Al dañar las precarias expectativas de estabilidad en la región, el ataque de Hamás despierta los fantasmas de la crisis del petróleo de 1973.
Por el momento, son sólo fantasmas: no hay una coalición de países árabes atacando Israel, embargo de petróleo a Occidente ni barriles en riesgo en el Canal de Suez ni el Estrecho de Ormuz. Por ello, la reacción inicial de los precios del crudo fue una subida del 4%, lejos del casi 70% registrado en los precios oficiales de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) antes del embargo de 1973 (posteriormente llegaron casi a cuadruplicarse). No es una crisis comparable en lo geopolítico ni en lo energético, y tampoco lo es el contexto en que se produce. En 1973 la demanda de petróleo crecía imparable y apenas había margen para aumentos de una producción dominada por la OPEP; hoy el peso de la OPEP ha sido erosionado por el fracking de Estados Unidos (EEUU) y la demanda crece de manera pausada e incierta ante los imperativos de la descarbonización y las nuevas formas de movilidad.
Lo que sí resulta comparable es el sufrimiento humano que causan las guerras, los ataques terroristas y otros episodios de violencia que asolan la región desde hace décadas. Aunque las implicaciones geopolíticas y energéticas no pueden compararse en magnitud ni intensidad con las seis guerras precedentes entre Israel y los países árabes, sus consecuencias serán muy severas para la estabilidad de Oriente Medio. No se puede anticipar el curso de los acontecimientos, pero la escalada será difícil de contener y la duda parece estar más bien en dónde se detendrá. Las represalias israelíes se dan por descontadas en Gaza y Cisjordania y podrían darse eventuales desbordamientos hacia Líbano o Siria, especialmente si Israel considera que Irán pudiera haber contribuido a la preparación del ataque. Irán viene aumentando su producción y exportaciones de crudo tras la relajación en la aplicación de las sanciones para aliviar las tensiones en los mercados del petróleo, por lo que una afectación de su capacidad tendría un impacto considerable. La escalada podría llegar a afectar al tráfico por Ormuz, pero Irán nunca ha hecho efectivas sus amenazas de cierre y no parece que pudiera mantener un cierre prolongado ni permitirse renunciar a sus recuperados ingresos petroleros.
Al margen de la escalada regional, habrá consecuencias sobre el proceso de normalización de relaciones entre Israel y otros países árabes, ya seguido por Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Yemen o Baréin. El gran premio de la normalización es Arabia Saudí, con negociaciones en curso a tres bandas con EEUU que incluirían garantías de seguridad a Riad, pero también elementos energéticos como el apoyo al programa nuclear civil saudí y, sobre todo, el fin de la extensión de los recortes de producción saudíes y una actitud más constructiva a futuro en el mercado del crudo. Junto con la relativa normalización alcanzada con mediación china entre Irán y Arabia Saudí, las expectativas de un Oriente Medio más estable prometían una mejor digestión final de las sanciones petroleras a Rusia. El coste político de la normalización acaba de aumentar significativamente para Riad y los países árabes ya normalizados, y con él se desvanecen las tenues señales de distensión geopolítica y rebaja de la prima de riesgo en los precios del crudo. No estamos ante otra crisis del petróleo, pero habrá demasiados muertos como para que este nuevo choque de realidad geopolítica a la economía mundial no siga presionando la inflación, dificultando las bajadas de tipos de interés y limitando el crecimiento.