No sólo Rusia, sino Vladmir Putin, está ganando apoyos en posiciones influyentes en Europa. Los extremos –¿hay que llamarlos populismos?–, sobre todo por la derecha, son pro-Putin. Desde la izquierda, el triunfo de Syriza viene a reforzar la habitual posición pro-rusa de Grecia, que tiene también una base religiosa, el cristianismo ortodoxo, además de importantes relaciones comerciales y de un marcado contenido ruso en la televisión helena. Según una encuesta de Gallup, un 35% de los griegos apoya el liderazgo político de Rusia, frente a un 23% de apoyo a los líderes europeos. Cuenta también Chipre, tan ligado a Grecia, convertido en una plaza financiera para mucho dinero huido de Rusia, tanto que ésta tuvo que venir al rescate de las finanzas chipriotas cuando éstas colapsaron, antes de que intervinieran el BCE y el FMI. Aunque el primer ministro griego, Alexis Tsipras, que ha hablado con Putin estos días, había descartado “en este momento” pedir ayuda a Rusia. Podía ser una forma de ejercer presión sobre los otros países de la UE. Y no era una mera hipótesis, pues el ministro ruso de Finanzas, Anton Situanov, había declarado que si Grecia pedía ayuda, Rusia “con toda seguridad lo tomaría en consideración”.
Ha habido reuniones anteriores entre ANEL, socio de Syriza, y Alexander Dugin, el ideólogo ruso del concepto de Euroasia. Tsipras ha aceptado viajar a Moscú a entrevistarse con Putin el 9 de mayo, fecha de la conmemoración de la victoria de los aliados sobre la Alemania nazi. Y no es casualidad que haya sido en Nicosia, el primer viaje de Tsipras al extranjero tras llegar al cargo, donde junto a su homólogo chipriota expresara su intención de servir “de puente de paz y cooperación entre Europa y Rusia”.
Por su parte, la versión digital de Pravda en inglés –medio privado aunque mantenga la cabecera del diario oficial de la época soviética– ha calificado a Podemos de “partido pro-ruso”, quizá porque Pablo Iglesias propusiera que España se saliera de la OTAN y denunciara el acuerdo bilateral con EEUU, además de criticar el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en inglés) que están negociando Washington y Bruselas. Hay un claro antiamericanismo en el discurso de Podemos. El caso es que Iglesias ha salido, no en defensa de Putin, pero sí ha criticado duramente el “golpe de Estado” en Ucrania y la llegada de “neonazis” al poder en Kiev –algo que también hizo Tsipras en su día–, para, sobre todo, pedir un acuerdo de paz y oponerse a las sanciones y lo que llama el “doble rasero” hacia Rusia por parte de los occidentales. Algo que en el fondo pensaban muchos en España, aunque Putin no caiga bien: según el último Barómetro del Real Instituto Elcano, el presidente ruso es de los peor valorados (2,4 sobre 10) por los españoles entre los líderes internacionales antes de que la UE adoptara sus sanciones y se recrudeciera, como está pasando en las últimas semanas, la guerra en el Este de Ucrania. Iglesias cree irresponsable, según señaló en una entrevista a la agencia rusa Novosti, que la UE “renuncie a tener política exterior y asumir lo que dice la OTAN, y si no que se lo digan a los agricultores españoles que están padeciendo las sanciones rusas”. “En geopolítica”, ha explicado el líder de Podemos en otra ocasión, “la izquierda y la derecha funcionan poco. Eso tiene que ver con los intereses de los Estados”. Aunque el hecho de que Putin actúe contra el pluralismo y libertad de medios y contra los homosexuales incomoda a Podemos.
Putin cuenta con admiradores en el otro extremo del panorama europeo, la derecha radical o extrema representada, por ejemplo, en Francia por Marine Le Pen, en Austria por el FPÖ y en el Reino Unido por Nigel Farage desde el antieuropeísmo británico. La líder del Frente Nacional se ha mostrado muy antiamericana, y, por supuesto, anti TTIP y ha defendido la anexión de Crimea por Rusia. Para Le Pen, Putin defiende “valores comunes” a los suyos. “El señor Putin es un patriota”, ha dicho Le Pen, que ha sido recibida de visita en la Duma (Parlamento ruso) hace unos meses. “Está comprometido con la soberanía de su pueblo. Y seguramente no encuentra estas cualidades de coraje, franqueza y respeto a la identidad y la civilización en otros movimientos políticos franceses”.
En alianza con la iglesia ortodoxa, Putin está impulsando “valores tradicionales” en su política exterior, como refleja un informe del German Marshall Fund de EEUU. Y eso lo aplica también a la crisis ucraniana. Defiende el nacionalismo y el patriotismo, valores que vuelven en Europa Occidental. Otra conexión. Nada posmoderno sino muy moderno.
El partido de Le Pen ha recibido 9 millones de euros en préstamos de un banco ruso, el FCRB, y Rusia envió delegados significados al congreso del FN en Lyon. De hecho, todos estos grupos, de la derecha y la izquierda radicales, coincidieron bastante en su postura en el último debate en el Parlamento Europeo sobre Ucrania y Rusia. Pero en poco más. Son extremos que no se tocan. Aunque sus bases sociológicas guarden cierto parecido.
Ni se trata de quintas columnas, ni estamos, al menos aún, en una nueva Guerra Fría, aunque estas posiciones tengan una dimensión neo-ideológica y puedan serle útiles a la estrategia de Putin. Este puede encontrar mejores aliados en algunos gobiernos de la UE. Aunque el recrudecimiento de los combates en el Este de Ucrania dificulta aún más que se le pueda tender la mano a Rusia desde Europa, si bien Merkel y Hollande lo están intentado. Saben el coste de una guerra así en su vecindad.