sentido hay una insólita coincidencia de reivindicaciones entre Macri y Fernández y sus seguidores, que ven expectantes como la polarización entre ambas posturas, que ha resultado ser funcional a las dos, termina minimizando las opciones de terceros como Sergio Massa. Pero más allá de esta coincidencia meramente coyuntural la sociedad argentina aparece profundamente dividida, separada por la famosa “grieta”, lo que termina comprometiendo el futuro del país si no se le pone pronto remedio.