En tan sólo unos meses de presidencia, Donald Trump ha denunciado el acuerdo de París sobre Cambio Climático, metido en el cajón de los recuerdos el TPP –el Acuerdo Transpacífico que costó años negociar–, sacado a EEUU de la Unesco, dejado que el futuro del acuerdo nuclear con Irán –y posibles nuevas sanciones– las decida el Congreso, puesto sobre aviso el fin del Tratado NAFTA (O TLCAN) con Canadá y México y en duda la ONU y la OTAN, además de socavar con su proteccionismo un G20 que en cierta medida ha pasado así a G19. Tampoco parece tener plan alguno para Siria e Irak, más allá de derrotar al Estado Islámico (Dáesh o ISIS). La lista de sus “revisiones” empieza a ser impresionante y no la ha terminado. A menudo, en contra de las advertencias de sus asesores y colaboradores.
«America first» es diferente de la otra política que siempre decía seguirse desde Washington: «Second to none», es decir, impedir que cualquier otra potencia se pusiera por delante de EEUU en toda una serie de aspectos. «America First», con Trump, se traduce mejor que por «América primera», por «América, lo primero», con las consecuencias que sea. Es verdad que militarmente EEUU va a estar por delante durante lustros, pero eso no significa que vaya a poder utilizar o aprovechar esa superioridad.
En su intento de «Make America Great Again», de “hacer EEUU grande de nuevo”, de nuevo un adanismo, Trump puede estar disminuyendo a un Occidente que, en cualquier caso, estaba perdiendo peso frente a potencias emergentes que no tienen el mismo enfoque sobre el orden mundial deseable. Esta visión desde dentro coincide con la visión desde fuera: una encuesta de Ipsos Mori, de junio pasado, le otorgaba más influencia global positiva a China (49%) que a EEUU (40%). En primer lugar llegaba Canadá (81%), seguido de Australia, Alemania, Francia, el Reino Unido y la UE. Es decir, países que son parte de Occidente.
“Bajo el Sr. Trump, América se rinde”, considera en un reciente editorial The New York Times. A saber, EEUU renuncia a influir en las deliberaciones globales. Y no sólo socava la posición de EEUU. Trump así también socava la posición de un Occidente que pierde sentido sin un líder, justo en el momento en que otras fuerzas emergen en el mundo. Las críticas le llueven también desde el propio Partido Republicano. En un discurso muy celebrado, uno de sus referentes, el senador John McCain, alertó de que renunciar al liderazgo internacional en aras de un “nacionalismo medio cocinado y espurio”, obra de “personas que preferirían encontrar chivos expiatorios que resolver problemas”, es “anti patriótico”, y va contra los intereses del país.
La política interna de EEUU pone en peligro el liderazgo global de este país. Trump, aunque entronca con algunas tradiciones en la política exterior estadounidense, está obsesionado con deshacer el legado de Obama en el exterior, de Cuba a Irán, y, en el interior, del acceso más barato a los seguros médicos al tratamiento a los Dreamers, a los que entraron de niños de forma ilegal en EEUU, se formaron y trabajan allí. Está por ver qué dice sobre el acuerdo “cero-cero “ sobre los euromisiles que firmaron hará 30 años este mes de diciembre Ronald Reagan y Mijail Gorbachev, y que éste reclama que se salve. ¿Fomentará Trump una nueva nuclearización, como aseguran algunos medios? Una perspectiva que provocará aún más fisuras en Occidente.
Un país pequeño no se puede permitir esos vaivenes en su política exterior, aunque muchos los practiquen. EEUU está más acostumbrado a ello –por ejemplo, Obama supuso un cierto retraimiento frente al activismo de Bush–, pero si antes el mundo se tenía que adaptar a Washington, o este adaptaba el mundo a sus intereses, ya no es tanto el caso. Como país, además, pierde credibilidad al no cumplir pactos cerrados y volverse más impredecible y menos fiable.
No es que Trump no tenga una visión internacional. Lleva años expresándola a su manera, aunque antes no era ni candidato ni menos aún presidente del país más poderosos de la Tierra. Un problema central es que no construye nada en lugar de lo que destruye.
Y mientras, otros construyen. El contraste es claro con el presidente chino Xi Jinping, que está impulsando estructuras paralelas a las de Bretton Woods y otras, desde los BRICS y sus instituciones al Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Xi tiene una visión de una China que resurge, con voluntad de pesar y actuar, poniendo por delante su propio modelo –de poder duro y blando– en el reciente 19º Congreso del Partido Chino que ha afianzado su poder. Unos avanzan y otros retroceden. Unos quieren conformar la globalización. Trump, como escribiera John Gray, quiere “la globalización en un solo país”, el suyo. Y Europa en medio, con capacidades, con posibilidades, pero pensándoselo.