“Quand la Chine s’éveillera, le monde tremblera” (“Cuando China despierte, el mundo temblará”) dijo Napoleón Bonaparte. Hace tiempo que ha despertado y el resto del mundo, especialmente el que quizá ya no se pueda llamar Occidente, no había temblado, sino que había querido beneficiarse de productos baratos y un mercado en auge en los últimos 30 años. Ha sido con la crisis y con llegada de Trump a la Casa Blanca que ha cambiado la percepción de lo que significa una China fuerte. La visión norteamericana e incluso europea de China ha cambiado.
Dicho esto, cuando China se debilita, el mundo se estremece, al menos en términos económicos, aunque no de poder. El actual debilitamiento de la economía china está preocupando a las europeas, y lo hará también a la de EEUU. Hoy ningún país podría remplazar por sí solo el vacío que puede dejar en la economía mundial el menor consumo de los chinos. Apple ha sido la empresa más notable que ya ha experimentado el efecto negativo de sus menores ventas en China. También los consumidores estadounidenses empezarán a sentirlo si se encarecen las importaciones chinas.
Los últimos datos de crecimiento del PIB chino arrojan un 6,6% en 2018. Posiblemente estén inflados: Michael Pettis estima que puede ser la mitad en ese país en el que la cifra del PIB se ha convertido casi más un input político que un output económico. ¿Qué otro país no se daría con un canto en los dientes ante tal cifra de crecimiento? El problema es que para China es la peor desde 1990 –entonces el mundo dependía mucho menos de esa economía–, y se espera que se reduzca aún más este año del cerdo. Refleja no sólo los efectos del enfrentamiento comercial/tecnológico con EEUU, sino un cambio interno en el modelo chino y en los hábitos de consumo de sus ciudadanos. En 2018 han comprado, en el primer mercado automovilístico del mundo, un 20% menos de coches que un año antes –la primera caída desde 1991–, menos móviles y menos productos de lujo. También menos casas, y la construcción se está parando. Las ciudades industriales parecen ya las más afectadas. Los sueldos se estancan o bajan, las horas extraordinarias se reducen.
Con ello, no sólo se debilita China –con un sector crediticio bajo sospecha–, sino que esta desaceleración en el gran país asiático está tirando hacia abajo de las importaciones provenientes de Europa, y muy especialmente de Alemania, particularmente de su sector de automoción (aunque muchas marcas germanas fabrican en China). Siendo la primera economía del Viejo Continente, el enfriamiento alemán repercute en Europa en su conjunto, más allá del efecto general y en cada país de la evolución china (y estremece también, o más, Italia). Aunque rechaza que estemos a las puertas de una recesión, el FMI ya ha advertido que la economía mundial se está desacelerando, debido en una parte importante a China y a la guerra comercial con EEUU. La Reserva Federal se muestra prudente. También los países asiáticos se ven afectados. Todo ello, en medio de un creciente nacionalismo económico que no favorece una coordinación para recuperar el terreno perdido en el comercio global.
No es sólo que la economía china se ralentice, es que las reformas que parecen necesarias para reactivar la economía china se alejan. La Administración Xi Jinping, aunque ve los riesgos de la actual situación, está impulsando un cambio de modelo económico y político, que aproveche la revolución tecnológica, menos volcado hacia un crecimiento basado en exportaciones, inversiones e importaciones de componentes tecnológicos críticos, y más hacia un mayor consumo interno de productos chinos. Uno de los problemas, para las reformas internas y para un acuerdo con EEUU, es que el actual liderazgo –como quedó claro en el discurso en diciembre con motivo de los 40 años del inicio de las reformas de Deng Xiaoping– considera que aunque las empresas estatales pueden frenar el crecimiento económico, son esenciales para preservar la posición y el control por parte del Partido Comunista, según Nicholas Lardy, para el cual el crecimiento económico “ya no es la primera prioridad” para estos dirigentes.
No es seguro qué repercusiones sociales y políticas internas tendrá esta actitud en una China y en unos chinos que recelan, ante todo, del caos, especialmente los que tienen vivencias personales o familiares de la Revolución Cultural. Pero tendrá repercusiones externas. Primero, porque China busca afianzarse más en el tablero internacional; segundo, porque el resto del mundo crecerá también menos; y tercero, porque se puede producir un choque de valores. ¿Dos sistemas para un solo mundo?