El próximo 1º de octubre se celebra el 70º aniversario de la fundación de la República Popular China. La emergencia de China, su transformación en una de las dos grandes potencias mundiales, es uno de los acontecimientos más relevantes de nuestro tiempo. En este post pretendemos repasar algunos rasgos clave que permitan comprender mejor la República Popular que nació, bajo el liderazgo de Mao Tse-tung, en 1949.
Nacionalismo y confucianismo, más que comunismo
Se suele considerar a China como un país “comunista”. El poder está efectivamente controlado por el Partido Comunista Chino (PCCH). Pero, ¿hasta qué punto China es comunista? ¿No resulta, por ejemplo, cuanto menos algo chirriante considerar como comunista un país que se ha convertido en uno de los países con mayores desigualdades del mundo?
En 1949 Mao pronunció su frase icónica: “El pueblo chino se ha puesto en pie”. No habló de una victoria de la revolución comunista sobre el capitalismo, del triunfo del proletariado y los campesinos… La connotación fundamental de que China se ha puesto en pie es nacionalista: la nación china, humillada durante décadas en las que estuvo sometida a agresiones exteriores y sufrió numerosas lesiones en su soberanía, iniciaba una nueva etapa, en la que iba a recuperar su soberanía, y poco a poco iba a superar su debilidad y recuperar también el papel de gran potencia que por su población e historia le correspondía.
Por otra parte, la “nueva” China comunista mantiene una estrecha vinculación con la China tradicional. La República Popular no se puede comprender bien si no se tiene en cuenta su fuerte vinculación con las tradiciones culturales y sociales de China, conformadas a lo largo de varios siglos de historia.
La naturaleza especial del PCCh
Muy relacionado con el apartado anterior, el Partido Comunista Chino es un partido “especial”; no es un partido político como los que existen en otras partes del mundo. El Partido aglutina a las personas que tienen la responsabilidad de administrar el país.
En este sentido existen algunos paralelismos con el sistema de la burocracia imperial de los mandarines de las épocas imperiales. Por un lado, en ambos sistemas las tareas de gobierno corresponden a “profesionales”, los mandarines o los cuadros del Partido, personas especialmente preparadas para ocupar los puestos de responsabilidad en la Administración.
Son sistemas meritocráticos, en los que los cargos políticos van ascendiendo en la jerarquía de poder gracias a que demuestran sus capacidades y su lealtad al Partido. De esta forma, el sistema genera una clase funcionarial que está, en líneas generales, muy preparada, que desarrolla sus funciones con un alto nivel de eficiencia, como han podido comprobar los que han vivido y trabajado en China.
La legitimidad del Partido
A pesar de todos los avatares y trastornos por los que ha pasado la República Popular (el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural, entre otras), el Partido Comunista la logrado mantener una importante base de legitimidad ante el pueblo chino.
Esta legitimidad se sustenta en dos factores, básicamente. El primero es que el Partido, como ya hemos apuntado, devolvió a China la unidad y la soberanía nacional, le permitió superar una larga crisis que se arrastraba desde mediados del siglo XIX, transformó a China en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional.
Desde hace muchos siglos, la filosofía política china ha considerado la unidad como un fin esencial en la labor de los gobernantes. Haber recuperado la unidad y la soberanía nacional ha sido la primera fuente de legitimación del Partido Comunista. Como dice la Cambridge History of China, “situados en una larga trayectoria histórica, los comunistas chinos pueden ser vistos como otra ‘dinastía’ unificadora, equipada con un presidente ‘imperial’, una burocracia, una ideología”. “Si la unidad era el ‘legitimador de las dinastías’, entonces el éxito del Partido Comunista Chino al unificar China continental, algo que Chiang Kai-shek(el líder del Kuomintang, partido que rivalizó con el PCCH por la conquista del poder) nunca había logrado, confirió sobre el Partido el tradicional ‘mandato del cielo”.
La mayor revolución económica de la historia de la humanidad
El segundo factor de legitimidad del PChH está ligado a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El Partido ha liderado un gran proceso de transformación económica, que ha convertido a China en la segunda economía del mundo, ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población, ha permitido a lo largo de estas décadas una gran extensión de las libertades personales y ha multiplicado las oportunidades que se abren ante los ciudadanos.
La reforma china ha provocado la mayor revolución económica de la historia, en el sentido de que nunca hasta ahora un colectivo tan grande de población ha experimentado una progresión tan intensa de sus condiciones económicas y materiales de vida en un período de tiempo tan corto.
