Tras el contundente triunfo de Gabriel Boric en la elección presidencial chilena, rápidamente comenzaron a llegar los obligados mensajes de felicitación de los más diversos líderes de las izquierdas latinoamericanas. Entre ellos López Obrador, Lula da Silva y el peronista Alberto Fernández. De este modo, Nicolás Maduro habló de una “contundente victoria sobre el fascismo” y Daniel Ortega alabó el “histórico triunfo” alcanzado por “el valiente pueblo chileno”.
Tras estos resultados, una vez más se ha vuelto a resucitar la idea de un nuevo giro a la izquierda en América Latina, similar a la “marea rosa” de la primera década del siglo XXI liderada por Hugo Chávez. Incluso se habla del impulso que supone la experiencia chilena para la izquierda continental. Ocurre, sin embargo, que algunos de quienes hoy felicitan a Boric por su triunfo fueron previamente criticados por él durante la campaña electoral.
En efecto, en las últimas semanas el presidente electo de Chile se mostró muy comprometido con la democracia y los derechos humanos, y anunció que no respaldará a ninguna dictadura y autocracia regional, “moleste a quien moleste”. En esta línea dio un paso más con una crítica demoledora contra el régimen de Daniel Ortega, a quien acusó de implantar un “autoritarismo familiar”. Por eso dijo que: “Nicaragua necesita democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución a opositores”.
Estas críticas no obstan para que haya un intento, más o menos deliberado, más o menos evidente, para cooptar a Boric, o al menos para alinearlo, con alguna de las diversas variantes de la izquierda latinoamericana. Estamos, por tanto, ante un profundo dilema. ¿La llegada de Boric servirá para renovar a la izquierda latinoamericana o para fortalecer a alguno de sus bloques ya existentes? Aunque hay una tercera posibilidad, que pasaría por que ocurrieran ambas cosas a la vez. Desde el punto de vista del wishful thinking, que tanto entusiasma a muchos periodistas, lo más deseable sería la primera opción, aunque la segunda apuntaría a una probable fagocitación del proyecto de Boric, al que muchos han querido asimilar con la social democracia.
Pero más allá de eso, la duda que subsiste es si desde la izquierda bolivariana, la izquierda más nacionalista o la izquierda que enarbola banderas indigenistas está dispuesta a cambiar para renovarse siguiendo la estela marcada por el triunfo de Boric. Téngase en cuenta que ya no se trata de una izquierda testimonial, sino de una izquierda que o bien ya está en el poder o que lo ha ejercido hasta hace poco, y, por tanto, son muchos los intereses en juego como para modernizarse a la primera de cambio. Dicho de otra manera, ¿sabrá estar la izquierda latinoamericana a la altura de los desafíos que implica el triunfo de Boric? Mucho me temo que no, salvo que decidan de forma individual o colectiva hacerse un harakiri y eso, de momento, está muy alejado de la realidad.
La otra duda que subsiste es con qué sectores de la izquierda se alineará Boric, o con qué dirigente se lo puede comparar: ¿López Obrador? ¿Lula da Silva? ¿Gustavo Petro? En realidad, para poder responder a cabalidad a todas estas preguntas es necesario reconocer que aún faltan datos, que todavía es pronto. Habrá que ver cómo se resuelve la disputa interna en el interior de la coalición ganadora, Apruebo dignidad, y el equilibrio de poder entre el Frente Amplio, en el que se apoya Boric, y el Partido Comunista. También el peso que tendrán en el nuevo gobierno, y en las políticas que éste impulse, los compromisos asumidos con los distintos partidos de centro izquierda, la antigua Concertación, para conseguir su apoyo en la segunda vuelta. Igualmente importante será conocer la identidad del nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
Una vez que se disponga de estos datos estará más clara la política de alianzas que querrá seguir Boric, si se vinculará o no al Grupo de Puebla (algo bastante probable), y qué relación tendrá con algunas instancias de integración regional como la CELAC y la Alianza del Pacífico. Otro punto de interés será el desempeño de Chile en la Organización de Estados Americanos (OEA), especialmente en cuestiones sensibles como la aplicación de la Carta Democrática Panamericana (un tema de vital importancia para Nicaragua). De todos modos, hay que señalar que, por una cuestión generacional, e incluso de sensibilidad, Boric es un personaje bastante alejado de algunos de los líderes regionales, como López Obrador o Maduro.
Ahora bien, resulta indudable que la sola presencia de Boric alterará las alianzas y los equilibrios regionales. Sin embargo, esto no ocurrirá de forma binaria, en un juego de suma cero. La fragmentación y la heterogeneidad del continente van en otra dirección. La América Latina actual es un territorio muy maleable, donde los amigos de hoy pueden ser los enemigos del mañana. A todo esto, hay una incógnita que debe ser igualmente despejada, ¿Qué relación querrá tener Boric con Estados Unidos y con la Administración Biden?