La convergencia política y geopolítica entre la nueva Administración Biden y la UE y sus Estados miembros se está haciendo notar. Pero, a la vez, se puede estar generando una divergencia económica, a favor de EEUU, derivada de la manera de afrontar la recuperación de la crisis del COVID-19. Estamos ante un choque de paradigmas económicos que puede llevar a graves disfunciones transatlánticas en diversas áreas.
La convergencia política y geopolítica cubre el regreso de EEUU a un cierto multilateralismo (desbloqueo, en parte, de la Organización Mundial de Comercio –OMC– y vuelta a la Organización Mundial de la Salud –OMS–), al cultivo de los aliados y socios (en la OTAN y a través de la revitalización del QUAD con Australia, Corea del Sur, la India y Japón) y a la desactivación, al menos temporal, de algunos contenciosos comerciales con la UE. Aunque, como bien observa Luis Simón, todo está dirigido desde Washington a lograr un apoyo a su política hacia China, para lo que aún no se ha ganado totalmente a los europeos más allá de algunos gestos menores como sanciones a personas y algunas empresas, medidas replicadas por Pekín, incluso agitando a la sociedad contra algunas marcas occidentales críticas hacia algunas políticas del régimen. La política de EEUU hacia China tiende a rodearla geopolíticamente, pero no consiste ya sólo en intentar frenar su desarrollo económico, sino en acelerar mucho más el de EEUU. Y Europa se está quedando atrás.
El estímulo impulsado por la Administración Biden asciende a 1,9 billones de dólares, a lo que hay que sumar el billón aportado por la Administración Trump. En una parte importante (en torno a un 20%) son ayudas directas a los ciudadanos (el llamado helicopter money) de 1.400 euros para las personas que ganen menos de 75.000 dólares al año, o los hogares con menos del doble (la Administración Trump dio ya 600 dólares a más adultos). El de EEUU, según algunos cálculos, es más del doble del estímulo desde Europa (en torno a un 6% del PIB, importante, con fondos europeos y nacionales, aunque Europa va por delante en apoyo a la liquidez de las empresas). La Administración Biden, con estas medidas, pretende no sólo relanzar el consumo sino reducir la desigualdad directamente y vía una tasa de desempleo inferior a un 3% que haga subir los salarios.
Biden ha planteado un paquete suplementario de 2,25 billones de dólares (un 1% del PIB durante los próximos ocho años), está vez para inversión en infraestructuras –en lo que EEUU se ha quedado muy atrás de Europa–, transportes y energía limpios, y conectividad y tecnología para crear empleo e intentar asegurar que va a mantener durante años una superioridad en este terreno respecto a China, lo que no está garantizado. Esta va muy deprisa, y sin buscar beneficios inmediatos para los accionistas (a menudo el Estado) de sus empresas. Este nuevo “paquete Biden” se financiará no sólo por medio de más deuda y déficit (la hegemonía del dólar ayuda) sino vía más impuestos corporativos, en lo que puede acercarse a los deseos europeos.
La estrategia de Lisboa, de 2000, pretendía convertir para 2010 a la UE en la economía más competitiva del mundo. Fracasó en método y medios. Ahora la UE, metida en una fiebre de estrategias –pero aún no en una fiebre emprendedora– pretende recuperar el terreno perdido en estos lustros. El actual plan europeo está destinado no sólo a recuperar, sino a transformar la economía en un sentido más digital y más verde. Pero es insuficiente para lo que está en juego a nivel global. Un ejemplo es la “Brújula Digital europea” (Digital Compass) que ha presentado la Comisión Europea. Entre otros objetivos, aspira a que para 2030 Europa cubra el 20% de las necesidades mundiales de semiconductores además de disponer de su propio supercomputador cuántico. Pero ¿dónde están las inversiones, los planes para ello? ¿Y dónde una reflexión europea sobre las lecciones aprendidas de por qué hace unos pocos lustros era líder en teléfonos móviles y otras industrias de electrónica de consumo y dejó de serlo? Como recuerda Giles Merrit la nueva “fundición” de semiconductores de Infineon, el mayor productor europeo de chips en Villach (Austria) costará menos de una décima parte que la enorme planta de TSMC, de 20.000 millones de dólares, situada en el sur de Taiwán. TSMC es ahora la gran empresa de chips, con lo que Taiwán gana así en importancia estratégica. Intel, por su parte, va a invertir una cantidad similar en dos nuevas fundiciones de chips en Arizona para doblar su capacidad. Incluso cuando fabrica fuera, EEUU conserva el control sobre el diseño de los semiconductores más avanzados.
