China, como era esperar, tiene una posición compleja ante la crisis entre Rusia y Ucrania, con dos objetivos principales: calibrar la posición de EEUU ante una posible crisis entre Pekín y Taiwán; y evitar que la OTAN como tal se entrometa en el Indo-Pacífico, una de las metas primordiales que ha de dilucidar de aquí a la cumbre de la Alianza Atlántica en junio en Madrid. Aunque se haya alineado con Rusia en la reciente reunión del Consejo de Seguridad de la ONU y en el encuentro entre los presidentes ruso y chino, y ambos regímenes compartan el deseo de un nuevo orden internacional con menos peso de EEUU, China no está al 100% con Putin, ni con su visión. Defiende la integridad territorial de los Estados, por lo que le va en ello. Y, claro, mira por sus intereses económicos.
Xi Jinping califica a Vladimir Putin de “mejor amigo” y este habla de “relaciones sin precedentes”. Con ocasión de su encuentro el 4 de febrero, previo a su inauguración de los Juegos Olímpicos (la primera reunión del dirigente chino con un líder extranjero desde el principio de la pandemia), China y Rusia publicaron una larga declaración conjunta –hecha pública por el Kremlin– en la que recogen algunas de sus preocupaciones, y muy especialmente, por si duda había, su oposición “a la formación de estructuras de bloques cerrados y campos opuestos en la región de Asia-Pacífico y permanecen muy atentas al impacto negativo de la estrategia Indo-Pacífica de Estados Unidos en la paz y la estabilidad de la región”.
Ambos rechazan la injerencia en los asuntos internos, especialmente en cuestiones como los derechos humanos y el sentido de la democracia. El comunicado conjunto afirma sin ambages que ambos “comparten el entendimiento de que la democracia es un valor humano universal, y no un privilegio de un número limitado de Estados”. El régimen chino viene defendiendo que lo que llama su democracia, funciona. Es parte de la campaña ideológica, frente a unas democracias liberales que acusan problemas internos.
Que la OTAN, además de EEUU, dirija su mirada no sólo hacia China, sino hacia el conjunto del Indo-Pacífico, es uno de los temas esenciales para la renovación de la OTAN en la cumbre de Madrid en junio. Si hay un desplazamiento del poder mundial hacia Asia, la Alianza quiere contrarrestarlo y participar en él, pese a que sus siglas (Atlántico Norte) no respondan a ello. China ha entrado en el temario central de la OTAN. De momento no hay un acuerdo general entre los 29 aliados respecto al papel de la OTAN en el Indo-Pacífico, siendo Francia la más reticente, escocida por la alianza informal “anglosajona” AUKUS (Australia, el Reino Unido y EEUU, que también critica el comunicado sino-ruso), que le ha birlado un contrato de submarinos de propulsión nuclear con Canberra. A la vez, todo esto está dividiendo a Europa –la UE y la Europa más amplia–, al menos mientras haya tensión y no invasión en Ucrania. Eso le conviene tanto a Rusia como a una China que penetra en el Este europeo y en Asia Central, gracias a su programa de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que Moscú no ve con buenos ojos. Además de la OTAN, China quiere evitar que EEUU, que en términos militares es también una potencia asiática, teja una red de alianzas en su contra en Asia.
En la reciente reunión sobre Ucrania del Consejo de Seguridad de la ONU, el embajador chino, Zhang Jun, en la línea oficial, consideró que “las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia deben ser seriamente tenidas en cuenta y atendidas”. China no suele hablar públicamente del orden de seguridad europeo. Pero esta vez, en la declaración conjunta, se afirma que “la parte china simpatiza y apoya las propuestas presentadas por la Federación Rusa para crear garantías de seguridad jurídicamente vinculantes a largo plazo en Europa”. Y se opone a la ampliación de la OTAN.
China apoya a Rusia, pero no una invasión armada rusa de Ucrania. De hecho, en 2014, en el Consejo de Seguridad, China se abstuvo a la hora de intentar condenar la invasión y posterior anexión de Crimea por Rusia, que Pekín nunca ha reconocido formalmente. De hecho, ha intensificado sus relaciones comerciales con Ucrania, especialmente en materia de importación de grano, pero también de infraestructuras. En 2016 se abrió un enlace directo por tren y ferry entre China y el puerto ucraniano de Chornomorsk (anteriormente Illichivsk), en el Mar Negro, que no pasa por Rusia. También China ha invertido en una nueva línea de metro en Kiev. Es decir, que la relación entre China y Ucrania va a más, con la intención de aumentar sus intercambios bilaterales en un 50% para llegar en 2025 a 20.000 millones de dólares anuales.
Como decimos, ante el problema de Taiwán, defiende la integridad territorial. Considera a Taiwán parte de China, mientras Taipéi busca diversificar su política exterior con su palanca tecnológica. China podría ganar estatus diplomático internacional si contribuye a desescalar la crisis de Ucrania. Además, el régimen chino no quiere que la crisis de Rusia con Ucrania vaya a tapar sus Juegos Olímpicos de Invierno, que se inauguraron con cierto deslucimiento debido a la pandemia del COVID-19, una ceremonia boicoteada en términos diplomáticos por varios países, entre ellos EEUU. China quiere que sean otra vez, como los de verano de 2008, un escaparate al mundo de sus capacidades, bajo el lema un “futuro compartido para toda la humanidad”; aunque por detrás está la competencia geopolítica, tecnológica e ideológica que marca esta era.
China puede ayudar mucho a Rusia en caso de sanciones, comprándole más crudo y gas y otras materias primeas o elaboradas, y ayudándole con el yuan frente a un dólar cuyo uso se le puede cerrar al ruso. Ahora bien, Moscú busca un nuevo orden europeo, y en parte mundial como Pekín, que también empuja por un orden regional en Asia acorde a sus intereses y preocupaciones. La Rusia de Putin quiere recuperar un estatus de gran potencia, pero China lo busca de superpotencia, la única que puede llegar a superar a EEUU en muchos ámbitos. Salvo por el gas y el petróleo, Rusia es una economía mucho más cerrada que la China, más dependiente en los mercados globales.
Aunque ambas potencias se hayan acercado más que nunca desde la revolución comunista china, incluso en el terreno militar, los intereses de uno y otro, y sus propios intereses nacionales no son completamente coincidentes. Pero esta crisis hace a Rusia aún más dependiente de Pekín (cuando durante muchos años fue al revés). Mal negocio para Occidente.
Imagen: Vladimir Putin y Xi Jinping estrechándose la mano. Foto: Servicio de Prensa del Presidente de la Federación Rusa (CC BY 4.0)