China ha demostrado además desde hace algunos años su capacidad para convertirse en una potencia global en tecnología, contradiciendo la teoría de que los países con regímenes políticos autoritarios están seriamente limitados para la innovación. China ya es líder mundial en determinados campos de las nuevas tecnologías, en E-commerce, telefonía móvil.
Cuatro etapas en la evolución de la República Popular China
Con la llegada al poder de Xi Jinping puede decirse que la República Popular China ha entrado en una nueva etapa, la cuarta en su evolución. Las tres anteriores etapas serían las siguientes:
- Entre 1949, cuando se funda la República Popular, y 1966, cuando comienza la Revolución Cultural. Es una etapa en las que se sienta las bases del nuevo sistema político y económico del país.
- Entre 1966 y 1976: la etapa de la Revolución Cultural, caracterizada por grandes convulsiones internas y por el aislamiento del exterior.
- Después un breve período tras la muerte de Mao (en 1976) que sirve para que Deng Xiaoping consolide su poder, en 1978 se inicia la tercera etapa, que es la de la reforma y la apertura al exterior.
- La cuarta etapa se inicia en 2012 con la llegada al poder de Xi Jinping. Esta etapa se caracteriza por una política exterior más asertiva, una involución en la política interna –reforzamiento del autoritarismo–, y un cambio en el modelo económico, pasando del modelo que caracterizó las primeras décadas de la reforma (basado en la inversión, las exportaciones yel ahorro), a uno que potencia el consumo, los servicios y el decidido impulso a la tecnología.
La democracia y China
Durante décadas la tendencia dominante ha sido analizar el sistema político chino en base a la teoría según la cual existe una correlación entre desarrollo económico y democratización. Se pronosticaba así que el crecimiento económico terminaría provocando una “convergencia” del sistema político chino con el sistema político de los países avanzados. China se convertiría en una democracia tal como se entiende en Occidente, con multipartidismo, elecciones libres, alternancia en el poder.
La base de esta teoría, de forma simplificada, es que la modernización y el crecimiento traen consigo un aumento de las clases medias y acomodadas, que reclaman una participación en la gestión de los asuntos de la sociedad. La crisis de Tiananmen de 1989, según este planteamiento, habría sido un resultado de la contradicción entre la evolución de la economía y el inmovilismo del sistema político.
Por otro lado, la mayor complejidad de una economía más avanzada requiere mecanismos democráticos de participación para mantener su eficiencia.
Esa convergencia no se ha producido. Más bien, en los últimos años, se ha registrado una involución en la tendencia hacia una mayor liberalización. En la etapa de Xi Jinping se ha reforzado el carácter autoritario del régimen, se ha intensificado la represión de los disidentes.
En China, cuando se habla de democracia o reformas democráticas, no se está hablando normalmente de multipartidismo, elecciones libres o alternancia en el poder. Más bien se está hablando de profundizar en la extensión y el respeto a las leyes, de la responsabilidad de los gobernantes ante los ciudadanos, de tomar medidas para frenar los abusos, las arbitrariedades y la corrupción. Es decir, cuando muchos chinos hablan de la democracia y de la necesidad de llevar a cabo reformas democráticas, con ello no quieren implicar que debe desaparecer el papel dominante del PCCh y establecerse un régimen multipartidista.
Una de las grandes cuestiones que se plantean cara al futuro, sobre la cual es ciertamente muy difícil hacer predicciones, es: ¿se democratizará China?
Hace cinco años escribí en la revista Política Exterior un artículo sobre el tema, con el título “Por qué China se democratizará”. En ese artículo señalaba que la transición democrática en China ya había comenzado. Sin embargo, a diferencia de las transiciones en la antigua Unión Soviética y otros países comunistas de Europa del Este, la transición a la democracia en China no iba a estar configurada por momentos claros de ruptura. Sería una transición gradual, paulatina, con características propias.
En los tiempos actuales, a corto plazo, con la involución que se ha registrado en la etapa de Xi Jinping, la realidad parece contradecir abiertamente estos pronósticos.
Ahora bien, tras Xi Jinping vendrán otros dirigentes políticos, que podrán impulsar una orientación distinta, abrir una nueva etapa en la evolución de la República Popular China. A pesar de las particularidades culturales y sociales de la sociedad china, Taiwan demuestra que la democracia liberal es compatible con éstas. A largo plazo el futuro está –posiblemente– abierto a los cambios.
Para finalizar, sólo cabe decir que lo que pase en China, lo que haga China, condiciona a prácticamente todos los países. Gestionar el ascenso de China, facilitar su acoplamiento en el mundo, es posible e imprescindible para la estabilidad de éste. Es uno de los grandes retos de la comunidad internacional.
[Actualizado: 22/9/2019]