EEUU está vacunando más rápidamente que la UE su población, lo que influye en la marcha de la economía, pero la diferencia en los estímulos también cuenta en las distintas velocidades de recuperación. La UE ha optado por el sistema alemán (de ERTE en España) de empleo o paro relegado y parcial para impedir un aumento masivo del desempleo, pero tiene límites. EEUU no; prefiere las ayudas directas. La OCDE calcula no sólo que en 2021 la economía estadounidense va a crecer a un 6,5% y la de la eurozona a un 3,9% (aunque en 2022, si no hay una nueva caída en recesión debido a la pandemia, se igualarán más), sino que el estímulo de EEUU va añadir un punto porcentual al crecimiento mundial. A finales de año la economía de EEUU estará un punto por encima de las proyecciones pre-COVID, y para 2022, según las proyecciones, habrá crecido un 6% respecto a antes del COVID, mientras la europea estará igual que antes de la pandemia. Esto es más que resiliencia. Aunque las exportaciones europeas a Asia, China incluida, se han mantenido.
Europa no necesita objetivos irrealistas, sino planes y proyectos concretos, como lo fue, y lo es, por ejemplo, Airbus. Es positivo, que por vez primera la UE haya reaccionado con políticas de federalismo fiscal, y con líneas estratégicas claras, pero se ha quedado corta. Algunos, como Macron, se están percatando con preocupación de esta divergencia y empiezan a plantear que la UE y sus Estados miembros aumenten sus estímulos de modo significativo. Lo que no resultará fácil, dadas las resistencias a más gasto desde la propia UE (veremos qué decide el Tribunal Constitucional alemán, decisión que puede tardar meses), y tampoco las economías europeas, como la española, tienen capacidad para absorber muchos más fondos. Son economías menos flexibles que la estadounidense, e incluso que la China. El presidente francés pide “invertir más rápido y más fuerte en nuestras prioridades” y que la Unión “simplifique drásticamente” su plan de estímulos. “Somos demasiado lentos, somos demasiado complicados, nos enredamos demasiado en nuestra propia burocracia”, dice, pero otros lo que piden es, justamente, mayor control para evitar dispendios de dinero público europeo.
Con esta divergencia, la UE carece de dinamismo suficiente, y corre el riesgo de acabar siendo más dependiente de EEUU y de China, cuando lo que busca es mayor autonomía, incluso “soberanía”. China, en parte debido a los efectos de la pandemia, ha superado a EEUU como mayor socio comerciales de bienes de la UE, según los datos de Eurostat. Bruselas ha propuesto una Agenda Tecnológica conjunta, y una alianza tecnológica verde (Green Tech Alliance UE-EEUU). ¿Es viable si hay divergencia y cuando las mayores tecnológicas son estadounidense y chinas?
Se trata no sólo de un pulso de crecimiento económico, sino que también hay una dimensión ideológica, a tres, pues China es ahora un modelo de éxito. ¿Qué sistema logra mayor bienestar para sus ciudadanos? Consideraciones a las que hay que sumar, en la UE, las divergencias internas, en cuanto a velocidades y tipos de recuperación y de transformación. La divergencia no es sólo entre zonas y países (incluido el mundo en desarrollo) y sino dentro de cada sociedad entre sectores sociales.