Turquía se aleja cada vez más de Occidente para acercarse a Eurasia, Rusia incluida. El discurso del presidente Recep Tayyip Erdoğan es de forma creciente más antioccidental y antieuropeo. Recientemente reivindicaba que los turcos habían llegado a América tres siglos antes de Cristóbal Colón. Y añadía: “Esos que han colonizado América por su oro y África por sus diamantes, hacen lo mismo ahora en Oriente Medio por el petróleo, y con las mismas tramas sucias”. Aunque el petróleo también mueve a un Erdogan que ha hecho un llamamiento para que Turquía “rompa con el papel que Occidente nos asigna en el sistema global”.
Las alarmas han sonado en Washington y en Bruselas. La nueva alta representante de la Política Exterior europea, Federica Mongherini, acompañada de los comisarios para la Ampliación y para la Ayuda Humanitaria, visitó Turquía la semana pasada en uno de sus primeros viajes fuera de la UE. Es una relación que considera de “importancia estratégica”, al tiempo que expresó su preocupación por el hecho de que el “alineamiento” de Ankara con la UE “nunca ha sido tan bajo”: Turquía ha pasado de apoyar un 80% de las posiciones en política exterior de la UE a sólo sumarse a un tercio de ellas.
Las mayores preocupaciones se refieren a la falta de colaboración de Turquía en la lucha contra el Estado Islámico (EI) y su relación más estrecha con Rusia –su mayor socio comercial tras Alemania–, con el temor de que pueda a socavar el efecto de las sanciones de la UE y EEUU contra Moscú. Respecto al EI, se acusa a Turquía de dejar pasar por su territorio a combatientes venidos de Europa o del Magreb. Para Ankara, y en esto difiere de Rusia, la prioridad no es tanto el EI como hacer caer al régimen de Bashar el-Assad en Siria, que considera peligroso. Además, despejaría la vía para un oleoducto desde Arabia Saudí y un gasoducto desde Qatar. Erdogan persigue el objetivo de convertir a Turquía en un indispensable pivote energético de toda la región, desde Rusia y el Caspio hasta el Golfo. En esta perspectiva se incluye la reciente oferta de Putin en Ankara de, tras renunciar a construir el gasoducto South Stream en el sur de Europa, instalar entre Turquía y Grecia un hub desde el que distribuir el gas ruso.
Hay más. Rusia va a construir la primera central nuclear turca. Y Putin, que ha anunciado una reducción en el precio del gas a los turcos, está mediando también para lograr el ingreso de Turquía, miembro de la OTAN, en la Organización de Cooperación de Shanghái (integrada por China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán), es decir, una visión muy euroasiática y con Turquía buscando su nuevo papel en la región. Este es un nuevo Gran Juego.
La visita de Mongherini no parece haber dado demasiados frutos. Posteriormente viajó a Ankara el primer ministro británico, David Cameron, para recabar apoyo del gobierno turco a la lucha contra el terrorismo del EI. Por otra parte, Turquía, por la disputa sobre Chipre y la falta de avances en la negociación de ingreso en la UE, dificulta unas mejores relaciones prácticas entre esta organización y la OTAN.
¿Quién está perdiendo a Turquía, un país gozne crucial? Una buena parte de la responsabilidad viene de los propios turcos y de su gobierno cada vez más islamista y más antioccidental. Pero otra parte importante es de los europeos, que han venido toreando a Turquía en unas negociaciones de ingreso que sobre todo Francia y Alemania no quieren que culminen pero que se arrastran desde 1999. La frustración con la UE ha alejado a Turquía no sólo en términos geopolíticos sino también democráticos –al no progresar lo suficiente, o incluso involucionar, en términos de Estado de derecho y libertades–. Las últimas detenciones de periodistas críticos, entre ellos el director de Zaman, son un ejemplo. Mas no parece que la UE vaya a rectificar.