La crisis con Rusia por Crimea y en general por Ucrania está llevando a una reflexión en la UE y en la OTAN sobre la renovación del concepto de disuasión, aunque en un contexto muy diferente del de la Guerra Fría. Es una reflexión que está tan sólo en sus inicios, de cara a los acontecimientos en curso y a la Cumbre de la Alianza Atlántica en Cardiff en septiembre. Preguntamos a dos expertos al respecto.
Henrik Ø. Breitenbauch | Investigador senior del Centro de Estudios Militares, Universidad de Copenhague (Dinamarca)
Sean cuales sean los resultados del pacto acordado por EEUU, Rusia, Ucrania y la UE el 17 de abril, está claro que las relaciones de Occidente con Rusia han entrado en una nueva fase. Incluso aunque la intensidad de la crisis ha disminuido y todas las partes están mirando nerviosamente a las elecciones del 25 de mayo en Ucrania, la gestión de crisis seguirá estando a la orden del día. Pero después de Ucrania, una “nueva realidad estratégica” habrá amanecido en la región europea, tal como lo presentó en un importante discurso el 4 de abril el secretario general adjunto de la OTAN, Alexander Vershbow. Según este último, ha marcado un punto de inflexión importante el hecho de que la OTAN por primera vez desde el fin de la Guerra Fría esté “obligada a considerar a Rusia menos como un socio y más como un adversario”. Del mismo modo, el SACEUR (Comandante Supremo Aliado en Europa), Philip Breedlove, se refirió a un “nuevo paradigma en la actividad de las fuerzas rusas” en su conferencia de prensa del 16 de abril tras el anuncio de la iniciativa de la OTAN para reforzar la defensa colectiva. Como SACEUR lo expresó, estos despliegues, que se mantendrán hasta el final del año, son de naturaleza defensiva y tienen la intención de tranquilizar a los aliados pertinentes. Aun así, parece claro que la OTAN se ve obligada a redescubrir los dogmas –y desafíos– de la disuasión, incluyendo la convencional, en las secuelas de la crisis de Ucrania.
Es importante destacar que el gobierno de EEUU ya está revisando la contención en una “actualización para una nueva era” del concepto de George Kennan. Según The New York Times, el presidente Obama ha llegado a la conclusión de que hay pocas perspectivas de relación productiva con el presidente Putin y que lo mejor que puede hacer es minimizar la disyunción que el gobierno de Putin persigue, con el fin de conservar la energía para la atención a otras y más prometedoras agendas de política exterior. El problema con este enfoque es que no reconoce que ha ocurrido un cambio fundamental en la geopolítica de la seguridad europea y que la transformación consiguiente de los mecanismos y las políticas subyacentes planteará problemas políticos y estratégicos reales, cuyo dominio en términos prácticos y de liderazgo tomará tiempo. Un retorno superficial a una forma vaga de contención no puede ser implementado sólo a nivel político. De tal elección se derivan grandes repercusiones militares y en última instancia políticas, incluyendo la manera de hacer la disuasión y la garantía convencionales de manera apropiada. Es probable que los líderes occidentales, entre ellos el presidente Obama, se vean decepcionados si suponen que el que la crisis de Ucrania pueda remitir significará también un retorno a condiciones casi normales en la seguridad europea.
Enrique Ayala | General retirado y colaborador de la Fundación Alternativas (Madrid)
La anexión de Crimea por Rusia, abundando en el precedente de Georgia en 2008, pone de manifiesto la voluntad de Moscú de intervenir en lo que considera el extranjero próximo, en defensa de sus intereses o de las minorías rusas que quedaron en esta zona tras la disolución de la URSS. El deseo de la OTAN y de la UE de apoyar la independencia de los países que se ven afectados por esta amenaza, pero, sobre todo, la posibilidad de que la política del Kremlin pueda llegar a afectar a miembros de ambas organizaciones, como los Estados bálticos, en los que hay importantes minorías rusas, obliga a estas organizaciones a plantearse la puesta en marcha de una nueva disuasión que empuje a Rusia a respetar la legalidad internacional, evitando un conflicto abierto.
La disuasión requiere capacidad de respuesta, suficiente y visible, y voluntad de emplearla, hasta un nivel en el que la relación coste/beneficio resulte negativa para un hipotético agresor. Estos elementos le proporcionan credibilidad, que es la esencia de la disuasión, ya que ésta solo funciona en la medida en que el adversario potencial esté convencido de que la respuesta se va a producir en los términos anunciados. El paradigma es la disuasión nuclear, que evitó durante décadas una guerra abierta entre la URSS y EEUU. Pero la Guerra Fría acabó. ¿Es creíble hoy en día el uso de armas nucleares para rechazar un ataque convencional, con la actual administración estadounidense? Si no es creíble, no es disuasivo, y por tanto es necesario recurrir a la disuasión convencional. Ésta exige medios suficientes –cuantitativa y cualitativamente–, bien desplegados en las fronteras o con capacidad de reacción rápida. Y esto está hoy por hoy lejos de las capacidades de los países europeos –con presupuestos de defensa reducidos por la crisis– e incluso de EEUU –con intereses crecientes en Asia–. Un despliegue como el que existía en la frontera interalemana durante la Guerra Fría es hoy impensable. ¿Qué hacer entonces? La disuasión tiene un importante componente psicológico. El despliegue de pequeñas unidades en algunos países del este de Europa es una forma de “mostrar bandera”, aunque no tenga efectos prácticos. Disuadir pasa, en este caso, por mostrar suficiente determinación de no tolerar ningún tipo de agresión, que para los miembros de la OTAN podría llegar hasta sus últimas consecuencias, en aplicación del Artículo 5 del Tratado de Washington. Pero esto difícilmente protegerá a los países que no son miembros de la OTAN.
Hay otras posibilidades, como lo que podríamos llamar la “disuasión positiva”, que consistiría en anudar con el posible adversario tantos lazos económicos, comerciales y políticos, y tan determinantes, que renunciar a ellos suponga para él un daño mayor que el que le produciría renunciar a su política agresiva. Pero, como en cualquier otra clase de disuasión, solo funciona si es creíble que el que pretende disuadir esté dispuesto a renunciar a esa relación y a asumir los sacrificios que esa renuncia comporta. Las medidas de presión económica, que podrían llegar a ser catastróficas para Rusia de llegar al aislamiento total, ya que la UE es su primer socio comercial, producen daños también a la propia UE –especialmente en el campo del suministro energético pero también en el comercial–, y además no afectan por igual a todos los Estados miembros. ¿Es creíble que la UE esté dispuesta a llegar en este campo hasta las últimas consecuencias? La percepción de que no existe la suficiente unidad entre los Estados europeos, así como de la escasa disposición de los ciudadanos de esos Estados a aceptar sacrificios por causa de una amenaza a su seguridad que consideran lejana, es sin duda una importante baza con la que juega Moscú.
En definitiva, aunque exista la capacidad de respuesta, sea en el ámbito que sea, sin determinación –que sigue siendo el factor clave– y sin unidad entre los diversos actores que deben intervenir en la respuesta, la credibilidad es nula y la disuasión no funciona. ¿Están dispuestos los ciudadanos europeos a aceptar medidas que pueden conllevar sacrificios en forma de aumento del gasto militar, deficiencias en el suministro de energía o incrementos significativos de sus precios, o renunciar al mercado ruso y de otros países afines? Es preciso contestar a esta pregunta antes de poder hablar de nueva disuasión.