(*) Publicado el 12/1/2015 en La Vanguardia.
A mi regreso de un viaje a Bagdad hace poco menos de un año empecé a referirme a Siria e Irak como escenario común de insurgencia yihadista para el entonces denominado Estado Islámico de Iraq y Levante (EIIL) y desde el pasado junio sólo Estado Islámico (EI). En verano, esta organización se había hecho con el control de un tercio del territorio iraquí y más de una cuarta parte del sirio, imponiendo su dominio sobre unos seis millones de habitantes. En Siria actúa también el Frente al Nusra, rama territorial de al-Qaeda, al igual que otras entidades menores de la misma orientación. Pues bien, a ese escenario común de insurgencia yihadista se han trasladado desde finales del 2011 cerca de 15.000 extranjeros, más de 3.000 procedentes de Europa occidental.
Pero no todos los países de Europa occidental se encuentran igualmente afectados por esta movilización yihadista, sin precedentes cuando la comparamos con otras que se han producido desde que, entre finales de los ochenta e inicios de los noventa, se configuró la actual urdimbre del terrorismo global. Los procesos de radicalización y reclutamiento inherentes a ese fenómeno registran mayor frecuencia e intensidad en Francia, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca o Suecia. Es común a estas naciones que sus colectividades musulmanas, al margen del tamaño y la proporción que suponen respecto al conjunto de los ciudadanos, estén compuestas por descendientes de inmigrantes otrora llegados de países del mundo islámico.
Este dato sugiere como hipótesis verosímil que la movilización yihadista esté asociada a una crisis de identidad extendida entre esas segundas y posteriores generaciones. Aquellos a quienes acucia no sienten apego hacia los países de sus progenitores ni afecto hacia la sociedad en que han nacido o fueron escolarizados. No pocos, en un momento susceptible de su ciclo vital, devienen vulnerables a las ofertas de identidad que hoy hacen al-Qaeda y el EI. Ambas organizaciones presentan dicha identidad como la de la nación del islam. Pero la propuesta de la segunda –matriz emergente en el yihadismo global– resulta más atractiva debido a sus conquistas en Oriente Medio, haber proclamado el califato y estar configurando una sociedad a la cual adherirse e incluso emigrar para adquirir esa nueva identidad.
La evidencia referida a España parece corroborar esta hipótesis. La movilización yihadista relacionada con Siria e Irak no está incidiendo en nuestro país tanto como en otros de nuestro entorno europeo. Sin embargo, se ha dejado sentir en algunos sectores de la población musulmana residente en Catalunya o Madrid y de manera más notable en las demarcaciones del territorio nacional donde existen segundas generaciones consolidadas de musulmanes, es decir, en Ceuta y Melilla. Se ha producido la eclosión de un yihadismo homegrown o endógeno en España, hasta hace dos años apenas perceptible si tenemos en cuenta la nacionalidad y el origen de los individuos detenidos o condenados por actividades relacionadas con el terrorismo yihadista.
Implicándose de algún modo con la yihad –en la concepción belicosa del término que propagan tanto al-Qaeda como el EI– es posible satisfacer la necesidad de una identidad que tienen tantos jóvenes musulmanes europeos. Bien sea viajando a Siria e Irak para integrarse en esas organizaciones yihadistas o convertirse en súbdito del califato, bien sin moverse del lugar de residencia, mediante un rango de opciones que oscila entre la actividad en redes sociales y los actos individuales de terrorismo. Salvo raras excepciones, eso implica la aceptación, en mayor o menor grado, de actitudes y creencias excluyentes, fundamentalistas y antirracionales propias del salafismo yihadista, la ideología compartida por aquellas dos organizaciones que hoy difieren sólo en determinados aspectos de estrategia y tácticas.
Esta yihad en el camino de Alá, que ante todo o de manera concomitante es yihad en pos de una identidad, atrae en Europa occidental a jóvenes musulmanes de extracción social, nivel educativo o categoría ocupacional muy diversos. Su perfil corresponde principal, pero no exclusivamente, al de varones de entre veinte y treinta años, aunque tanto la presencia de mujeres como de individuos de otras edades es significativa. El resto de las variables sociodemográficas que cabe atribuirles depende del contexto social en que acontece la radicalización.
También las motivaciones que se combinan con la afirmación de una identidad y el odio hacia quienes tildan de infieles varían según los casos. En unas ocasiones se mezcla con la expectativa de recompensas materiales y en otras con el afán de aventura. Sea como fuere, lo que ocurre y va a continuar ocurriendo pone de manifiesto un problema no tanto de integración social como de asimilación cultural entre jóvenes musulmanes europeos. Nuestras sociedades abiertas tienen ante sí el insoslayable reto de promover identidades colectivas democráticas, contrarrestar la narrativa del extremismo violento y prevenir los procesos de radicalización yihadista.
Fernando Reinares es investigador principal de Terrorismo Internacional del Real Instituto Elcano, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos y profesor en la Universidad de Georgetown | @F_Reinares