Para muchos es la peor decisión que ha tomado hasta ahora. El anuncio de Donald Trump de apartarse del Acuerdo de París sobre Cambio Climático tendrá –y ya está teniendo– un impacto en el liderazgo de EEUU en el mundo. Igual o más que la decisión de Barack Obama de no actuar después de que al-Assad traspasara la “línea roja” de las armas químicas en Siria. Esa decisión puso en su momento en duda la credibilidad del país ante sus socios. Ahora, los socios y aliados se vuelven a cuestionar, con más dudas si cabe, si EEUU tiene algún interés en liderar el mundo.
¿Es un claro ejemplo de la nueva visión de la política exterior de la Administración? Teóricamente no, porque aún no está perfilada. El director de Comunicación del Consejo de Seguridad Nacional, Michael Anton, en una reciente entrevista, afirmó precisamente que el Consejo y el sistema interagencial estaban actualmente trabajando en la elaboración de una Estrategia de Seguridad Nacional que reflejará la doctrina Trump. Si es así, si dicha estrategia articula la visión de la política exterior del presidente, será la primera en muchos años que lo haga. Estos documentos son ya tan generalistas y burocráticos que incluyen casi todo y priorizan muy poco.
Sin embargo, ya hemos visto el primer intento serio de la Administración de articular dicha visión exterior; es decir, lo que significa “America first” en la práctica. Ha sido en un artículo publicado en el Wall Street Journal de H. R. McMaster y Gary D. Cohn. Salió, además, a la luz a la vuelta del primer y largo viaje al extranjero de Trump por Oriente Medio y Europa.
Primer intento porque Trump no ha utilizado el bully pulpit para explicar su visión de la política exterior, a pesar de las numerosas oportunidades. Como su reciente presencia en la graduación de una academia militar, un escenario habitual para un discurso de política exterior. También pudo haberlo hecho durante su viaje al extranjero. En alguna de las múltiples plataformas pudo haber articulado una visión del papel de EEUU en el mundo, o al menos en alguna de las regiones que visitó. No lo hizo. Pero ahora McMaster y Cohn han intentado transformar las palabras dispersas de Trump, sus impulsos y prejuicios bajo el eslogan “America first”, en una estrategia. Éste es el resultado:
“The president embarked on his first foreign trip with a clear-eyed outlook that the world is not a “global community” but an arena where nations, nongovernmental actors and businesses engage and compete for advantage. We bring to this forum unmatched military, political, economic, cultural and moral strength. At every stop in our journey, we delivered a clear message to our friends and partners: Where our interests align, we are open to working together to solve problems and explore opportunities. We let adversaries know that we will not only take their measure, deter conflict through strength, and defend our interests and values, but also look for areas of common interest that allow us to work together. In short, those societies that share our interests will find no friend more steadfast than the United States. Those that choose to challenge our interests will encounter the firmest resolve”.
Las alianzas son una alineación temporal de intereses, no tienen un valor intrínseco para EEUU y por lo tanto no sirven para mejorar el poder o la influencia estadounidense, ni para evitar guerras futuras. Pero si los intereses coinciden, se abre la puerta para trabajar juntos, para resolver problemas y explorar oportunidades. ¿Es posible poner mayor distancia con los socios que luchan o mueren con los estadounidenses en varios continentes?
Si los países no comparten nada, a excepción de la sed de poder y riqueza, los valores compartidos carecen de sentido, así como la idea de compartir el mismo destino, como las amenazas globales, el cambio climático y la proliferación nuclear. Lo que importa es la competición diaria de todos contra todos en seguridad y recursos. Suena a puro realismo.
El problema es que el mundo ya no funciona así. Es más, los problemas “comunes” han puesto en evidencia los límites de las naciones a la hora de proteger a sus ciudadanos. El cambio climático y las enfermedades infecciosas no se paran con muros y éstas no se frenan ante el eslogan “America first”, como tampoco los ideólogos yihadistas. La visión del mundo de la administración Trump parece ignorar todos estos cambios reales que ponen en riesgo a EEUU.
La decisión sobre el Acuerdo de París, por tanto, parece encajar en esta visión expresada por McMaster y Cohn en el Wall Street Journal. Pero no con su teórica posición dentro de la Casa Blanca. Ellos forman parte del grupo de los denominados “globalistas”; es decir republicanos tradicionales que junto con Tillerson, Pompeo y Haley creen en el libre comercio, en el compromiso con el cambio climático y en que EEUU tiene que seguir liderando el mundo porque en caso contrario otros ocuparán ese vacío, y acabarán pagando un precio. Frente a ellos está el grupo nacionalista, con Bannon, Miller, Gorka y Navarro, que buscan restringir el comercio, la inmigración y retroceder en materia medioambiental. Un tercer grupo estaría formado por Jared Kushner y, de alguna manera, también por Ivanka Trump. Kushner, con gran influencia pero sin perspectivas ideológicas, sin ideas sobre qué es lo mejor para EEUU a largo plazo y con aversión al riesgo, está más preocupado porque su suegro no cometa grandes errores, y en general está más próximo a los globalistas. El cuarto grupo sería el formado por el propio Donald Trump, que es quién al final toma las decisiones.
¿Dónde encaja y a quién se atribuye por tanto la decisión sobre el Acuerdo de París? Pues a Trump y al Partido Republicano, que no puede estar más contento con la decisión. Ha sido un importante guiño del presidente que quizás anime a muchos senadores y congresistas republicanos ante los retos de la reforma sanitaria, el presupuesto y la reforma fiscal.
Además, la salida del acuerdo era una posibilidad mucho más razonable de lo que se ha pensado y escrito. La estructura no vinculante del Acuerdo de París fue escogida en parte para permitir al presidente Obama firmar el acuerdo sin la aprobación del Senado de EEUU. Se presuponía que no se alcanzaría ningún acuerdo sobre el clima dada la mala relación entre demócratas y republicanos durante el segundo mandato. Por otro lado, los activistas del medioambiente en EEUU descartaron con rotundidad la posibilidad de ganar el apoyo de los republicanos en cualquier política climática considerando que la tarea era imposible. Ni se molestaron en convencerles. Por el contrario, ellos y la administración Obama adoptaron una estrategia que buscaba esquivar al GOP, presumiendo que serían una minoría manejable. Se equivocaron.
Trump sin duda ha buscado de nuevo mostrarse como alguien que cumple sus promesas, sobre todo viendo lo que le espera la semana que viene con el testimonio público de James Comey. Pero lo cierto es que la mayoría de los candidatos republicanos a la presidencia habían mostrado su hostilidad hacia el Acuerdo de París, incluidos Ted Cruz, Marco Rubio y John Kasich. La mayoría de los legisladores republicanos mantuvieron su oposición ante las conversaciones de París. Y si bien es cierto que un puñado de ellos ha expresado su deseo de permanecer en el acuerdo revisando los compromisos del país, decenas de representantes y senadores han expresado su deseo de salirse por completo. Si Hillary Clinton hubiera ganado la presidencia en 2016 pero perdido en 2020, seguramente hubiéramos visto la misma dinámica en 2021. Está claro que si Estados Unidos quiere alcanzar una política climática políticamente sostenible, tiene que ser comprometiendo a los republicanos, y no esquivándoles.