John F. Kennedy dijo una vez: “No ha sido nuestra riqueza la que ha construido nuestras carreteras, sino nuestras carreteras las que han construido nuestra riqueza”. Las infraestructuras son la columna vertebral de la movilidad, del agua, de la energía, de la información y de otros servicios críticos. Pero hoy en día, en EEUU no van en consonancia con su estatus de gran potencia económica del mundo. El porcentaje de inversiones públicas en infraestructuras ha caído del 2,7% al 0,7% del PIB, mientras que China gasta tres veces más que EEUU. Décadas de desinversión que han hecho que el sistema de infraestructuras estadounidense haya sido calificado con una “C-”, según el informe 2021 del American Society of Civil Engineers.
Se lleva años señalando, de forma constante y desesperada, la necesidad de reparar las infraestructuras del país, y la Administración Biden se ha puesto con ello. Pero quiere invertir de otra manera, diferente a cómo se ha hecho en el pasado y que refleje la gran incertidumbre sobre el futuro. El mundo está cambiando, con grandes interrogantes sobre ritmo y la magnitud del impacto climático y de las tecnologías emergentes, y se necesitan, por tanto, nuevas formas de pensar en las infraestructuras y en cómo invertir de forma más “inteligente”.
Semanas después de haber sacado adelante un plan de estímulo de 1.9 billones de dólares, el presidente de EEUU anunció uno de sus dos grandes proyectos para reconstruir la economía de EEUU según su agenda “build back better”. Un nuevo proyecto al que se va a enfrentar con la idea clara de hacer las cosas “a lo grande y rápido” (“go big and go fast”), como lección aprendida de los primeros años en la Administración Obama. Un ambicioso plan que busca “actualizar” las infraestructuras –concepto entendido de forma amplia– que haga frente a la limitaciones estructurales y saque ventaja de cara al futuro.
Como era de esperar, el monto de este ambicioso plan –algo más de 2 billones de dólares para los próximos 15 años– es insuficiente para los progresistas y excesivo para los republicanos. Algunos se han referido a él como un “plan climático” o incluso el “Green New Deal”; otros lo denominan simplemente “plan de infraestructuras”; y otros “plan China”, porque busca contrarrestar la influencia económica del gigante asiático. En cierto sentido, son todos a la vez. De ahí que Mitch McConnell, el líder republicano del Senado lo haya calificado de “caballo de Troya”. Y, aunque el foco central sea las infraestructuras, su título oficial es “American Jobs Plan” porque se espera que con él se creen millones de empleos.
En qué consiste el plan de infraestructuras
El nuevo plan se puede dividir en cuatro grandes paquetes. El primero se refiere a las infraestructuras “clásicas” como carreteras, puentes, puertos y aeropuertos (621.000 millones de dólares). Otros 165.000 millones irían para el transporte público, principalmente ferroviario. También se encuentran otros elementos, como estaciones para la recarga de coches eléctricos, la actualización de los sistemas de agua potable, el desarrollo de la banda ancha (en las áreas rurales el 35% de las personas tiene mala conexión a internet), la renovación de los edificios públicos, y la modernización de la red eléctrica.
Un segundo paquete de alrededor de 400.000 millones estaría destinado a la “infraestructura humana” o de “cuidados”. La nueva Administración argumenta que es el único país industrializado del mundo sin un permiso remunerado a nivel nacional para el cuidado de hijos/as o familiares, con millones de ciudadanos que prestan servicios de asistencia –en su mayoría mujeres y de minorías– y otros tantos que dependen de ello (Naciones Unidas estima que el valor económico de los cuidados no remunerados alcanza el 40% del PIB). Esta visión de una “infraestructura humana” es una idea que puede anticipar un cambio en cómo se mide y evalúa la economía, que tenga en cuenta la calidad de vida, la satisfacción y la salud de los trabajadores y no sólo los mercados de valores.
El tercer gran monto va para la lucha contra el cambio climático. Ya en el primer paquete hay varias partidas relacionadas con el clima, a lo que hay que añadir 174.000 millones de dólares para vehículos eléctricos, y los 10.000 millones para un “civilian climate corps”, dedicado a proyectos medioambientales y a la protección de la diversidad. Que las infraestructuras y el medioambiente están entrelazados ya nadie lo pone en duda. El año pasado en EEUU hubo 22 desastres producidos por fenómenos meteorológicos y climáticos, con pérdidas de miles de millones de dólares. Las infraestructuras han sido diseñadas en general para particulares condiciones climáticas, pero sin tener en cuenta el impacto futuro del clima, por lo que invertir ahora en infraestructuras debe ser visto como una inversión para reducir el impacto del cambio climático en el país. Así, un 56% de las inversiones de este plan total estaría conectado de alguna manera con el cambio climático.
