A la luz de lo ocurrido en Líbano desde el arranque de la guerra civil en 1975 resulta increíble pensar que hasta esa fecha el país inventado y dominado por los franceses hasta 1943 era conocido como “la Suiza de Oriente Próximo”. Nunca ha vuelto a recuperar aquel esplendor y, peor aún, desde el choque violento entre la milicia de Hezbolá y las fuerzas armadas israelíes en el verano de 2006, ha vuelto a sumirse en una espiral de violencia que se alimenta tanto internamente como a resultas de la implicación de actores externos que lo ven como un escenario en el que dirimir sus diferencias.
Ahora, el año se cierra con el asesinato de Mohamed Shatah. La eliminación de Shatah, ex ministro de finanzas, apunta en primera instancia a Hezbolá. Se trata de un asesinato que necesita un grado de preparación y operatividad que muy pocos actores tienen hoy en Líbano y, además, cabría inscribirlo en el contexto de acción-reacción que viene produciéndose a lo largo de todo el año entre los partidarios de la antisiria Alianza 14 de Marzo– en la que se encuadraba Shatah, como aliado del ex primer ministro Saad Hariri- y la prosiria Alianza 8 de Marzo- dominada por el grupo chií Hezbolá y el Movimiento Patriótico Libre del cristiano Michel Aoun. Así, los primeros tratan de castigar a Hezbolá en sus feudos libaneses, batiendo objetivos sensibles- como Hasan al Laqis, cabecilla de su brazo armado en la capital, asesinado el pasado día 3 o la embajada iraní en Beirut, atacada el 19 de noviembre- con la intención de obligarle a reducir su apoyo militar al régimen sirio– muy notorio tanto el pasado verano en Qusayr como ahora en Qalamun. En respuesta, cabría pensar que ahora Hezbolá se ha encargado de enviar un sangriento mensaje a sus enemigos, mostrando su voluntad de seguir controlando por la fuerza sus bastiones locales, sin dejar de apostar por la victoria de Bashar al Asad en Siria.
Asesinan en atentado a un asesor del ex primer ministro libanés Saad Hariri
Pero esa primera lectura choca con la lógica de un grupo de aspira a ser reconocido como un actor principal de la política libanesa. No solo habría dificultado sus opciones de ser aceptado por Washington (en el contexto del acercamiento en marcha entre EE UU e Irán) como un interlocutor válido, sino que también habría alimentado aún más las críticas internas contra su comportamiento en el conflicto sirio, al considerar que eso pone en peligro la estabilidad del país por su alineamiento con el régimen alauí sirio. Dicho en otros términos, estaría arruinando su plan de modificar la esencia de los Acuerdos de Taif, haciendo valer el mayor peso demográfico de la comunidad chií y su dominio de facto de la política libanesa para lograr asegurarse al menos el 33% de los escaños del parlamento nacional, a costa de los grupos de adscripción cristiano maronita (que tienen actualmente monopolizada la presidencia del país) y musulmán suní (que tiene asegurado el puesto de primer ministro).
Cabe prever que este asesinato va a incentivar aún más a los violentos del bando antisirio, obligando a Hezbolá a detraer recursos del frente sirio para dedicarlos a asegurar sus propios territorios en Líbano. En suma, esto obliga a replantear la lectura de la eliminación de Shatah, dado que no cabe descartar la autoría que otros interesados en alimentar la violencia intralibanesa. En paralelo, se repite el intercambio de cohetes y misiles en la frontera con Israel, incentivando una dinámica bélica que ahora mismo no puede interesar a Hezbolá. Mientras tanto, el propio presidente libanés, Michel Sueliman, acaba de anunciar que Arabia Saudí se compromete a ayudar al rearme de las fuerzas armadas libanesas con 3.000 millones de dólares para que puedan adquirir armas que París estará encantando de venderles. ¿Hay quién dé más?