Una de las grandes discusiones planteadas en Argentina desde mayo de 2019, cuando Cristina Elisabet Fernández de Kirchner decidió que se presentaría a las elecciones presidenciales en una fórmula encabezada por Alberto Fernández, fue la de quien ostentaría el mando si el kirchnerismo/peronismo ganaba las elecciones, como efectivamente ocurrió. Estaba claro que el poder real lo tenía la expresidenta, al ser ella la que sorpresivamente definió la composición de la candidatura. Sin embargo, todavía había espacio para pensar en el margen de maniobra de Alberto Fernández. También se especuló mucho sobre su capacidad de articular un centro de poder autónomo del kirchnerismo con el “peronismo tradicional” y los gobernadores de dicha extracción política.
A partir del lema clásico de Fernando el Católico “Tanto monta cortar como desatar”, en alusión a cómo acabar con el nudo gordiano, se desarrolló posteriormente la expresión “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. Esta versión muestra un poder compartido y sitúa en un pie de igualdad a ambos monarcas, al igual que a sus reinos, Castilla y Aragón. Pero, en la Argentina de hoy sería totalmente inconcebible una frase similar, dada la relación especial establecida entre los dos Fernández, muy distinta a la del matrimonio de los monarcas españoles.
Después de los primeros meses de este gobierno, especialmente a partir de marzo, cuando los efectos de la pandemia ya eran evidentes, fue posible pensar en una figura presidencial reforzada, y no solo en la estimación del público, como medían las encuestas. Sin embargo, en las últimas semanas, se ha podido ver que todo era una mera ensoñación y que el verdadero poder no reposa en el “sillón de Rivadavia”, el sitial presidencial, sino en otro lado y en manos de la teórica número dos. De alguna manera, y salvando todas las distancias, sería la materialización del viejo dicho “el poder detrás del trono”, aunque en este caso la persona que ejerce el poder es sumamente visible y se ha situado al margen del “sillón de Rivadavia”.
En esta relación tan especial entre el presidente y su vice, el primero se ajustaría más al dicho de “sus deseos son órdenes para mí”, en relación a los objetivos de su compañera de fórmula, que al “aquí mandó yo”. Varios hechos ocurridos en las últimas semanas tienden a corroborar esta idea. Para comenzar, habría que recordar lo que ocurre en el Parlamento, con el Senado presidido por la vicepresidenta y el Congreso en manos de Sergio Massa, convertido de hecho en un aliado de Cristina Fernández, y de su hijo Máximo, quien encabeza el grupo parlamentario oficialista. Esta situación supone un rígido corsé para la teórica voluntad negociadora del presidente.
Pero no es todo. Otros hechos están poniendo a prueba la gobernabilidad del país, tanto la actual como la de medio plazo, e incluso podrían agravar su delicada coyuntura económica. Entre otros, la retirada de inversiones y el deseo de muchas empresas extranjeras en salir de Argentina, la deriva de la reforma judicial (un camino retorcido para apartar a los jueces más comprometidos en las causas por corrupción y otras que afectan a la vicepresidenta), las sesiones “virtuales” de ambas Cámaras, las tomas de tierras en la provincia de Buenos Aires y otros puntos del interior, la rebelión de la “bonaerense”, la policía provincial y, como consecuencia de lo anterior, la retirada de fondos federales que debían canalizarse hacia la Ciudad de Buenos Aires para dejarlos bajo el control de la provincia del mismo nombre, el mayor distrito demográfico y económico del país.
Este último enfrentamiento se explica en que el gobernador de la provincia de Buenos Aires es Axel Kicillof, exministro de Economía de Cristina Fernández y uno de sus cuadros más leales, mientras que la Ciudad de Buenos Aires la dirige Horacio Rodríguez Larreta, uno de los máximos referentes de la oposición al kirchnerismo. Cuando comenzó la pandemia emergió en la política argentina la sensación de que se podía cerrar la “grieta” o reducir la polarización. Es más, había una gran voluntad social de transitar por este camino. Sin embargo, desde la perspectiva kirchnerista (y también de la del macrismo más “ortodoxo”) la polarización es un fenómeno totalmente funcional, que permite ganar elecciones.
Las imágenes de Alberto Fernández junto a Rodríguez Larreta, a veces acompañados por Kicillof, no fueron bien recibidas por los máximos exponentes del kirchnerismo. Ante los repetidos ataques de sus socios de la extraña coalición peronista que conforman, el presidente fue incapaz de mostrar un perfil propio. Una y otra vez terminó cediendo a las presiones de la vicepresidenta y su entorno. Como dice Alejandro Borensztein, uno de los más lúcidos humoristas políticos argentinos, estaba el Alberto Fernández que “cada miércoles desmentía las barbaridades que decía el Alberto de los lunes, o el de los viernes, inclusive el de los martes”. Para Borensztein era un enfrentamiento entre racionalidad y radicalidad, pero tras los últimos acontecimientos constató que el tiempo de la primera se había agotado y que “el querido Alberto de los Miércoles pasó a la inmortalidad”.
Jorge Fontevecchia, en su columna de Perfil, señalaba con acierto que “Cristina gana cuando se “albertiza”, [pero que] cuando Alberto se “cristiniza”, pierden los dos”. Esto parece relacionarse con las elecciones legislativas de medio término (octubre de 2021), para renovar a la mitad de los diputados y a un tercio de los senadores, con su prólogo en agosto para seleccionar a los candidatos en las primarias (PASO). Son unas elecciones claves. Unos malos resultados del kirchnerismo comprometerían no solo su futuro político, sino también el desarrollo de las múltiples causas judiciales que afronta Cristina Fernández y que gracias a su presencia en el poder le estaban dando un cierto respiro. De hecho, de los 22 grandes referentes del kirchnerismo que estaban presos a final del gobierno de Macri, solo cuatro quedan en prisión. El resto fueron “premiados” con distintas medidas, como la que benefició a Cristóbal López y a su multimillonaria deuda con el Fisco argentino, agraciado con una amnistía fiscal y la posibilidad de pagar su deuda en múltiples cuotas.
El carrusel electoral no cesa y en 2023 habrá presidenciales, otra vez parlamentarias y también elecciones en las 23 provincias del país y la Ciudad de Buenos Aires, junto con las municipales en todo el territorio nacional. Ya son muchos los que están pensando en ellas y en la mejor forma de ganarlas. La esperanza de la oposición es que el presidente Fernández se “cristinice” demasiado y ante la radicalidad de sus posturas puedan recuperar el poder. El kirchnerismo confía en que gracias a su ejercicio del gobierno puedan consolidarse en el poder y que, de ser posible, Máximo Kirchner, el hijo de Néstor y Cristina, mantenga enhiesta la bandera de la dinastía.