El último paquete sería el que concierne más directamente a la competición geoeconómica. Una parte importante se centra en inversiones en I+D: 180.000 millones para mantener la posición de líder en innovación tecnológica, “una prioridad para la competitividad económica y para la seguridad nacional”. La preocupación por las cadenas de oferta se refleja en los 50.000 millones para una nueva agencia, dentro del departamento de Comercio, que apoye la producción doméstica de ciertas tecnologías, como los semiconductores.
Por último, para financiarse en los próximos 15 años el plan propone modificar la reforma fiscal de Trump, subiendo el impuesto de sociedades del 21% al 28%, lo que no solo no cuenta con el apoyo de los republicanos, sino que no tiene el apoyo de algunos de los demócratas más moderados que temen que ralentice la recuperación económica. Además, se propone un impuesto mínimo de sociedades a escala global.
China
Antes de que Biden ganara las elecciones, su actual asesor de Seguridad Nacional, Jack Sullivan, afirmaba que el crecimiento de China podía ser la “fuerza movilizadora” que necesitaba EEUU para innovar y hacer reformas en casa. Y el secretario de Estado, Antony Blinken, también afirmó hace tiempo que el reto de China tenía que ver menos con sus fortalezas que con las debilidades auto infligidas de EEUU. Cuando hace semanas Blinken y Sullivan se reunieron con funcionarios chinos en Alaska, estructuraron –de manera intencionada– la conversación de manera que el primer asunto a tratar en la agenda fuese la descripción de las iniciativas domésticas respectivas. Este paso les permitió contar a su contraparte china lo que la Administración estaba haciendo para luchar contra el coronavirus y también sus intenciones de reforzar su posición competitiva. A la Administración estadounidense le preocupa mucho que China vea a EEUU como un país en estado de declive y que actúen de acuerdo a esa premisa. Están ansiosos por borrar esa impresión y el plan de infraestructuras es una parte importante de ese esfuerzo.
Joe Biden presentó su ambicioso plan, o más bien su “nueva visión”, en Pittsburg. No fue una coincidencia que volviera a Pensilvania, un swing state decisivo en 2020, que ya visitó para explicar el plan de estímulo, donde lanzó y cerró su campaña, y al que hizo más viajes que cualquier otro candidato. Fue un discurso, por tanto, para las audiencias nacionales, pero con claros mensajes hacia fuera. Porque ahora se entra en una era en la que las iniciativas domésticas se enmarcan en términos de la competición con China, y donde la política exterior y la política interior están íntimamente ligadas. Según Biden, su plan “hará crecer la economía, nos hará más competitivos en el mundo, impulsará nuestros intereses de seguridad nacional, y nos pone en una posición para ganar la competición global con China en los próximos años”. Invocar a China también tiene sentido políticamente en casa: los demócratas creen que el asunto en el que los republicanos tienen más probabilidades de querer trabajar con ellos es, precisamente, hacer frente a China.
Biden ve el plan como una señal de que su país tiene la intención de situarse en una mejor posición para competir económicamente a nivel global. Y quiere, además, que dicha señal no pase desapercibida para China. De ahí que la mencionara en numerosas ocasiones y, como muchos han señalado, incluso más veces que “carreteras” o “infraestructuras”. Un ejemplo más de cómo la competición con Pekín está empapando todos los movimientos políticos de la nueva Administración.
Pero en Pittsburg Biden también habló de democracia frente al autoritarismo. Hizo referencia a la crisis de la democracia en EEUU y en el mundo afirmando que “vamos a enseñarle al mundo –y a nosotros mismos– que la democracia funciona, que somos capaces de unirnos y hacer grandes cosas”.
Al plan de Biden le queda un complicado recorrido para acordar lo que finalmente entrará o no en el proyecto de ley, cómo se financiará, y si saldrá adelante (que lo hará) teniendo en cuenta la polarización política. Mientras, los aliados de EEUU en Europa y en otros lugares esperan ávidamente beneficiarse de este ambicioso plan. Pero las disposiciones de “made in America” pueden dar al traste con las expectativas más optimistas. Tiempo al tiempo.